Curro Díaz, al natural, ante un toro de Adolfo Martín, el 6 de octubre de 2019 en Las Ventas. /ALFREDO ARÉVALO/
El diestro de Linares es un caso extraño en la tauromaquia moderna, de marcada personalidad y desconocido para muchos públicos
Curro Díaz, un torero de culto, independiente y feliz, que nació en la habitación donde murió Manolete
Curro Díaz (Linares, 50 años) es un caso extraño en la tauromaquia moderna. Torero de finas maneras, inédito para muchos públicos, más reconocido por la afición exigente de Madrid que por la sapiencia artística de Sevilla, y protagonista de una larga carrera de 27 años como matador de toros sin triunfos explosivos, pero sí resonantes —ha salido dos veces por la Puerta Grande de Las Ventas— para ser considerado con razón torero de culto; un artista de marcada personalidad, a su aire, independiente, sin estrechas conexiones con el mundo del toro, más asido a su padre que a los taurinos, y con mucha tinta aún para seguir escribiendo su historia.
Comenzó siendo un niño, le falsificaron el carné de identidad para torear con doce años y su trayectoria no ha sido fácil; le costó destacar como novillero y matador de alternativa, y fue Madrid la que le concedió el pasaporte de torero caro. Sin duda, Curro Díaz nació predestinado para vestir el traje de luces. Su abuelo, aficionado, era enfermero del equipo del doctor Garrido, que atendió a Manolete el día de su muerte; su padre, aficionado, trabajó como administrador en el mismo hospital, y Curro vino al mundo en la habitación donde falleció el diestro cordobés. Torero, sí o sí. “Mi carrera ha sido dura, pero apasionante; mi vida ha sido y es muy bonita”, afirma.
“Soy independiente dentro y fuera de la plaza; el toro es mi vida, soy torero, pero no pertenezco a ese mundo”
Cuenta que su padre, que llegó a debutar como novillero con caballos, y él comenzaron juntos en una ciudad “circunstancialmente taurina porque allí murió el Monstruo de Córdoba y porque ha habido grandes figuras, pero Linares no era Sevilla, sino una localidad cerrada, sin escuelas taurinas, ni tentaderos ni maestros, lo que marca tu personalidad”.
Su verdadero maestro fue su padre. Y su primera y gran lección fue la siguiente: “El toreo es como la letra, alta, derecha y encajada”. “Y así, todavía con pantalón corto, y con esa norma en mi cabeza, me veo toreando treinta y tantas novilladas fuera de mi tierra; y va pasando el tiempo, hay toros a los que se les puede torear de ese modo, y a otros no; y a mí nunca se me ha perdonado nada, ningún fallo, pero he tenido la suerte de conseguir triunfos fuertes que me han permitido salir a flote”, cuenta.
Curro Díaz tuvo una larga etapa de siete años como novillero con picadores (“toreé mucho en el Valle del Tiétar, atravesé algunas dificultades y la fractura de una vértebra me obligó a guardar reposo mucho tiempo”), y casi seis en confirmar la alternativa que tomó el 1 de septiembre de 1997 en su Linares natal. “Sí, pasaron cuatro o cinco años en los que vestí de luces muy pocas tardes, y tuvimos claro que la única solución era acudir a Madrid. Mi padre insistió tanto que me vi anunciado un 31 de agosto con una corrida de Cura de Valverde y pude sorprender; y Los Lozano, los empresarios de entonces en Las Ventas, fueron tan listos que me anunciaron directamente en San Isidro del año siguiente”.
Curro Díaz, en la La Maestranza de Sevilla. JOAQUÍN ARJONA
Pregunta. Un torero independiente…
Respuesta. He sido independiente toda mi vida, dentro y fuera de la plaza; el toro es mi vida, soy torero, pero no pertenezco a ese mundo; quizá esta afirmación sea fruto de mi formación inicial, de esa personalidad que me marcó el terreno y derivó en una forma de interpretar el toreo. He creído siempre en una forma de ser y de expresarme y entiendo que pueda gustar o no cuando estoy delante del toro.
