Persona que se niega a cumplir las normas sanitarias dictadas para evitar el contagio de la covid.
La verdad es que idiota es el más suave de los insultos emanados de todos los ámbitos. A quienes desconfían de estas vacunas se les ha llamado de todo: insolidarios, majaderos, medievales, imbéciles e incluso asesinos. Y arrecian las voces que claman por su señalamiento, su reclusión, su discriminación y su vacunación a la fuerza. FE
El presidente regional de Cantabria, Miguel Ángel Revilla. | EFE
Dos ejemplos recientes, elegidos casi al azar: el presidente cántabro Miguel Ángel Revilla y el exministro socialista Miguel Sebastián. El primero ha pedido que se vacune a todo el mundo "por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar". Aparte de la valoración moral que merezca este afán totalitario tan irrespetuoso con la libertad de cada uno para cuidar su salud como mejor le parezca, sólo con recordar que dicha propuesta no cabe en nuestro ordenamiento jurídico bastará para descalificarla. Aunque todo se andará, vista la insistencia de muchos en reclamar para España las drásticas medidas que ya han empezado a aplicarse en Austria y que están levantando oleadas de indignación por toda Europa.
También algunos científicos comparten ese afán totalitario. Por ejemplo, el epidemiólogo italiano Pier Luigi Lopalco ha propuesto que esta Navidad, como medida de presión sobre familiares y amigos no vacunados, ni se les invite ni se acuda a sus casas. Lo que Lopalco pretende, por lo tanto, es que este año, con la mayoría de la gente ya vacunada, no tengamos trato con quienes sí lo tuvimos el año pasado, cuando todavía no existían las vacunas. ¿Para qué sirven éstas, entonces? ¿Por qué este año hay riesgo y el pasado no? Y ya metidos en harina, ¿cómo es posible que Europa, el continente más vacunado, encabece la lista de contagiados y fallecidos en todo el mundo?
El virólogo Luis Enjuanes ha propuesto que la Seguridad Social no atienda a los no vacunados. ¿Deduciremos, pues, que tampoco debería atender a los pacientes hepáticos como castigo por haber abusado del vino, a los que padezcan cáncer de pulmón como castigo por haber fumado, a los que hayan contraído el sida como castigo por haber echado polvos sin condón y a los que tengan esguinces como castigo por haber corrido, saltado o jugado al tenis?
Por lo que se refiere al arriba mencionado exministro de Industria en tiempos de Zapatero, se ha extendido un poco más en reflexiones dignas de felice recordación:
El que está vacunado también puede transmitir el covid. Eso es correcto. Pero yo creo que la idea del pasaporte Covid es hacerles la vida imposible a los que no se quieren vacunar. Eso es de lo que se trata. Es decir, que pueda ir al parque y al supermercado y poco más. Como cuando estábamos más o menos confinados. Que no pueda ir ni a los gimnasios, ni a los restaurantes, ni a los conciertos, ni al fútbol, ni viajar en avión, ni viajar en tren y, si me apuras, incluso ni viajar en metro o en autobús. Ése es el objetivo del pasaporte covid: hacerle la vida imposible porque no es de recibo que tengamos a 4.022.000 españoles mayores de 12 años que no están vacunados porque no les da la gana, y están poniendo en riesgo la salud y la economía del resto de los españoles.
¿En qué quedamos? ¿Se admite que los vacunados pueden seguir contagiando pero se concluye que el peligro para los demás son los no vacunados? Por otro lado, si la única virtud de las vacunas –que no es la de impedir el contagio– consiste en atenuar los síntomas, lo que, según las estadísticas, parece innegable, ¿por qué tanto miedo a ser contagiados? Y si un vacunado puede seguir siendo contagiado tanto por vacunados como por no vacunados, ¿dónde está el problema, en los contagiadores o en las vacunas?
Vayamos ahora a fuentes científicas en busca de información sobre un amplio sector de la población que, junto a los más jóvenes, no parece que debiera ser vacunado: quienes ya han pasado la enfermedad. Y para que nadie acuse a este ignaro juntaletras de no jugar limpio, esas fuentes serán las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo.
