'..El director no puede ser Don Tancredo, ni esperar a que le pidan ayuda y que salga del burladero. El tamaño del toro y los problemas en el ruedo obligan a dar el paso a quien lo tiene que dar. Y dada la gravedad del problema, Pedro Sánchez, era y es el obligado principal..'
Director de lidia
LOPE MORALES
La figura del director de lidia aparece en todos los reglamentos taurinos. Y no solo para la corrida de toros, porque hasta en los festejos populares con reses bravas es imprescindible que un torero con experiencia ejerza como tal. Al fin y al cabo, lo imprevisible forma parte intrínseca de la propia fiesta de toros y es normal establecer algún protocolo para evitar en lo posible daños irreparables. El puesto, en la corrida, se lo asignan los reglamentos al torero más antiguo, considerando para ello la fecha en que tomó la alternativa. Tiene como misión principal que la lidia, en el ruedo, transcurra con normalidad, según los cánones establecidos. Y así, cuando un toro campa por sus respetos y provoca el caos en la plaza, cuando nadie sabe lo que hacer, cuando ni toreros ni caballos están en su sitio, tiene que haber alguien que “ponga orden” en la plaza. Nada diferente a lo que pasa en cualquier ámbito de nuestra vida social, laboral o familiar. Tampoco es diferente en el ámbito político.
Por suerte, es en las desgracias —sean crisis, guerras o tragedias colectivas como la que está viviendo España en su costado levantino— cuando los pueblos muestran o demuestran mejor sus cualidades como tales pueblos, más allá —a veces incluso por encima— de la actuación de sus propios líderes o caudillos. El carácter español, y esto no es ningún tópico, se manifiesta especialmente en situaciones límite. La historia está llena de ejemplos anteriores al que están dando los verdaderos héroes de esta tragedia, que siguen pisando el barro. Nuestros más grandes poetas cantaron siempre la bravura y la nobleza de los habitantes de esta piel de toro que —papas aparte— llamamos España. “Como el toro me crezco en el castigo” decía Miguel Hernández; “soy un íbero, y si embiste la muerte, yo la toreo” clamaba Gabriel Celaya. Porque en eso consiste precisamente la bravura. La de los toros y la de las personas, crecerse ante el peligro.
Pero por muy encastado que esté un pueblo, pocas batallas se pueden ganar a la adversidad sin las armas necesarias para poder vencerla. Y es ahí cuando la lucha en común requiere del liderazgo político, ya sea espontáneo o reglado. Tiempo habrá para valorar y juzgar los porqués de lo sucedido, ya que las prisas y los esfuerzos deben centrarse ahora en recuperar lo perdido. Pero se ha echado de menos la salida al ruedo del “director de lidia” para hacerse cargo y ordenar en el ruedo. No vale dirigir desde el burladero a golpe de declaraciones, ni caben, ante una catástrofe tan grave, los cálculos políticos o electorales. Frente a las emergencias el torero de mayor rango debe salir a mostrar, que no es lo mismo que aparentar, su valor y su sentimiento, y actuar poniéndose delante —y el primero— con todos los medios técnicos y humanos que tiene bajo su mando. El director no puede ser Don Tancredo, ni esperar a que le pidan ayuda y que salga del burladero. El tamaño del toro y los problemas en el ruedo obligan a dar el paso a quien lo tiene que dar. Y dada la gravedad del problema, Pedro Sánchez, era y es el obligado principal. Es verdad que si sale lo puede coger un toro, aunque no sea el suyo, y que se puede llevar la cornada. Es más que probable. Pero es que esto es así. Ese es el riesgo de ser torero o el de ser presidente del Gobierno. Ese es el riesgo, sí, y esa es también la grandeza.
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