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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 24 de octubre de 2011

Antoñete: El 'Santo Grial del toreo' ha muerto / Por Pedro Javier Cáceres

Antonio Chenel Albadalejo Antoñete

El 'Santo Grial del toreo' ha muerto

Pedro Javier Cáceres

Madrid, 23/10/2011
Una tauromaquia, la de siempre. Un clásico. Altura, distancia y velocidad.

Sobre todo distancia, y mano izquierda. Solo acortar terreno cuando el animal se apaga y la derecha para pulir, complementar, y en su caso fundamentar el trasteo en caso que el toro sea imposible por el izquierdo. Sobrios adornos al final, nada de “morisquetas”; un trincherazo, a lo sumo un molinete, y ayudados por alto para desahogar y preparar para la muerte al dócil o por bajo para poder al del genio.

Sobre la mano izquierda de Chenel, el director de cine Agustín Díaz Yanes pronunció: “en su izquierda está el paraíso”... Y Enrique Ponce la ha definido como “maestro de las distancias”.

Sin atender a tópicos muy de “Madrid”: el cruzarse y el pico.
Colocación, y punto.

Una filosofía: la pureza, ausencia de ventajas. Como acuñara en su día otro grande del torero, D Ángel Peralta, “torear es engañar al toro sin mentir”.
Siempre todo en función del toro: estudiado desde su salida por chiqueros.

Su estar en la plaza y ante el toro: el dominio de la lidia (la suya, la de sus subalternos; la voz a tiempo), molestar lo menos posible a los toros, capotazos justos, el tiempo exacto en el peto del caballo, colocarlo para varas casi cartográficamente y sacarlo en el momento preciso; probarlo y luego, si es menester, otra vez al jaco, con medida.

El conocimiento de los terrenos, sin tópicos. Esperar donde el toro se emplace, generalmente en los medios, nunca cerrarlo para de inmediato abrirlo.

Todo con dulzura, sin violencia, dejándose querer para que el toro lo agradezca.
Convencer antes que regañar, seducir en vez de maltratar.
Por supuesto el temple.
Si Pablo Lozano sentenció que “el temple es ese don, que Dios ha dado a algunos, para quitar fuerza al agresivo y darle alas al débil”. Antoñete fue su máximo ejecutor.

…Y el capote.
Como sacerdote en religión ancestral, Antoñete, oficiaba su particular homilía: la verónica en el enrabietado quite de mano baja y varias medias denominación de origen.Punto (Chenel, por supuesto, o Chanel número 10)

“Sencillamente sabía torear”, Paco Camino, dixit.

Una tauromaquia que de forma educada, casi diplomática, hacía “corte de mangas” al pegapasismo
de sus últimas épocas y de la actualidad, que lo minimizan cuando no lo prostituyen.

Esta es su concepción del toreo.

Lo realizó, cabal, en el año 98, al cumplir 66 años, en la que iba ser su despedida definitiva.
Luego, a petición de la afición, nos dio una prórroga de unas temporada más, con dos cumbres: la goyesca de Antequera (con Curro y Paula, el cartel de “Triana Pura”- los del “probe Migué”-) y la de Jaén, suceso que hace unos días cumplía 12 años.

“Se torea como se es porque el torero es un ejercicio de orden espiritual ” dejó Belmonte para labrar o esculpir en mármol.

Escribió Ignacio Aguirre: «Torea usted con perfección técnica, pero con arte celestial. Eso, a pesar de lo que usted piense, sí es posible.

Federico Jiménez Losantos enlazaba metáforas entusiastas: “Aquello no eran naturales, aquello eran escoriales, que es como a partir de ahora se llamará a los naturales del maestro Chenel”.

Lo de ese día de junio de 1998 fue una expresión gráfica y animada de una vida dilatada, muy vivida…y muy disfrutada, romántica y bohemia muy de principios de gente diáfana, sin dobleces; de fenómenos de los que las madres paren de ciento en viento.

Curiosamente era la fecha en que los multimillonarios chicos de Javier Clemente se venían con el rabo entre las piernas repatriados del mundial por once nigerianos.

En aquella fecha, y hoy, me acuerdo de Di Stéfano, si vale el símil, al ver en los estadios futbolistas con diademas, pendientes, guantes y leotardos, sea o no invierno, y algunos casi con los ojos pintados y colorete, y los toreros en chándal y similares.

Esa tarde, por primera vez en la historia, un torero homenajeaba a una afición dictando una lección que era un compendio en facsímil de su vida, su tauromaquia y su filosofía.
Con 66 años no quiso alivios: dos toros y en Madrid.

Ese ha sido Antoñete.

Más que un figurón, una figura, un maestro, “torero de toreros”, “torero de Madrid”, un genio o un “monstruo”.

Simplemente Antoñete.

Ahora sí que a la Fiesta Universal y a la vida “le falta un mechón”.
***

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