P. Y desconocido…
R. Soy muy cerrado, es verdad. No me siento partícipe del mundo taurino. No he ido a favor de corriente, sino a mi aire. Nunca me ha apoderado una casa importante, pero tampoco he hablado mal de ellas, y entiendo que tiene que haber de todo. Creo que soy honesto con mi profesión y no me he aprovechado de nada ni de nadie. Mi pasión ha sido y sigue siendo torear, y nada me ha preocupado más allá del toreo.
P. Pero desconocido para muchos públicos.
R. Es verdad. Hay plazas que aún no he pisado y en otras he toreado muy tarde. Sigo siendo una novedad en muchos sitios. Desconozco la razón y creo que son las circunstancias de la vida.
Curro Díaz vive con su esposa y sus dos hijos, de 7 y 5 años, en la localidad sevillana de Tomares, pero Linares sigue siendo su centro neurálgico. Allí viven sus padres y sus dos hermanas, y de allí sale el coche de cuadrillas el día de corrida.
“Tengo hambre de toro, de torear mejor, pero sigo siendo un aprendiz y siento que lo desconozco todo”
P. Su padre le sigue acompañando como el primer día.
R. Empezamos juntos y así seguimos; él disfruta mucho viéndome en el ruedo, padeció una enfermedad grave y el toro le dio vida. Además, me lleva las cuentas, y quitarle una peseta a su hijo no es nada fácil.
P. Comentaba antes que la plaza de Las Ventas fue la que le dio vida.
R. Así es. He toreado en Madrid muchos domingos de agosto y por eso hablo de su afición con mucho respeto. Yo no he salido del Madrid del relumbrón, sino del duro, ante corridas complicadas. Y me ha exigido que fuera yo mismo y me ha apreciado como tal. Curiosamente, la primera plaza que me descubre como torero es Madrid, incluso antes que Linares.
P. ¿Y La Maestranza?
R. Torear poco en Sevilla es de las situaciones más surrealistas que me han sucedido en mi vida. Creo que tengo un concepto muy sevillano, y echo de menos hacer el paseíllo en La Maestranza con más frecuencia. Además, allí sufrí una cogida en una pierna en 2011 que me afectó al nervio del peroneo y me obligó a torear con un aparato ortopédico.
P. Da la impresión de que no es usted un torero ambicioso…
R. Mucho; quizá ahora sea más ambicioso que nunca. Tengo hambre de toro, de torear mejor. Sigo siendo un aprendiz, lo desconozco todo, y estoy convencido de que se pueden depurar todos los conceptos, torear más despacio, más derecho, hacerlo con el alma.
“El toreo es una forma de expresión artística que necesito para vivir, pero no disfruto delante del toro”
P. Usted es torerista.
R. Sí, pero lo he aplicado a todo tipo de toros, y he triunfado con todas las ganaderías. Entiendo el torerismo sin mirar el hierro del toro. No soy torerista porque me guste un determinado tipo de ganaderías, sino porque me gusta torear.
Curro Díaz es torero de temporadas cortas —25/30 corridas al año— y él lo achaca a las circunstancias de la vida (“no me puedo quejar porque este es el camino que elegí”, aclara); y dice estar convencido de que su libro no está terminado: “Me faltan páginas por escribir en mi carrera, y creo que tengo tinta para hacerlo”.
P. ¿Se considera figura del toreo?
R. ¿Qué es ser figura del toreo? Soy el torero que quiero ser y lo he conseguido con mucho esfuerzo. No me gustaría que un hijo mío viviera lo que yo he vivido, pero si yo volviera a nacer repetiría la experiencia. Mi forma de ser, de vivir y pensar se la debo a mi vida.
“El toreo es una forma de expresión artística que necesito para vivir”, termina el torero. “No disfruto delante del toro, es una sensación inexplicable, pero el bienestar que siento después de torear no tiene parangón”.
P. Se le nota feliz…
R. Soy feliz como hombre y como torero. El día que sepa dónde me tengo que poner y no me ponga, me iré del toro.
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