la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 13 de noviembre de 2014

APOCALIPSIS NOW / por Álvaro Rodríguez del Moral




"...hay dos o tres cosas que han caído como una bomba en este planeta maltrecho: la ausencia de autocrítica por parte del estamento empresarial; la invocación de una “quiebra” que iría por barrios y una afirmación, “la fiesta se acaba”, que sólo sirve para dar dos cuartos al pregonero, léase antitaurinos, que se están partiendo de risa..."

APOCALIPSIS NOW


Sevilla, 11 de noviembre de 2014 

El horror… 
La patronal taurina ha sorprendido a propios y extraños emitiendo un pesimista memorandum que pone fecha de caducidad a la propia Fiesta. Los socios de ANOET -hablamos de los peces gordos del empresariado- han desgranado un completo listado de lamentos que, en primera instancia, certifica lo que todos saben: la crisis económica llegó para quedarse. Hasta ahí, todo ¿bien? Se puede compartir la denuncia de la larga lista de taras que vienen lastrando el sector antes incluso de la llegada de esta recesión irrevocable: hablamos de las cargas fiscales, la marginación sociopolítica, los costes desorbitados… Pero es que hace muy poco no importaban nada; había pasta, ladrillos y ayuntamientos que lo tiraban. También veíamos esos tíos que se encendían los puros con un billete -la mayoría deben ahora más que Alemania y otros se pudren en la cárcel- y se daban toros y más toros sin pensar donde estaba el comienzo del precipicio. Eso sí, hay dos o tres cosas que han caído como una bomba en este planeta maltrecho: la ausencia de autocrítica por parte del estamento empresarial; la invocación de una “quiebra” que iría por barrios y una afirmación, “la fiesta se acaba”, que sólo sirve para dar dos cuartos al pregonero, léase antitaurinos, que se están partiendo de risa.

Miré los muros de la patria mía. 
El caso es que los duelos y quebrantos de los empresarios no dejan de ser la cara de una moneda menguante que comparten con los principales toreros, que llevan algunos años en pie de guerra en contra de los patronos, mirándose su ombligo particular. ¿Cual es la razón última de este clima bélico? No es otro que la falta de pasta; de la ausencia de liquidez, de la guita corta… aquí ya no se maneja aquel dinero que tenía a todo el mundo a partir de un piñón. Con la hucha rota, han llegado los garrotazos. Pero conviene echar ligeramente la vista atrás. La clase empresarial se limitó durante muchos años a combinar carteles de toros y toreros -no siempre con atractivo- sin invertir demasiado en el futuro. Pero esa responsabilidad no es exclusiva. La primera fila del escalafón de luces también tendría algo que decir en el tapón que ha condenado la promoción de toreros nuevos o ha mantenido artificialmente a diestros mediocres o acabados que deberían llevar unos cuantos años dando de comer a las palomas. El angosto túnel en el que se adentra ahora la fiesta debe mucho a la falta de generosidad de todos los sectores. Nadie, absolutamente nadie, quiere ceder un ápice y se ha perdido de vista dos premisas fundamentales que sí podrían tener algo que ver con el mensaje de los empresarios: ¿el espectáculo que se está ofreciendo vale lo que cuesta? ¿Se cobra lo que se genera?

Pues así se queda esto. 
Habría que recordar que el fin de la situación que llenó los bolsillos de unos y de otros fue una simbiosis tan rentable como perniciosa. El beneficio indirecto y el reclamo indudable -tampoco era fijo- para vender aquellos abonos hipertrofiados que poblaban todas las ferias de España llegaba aparejado a la presencia de las figuras del momento. Ésa fue una de las maneras de aumentar, no sabemos si artificialmente, esos honorarios de los toreros de la crema del escalafón –que unos denuncian y otros defienden- mientras se multiplicaban, ojo, las ganancias del empresario. Pero se estaba empezando a rozar una circunstancia muy peligrosa: se estaba dejando de cobrar lo que se generaba en la taquilla para un festejo concreto, entendido como unidad. Es algo parecido, en otra dimensión, a lo que hoy ocurre con José Tomás. Se lleva lo suyo y hasta lo de enfrente pero refuerza abonos, sólo los más cortos, y llena plazas con ternas de tono medio que en otras circunstancias sólo habrían enseñado cemento. ¿Es esto lícito? ¿Es pan para hoy y hambre para mañana? En esas circunstancias es más que rentable aunque la corrida escogida por el Divino sólo arroje números rojos ¿Qué es lo que está pasando ahora? Tan fácil y tan sencillo como que aquellos ciclos largos han dejado de interesar. Se cobraba y se cobra lo mismo por carteles del montón y por corridas de campanillas. En esa situación, y con la que está cayendo, los abonos -con excepciones honorables- ya no se venden y el abonado a dado sitio al espectador ocasional. Las entradas tienen que bajar y el espectáculo tiene que interesar. Ese espectador puntual es el nuevo cliente a cuidar pero la piedra en el camino es la bajada de presupuesto que se ha visto contaminada con el aumento de la fiscalidad y la rémora de unos gastos organizativos que hay que adecuar urgentemente. Repetimos: ya no hay pasta para todos. Ahí han llegado las curvas, las rebeliones de los toreros de la primera fila y los lamentos apocalípticos de los empresarios. El caso es que casi nadie habla de lo que se lleva un torero del pelotón en Madrid a plaza casi llena. Ahí no protesta ni el gato. Unos, porque se quedan fuera y otros, porque les trae al fresco. No sabemos si esto está en quiebra y, mucho menos, queremos ponerle fecha a la defunción de este mundillo maravilloso. Lo que sí sorprende es que nadie, absolutamente nadie, está dispuesto a moverse de su machito. Será por algo, ¿no?

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