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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Feria de Bayona: Goya en plenitud y alternativa de relumbre / por François Zumbiehl

 

La Feria del Atlántico ha sabido aunar a figuras junto a toreros emergentes de todas las naciones taurinas, así como abrir abanico en cuanto a ganaderías

Feria de Bayona: 
Goya en plenitud y alternativa de relumbre

FRANÇOIS ZUMBIEHL
BAYONA.- En su ciclo de septiembre, llamado Feria del Atlántico, la programación de la plaza de Bayona, en sus festejos de mañana y tarde – corridas, novilladas con y sin caballos –, abrió el abanico de la variedad, en cuanto a toros y toreros; para estos últimos haciendo alternar figuras consagradas y toreros emergentes, de diferentes naciones taurinas.

La primera tarde, el 1 de septiembre, se inauguró con el azul goyesco en el ruedo y en las tablas, y con la presencia de Roca Rey al lado de los franceses Juan Leal y Adriano ante toros de Garcigrande, con casi lleno en los tendidos.

Juan Leal estuvo muy a gusto con el primero, bravo y noble, el mejor de la tarde. Conquistó inmediatamente, en los trazos de los pases de muleta, ese sosiego y esa lentitud, que no son sus virtudes habituales, citando de largo, encadenando derechazos y naturales con despaciosidad, y terminando con pases en redondo, bien ligados y un final encimista pero sereno. Una media estocada fue suficiente para acabar con el toro, y pasear dos orejas muy jaleadas por el respetable. El cuarto toro, por el contrario, era muy poco colaborador. Con falta de fijeza, mirón y saliendo de los embroques soltando la cara, teniendo además una embestida corta. Juan Leal hizo lo imposible para llevarlo y conducirlo, y cuando ya el toro estaba casi parado recurrió al repertorio encimista, rematando con un desplante llamativo que sacudió al personal. Concluyó con un estoconazo que por sí solo merecía la oreja, que cortó además por la valía de su esfuerzo y de su trabajo.

Poco pudo hacer Roca Rey con su primero, de buena embestida, pero que, en un galope, acudiendo de largo al engaño, se lastimó una pata delantera, imposibilitando la lidia. Lidia que se convirtió en una épica en el quinto toro, muy encastado, con una embestida muy áspera, haciéndose cada vez más reticente. Había que ser Roca Rey para hacerse con un toro que no se entregó nunca, para mantenerlo en la muleta y ligar los pases. Cuando ya la tormenta estaba llegando, en un aguante crepuscular por el cielo y el ambiente, el peruano estuvo arrancando los pases de uno en uno, rematando con un pase de pecho interminable por la reticencia del toro, lo que despertó un gigantesco olé de alivio por parte de la plaza, y la ovación de la tarde. La banda estaba tocando el Concierto de Aranjuez, lo que dio un toque de solemnidad, muy conveniente en este caso. Estocada entera y dos orejas. 

Gracias a Roca Rey, a su entrega y a su dominio, el azul festivo del principio de la tarde y de la primera época de Goya cobró, en este entorno de noche y tormentoso, la intensidad sobrecogedora de las pinturas negras de don Francisco, el de los toros.

No tuvo suerte con sus toros Adriano. Llevó a su primero con suavidad, alargando sus pases con decoro, pero el animal se puso pronto en la defensiva, venciéndose además con el pitón derecho. El torero se empleó para conducirlo a pesar de su peligro, y el silencio del público, más que sus aplausos, fueron una señal de respeto, que cubrió la estocada defectuosa. El panorama se descubrió en el último, de buena embestida, al que Adriano brindó al respetable y citó de largo para unos pases de rodillas. Su faena fue bien construida, pero el toro fue a menos y el torero tuvo que entrar a matar. Cortó la oreja, no solamente por lo que hizo con este toro, sino también por el conjunto de su tarde.

La novillada de la mañana siguiente, bajo un aguacero, y el ruedo convertido en un barrizal, se tuvo que suspender después del tercer toro. Solalito, Lalo de María y Mario Navas tuvieron que entenderse con novillos de Los Maños, muy bien presentados, de buen recorrido, acudiendo pronto a los engaños, pero con falta de humillación, lo que impedía profundizar el toreo, salvo en el caso de Lalo de María, que pudo sacar unos doblones por bajo y unos naturales con verdadero empaque en su novillo que, esta vez, bajó la cabeza en la primera parte de la faena. Los tres toros fueron aplaudidos en el arrastre. Los novilleros, que estuvieron aseados con sus oponentes, saludaron y hasta se prestaron a una vuelta al ruedo bajo la lluvia.