En primer lugar, The New England Journal of Medicine publicó el 11 de febrero de 2021 un minucioso estudio cuyas conclusiones consistieron en que "la presencia de anticuerpos IgG está asociada a una reducción notable de reinfecciones por SARS-CoV-2 al menos durante seis meses" y en que "las reinfecciones de SARS-CoV-2 han sido muy pocas, la mayoría de ellas tras una primera infección asintomática o leve, lo que sugiere que pasar la enfermedad provee inmunidad contra la reinfección en la mayoría de las personas".
Por su parte, Biorxiv, revista del Cold Spring Harbor Laboratory, entidad puntera en los campos de la oncología y la genética, publicó el 11 de octubre un estudio cuyas conclusiones pueden resumirse en que "los datos sugieren que la inmunidad antiviral específica, especialmente las células de memoria B en personas que hayan padecido la covid-19, es muy duradera" y de alta intensidad durante al menos de seis a ocho meses.
Finalmente, la prestigiosa revista médica británica The Lancet ha publicado el 8 de noviembre un artículo en el que se aportan datos muy importantes. En primer lugar, que numerosos estudios realizados en todo el mundo han evidenciado que quienes hayan pasado la enfermedad tienen bajos índices de reinfección. Estos estudios biológicos, epidemiológicos y clínicos han averiguado que el riesgo de contraer la enfermedad se redujo entre un 80,5 y un 100% en los que ya la han padecido. En concreto, un estudio elaborado por la Cleveland Clinic mostró que la incidencia de la covid-19 en quienes no la habían pasado anteriormente era de 4,3 personas por cada cien, mientras que en las que sí la habían contraído dicho índice caía al 0%. En una investigación llevada a cabo en Austria se ha evidenciado que la frecuencia de hospitalización por una segunda infección fue de cinco personas por cada 14.840, es decir, un 0,03%. Y la de fallecimientos, de uno por cada 14.840, un 0,01%.
Estos estudios demuestran que la protección por memoria inmune humoral de largo recorrido es fuerte tanto en quienes tuvieron síntomas graves como en quienes los tuvieron leves. Dicho largo recorrido alcanza más de diez meses, aunque se sospecha que durará más puesto que, lógicamente, todavía no se tienen datos sobre plazos más largos. Y también se ha comprobado la larga duración de la inmunidad en las células T. Otro hecho muy esperanzador es el de que personas que contrajeron la primera versión del SARS-CoV en 2002-2003 siguen teniendo células T activas contra las proteínas del virus dieciocho años después.
Otro dato, de especial importancia para lo tratado en estas líneas, es que "algunas personas que se hayan recuperado de la covid-19 podrían no beneficiarse de la vacuna. De hecho, existen estudios que demuestran que haber padecido la enfermedad está relacionado con reacciones adversas tras la vacunación".
La conclusión final de The Lancet es que "la inmunidad grupal puede conseguirse tanto vacunándose como habiendo pasado la enfermedad". Y aunque la inmunidad adquirida mediante vacunación sea la preferida por ahorrarse contraer la enfermedad, "los gobernantes, a efectos de autorización de movimientos, trabajo, lugares públicos y viajes, deberían equiparar la inmunidad postenfermedad con la provista por las vacunas". Como ya se está haciendo, por ejemplo, en Suiza.
Si a los 5.100.000 españoles –un 11% de la población– que ya han pasado la covid-19 les sumamos los más jóvenes, que no necesitan vacunas debido al despreciable índice de contagios y de desarrollo de la enfermedad, habrá que deducir que hay muchos millones de españoles que no necesitan ser vacunados y que, de serlo, probablemente experimenten efectos indeseables.
Quienes lanzan sus totalitarias proclamas exigiendo la vacunación universal manu militari quizá debieran informarse y ser algo más prudentes antes de seguir repitiendo sus covidioteces.
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