La corrida de la tarde del 2 de septiembre se hubiera podido denominar la corrida de los 6 matadores, veteranos y noveles, o corrida de las naciones (tres representadas). Los astados de Pedraza, encastados y con trapío, - que eran para la afición de Bayona uno de los alicientes del festejo -, dieron buen juego y fueron aplaudidos en el arrastre, salvo el último que no tenía pases sino arreones, y que El Rafi no tuvo más remedio que despachar con una buena estocada. El preludio estuvo a cargo de Morenito de Aranda, que no dudó en esperar a su oponente a porta gayola, en un silencio de catedral, enlazando después verónicas y chicuelinas vibrantes, rematadas en el centro con una media al grito de «¡ya está!», que se oyó hasta lo alto del tendido. Puso en suerte al toro para que se arrancara de largo al caballo, y en su faena demostró su acostumbrada maestría, toreando con suavidad al Pedraza, sin obligarle demasiado, pues sus embestidas con sus fuerzas iban a menos. Una serie de rodillas en el centro del ruedo puso el calor necesario. Mereció aplausos a pesar de los fallos con el estoque.

Joaquín Galdós cortó la única oreja de la tarde. Debemos poner a su crédito unas verónicas bajas de saludo, perfectamente diseñadas, unos derechazos muy firmes y ligados con ese toro que metía la cabeza de lleno en el engaño, y unos doblones amplios que cerraron la faena con decoro y torería. Se pudo apreciar la suavidad y delicadeza de David de Miranda en el manejo del capote y muleta, virtudes un tanto oscurecidas por un toro corto de embestida y con un grado de sosería. El cuarto bis de Pedraza, que se arrancó de lejos al caballo en el primer puyazo, tuvo su punto de emoción y de complicación. Se vencía por el pitón derecho y apretó en banderillas. Antonio Ronquillo que aguantó su embestida y clavó en lo alto tuvo que saludar. El matador, por su parte, Rafael Serna, arrimando el toro a su muleta con unos doblones, consiguió poco a poco la ligazón de los pases, haciendo sonar la música. La faena tomó cuerpo a base de cambios de mano y de remates oportunos. A pesar de una estocada baja dio una vuelta. 
La ovación de la tarde fue para Jorge Isiegas. Brindó al cielo y, aprovechando las cualidades de su toro, ofreció un trasteo alegre, vibrante, pero sólido, en el que d estacaron derechazos ligados en un redondo apretado, y airosos molinetes en cadena. Desgraciadamente los aceros enfriaron los ánimos: una media estocada baja, unos cinco o seis descabellos, escuchando dos avisos. Una pena. Se aplaudió al toro y el torero, sin embargo, pudo saludar.

Con el azul goyesco todavía en los balcones, y toros de Zacarías Moreno, la corrida de clausura, el 3 de septiembre, fue el marco de la alternativa de Alejandro Mora. La recibió de manos de Manuel Escribano, siendo de testigo Emilio de Justo, y acompañado en el ruedo por su tío, Juan Mora, vestido de civil, al que Escribano brindó el cuarto toro. Ha sido una alternativa de relumbre. Con el joven Mora la frescura de lo clásico, y su perfume inconfundible, se hicieron notar casi de inmediato. En su primer toro hilvanó su faena con el manejo amplio y sereno de la muleta en los doblones y en los pases con las dos manos, citando a distancia para favorecer el recorrido del astado, estirándose en la ligazón, y recuperando al final esa verticalidad de los elegidos. Recordó a su tío por esa mezcla de gracia y de solemnidad, sin un gesto que sobre. Con fuerte petición de oreja en el toro de su doctorado recibió una gran ovación. En el último, un tanto desordenado en sus embestidas, pero que en algunas de ellas humillaba como Dios manda, Alejandro Mora pudo bajar la mano e imponer la lentitud, hasta sufrir un desarme, terminar con unos naturales de frente, y demostrar el empaque y la pureza de su toreo. Cortó las dos orejas y salió a hombros con Escribano.

Manuel Escribano, que venía en sustitución de Daniel Luque, animó la tarde con sus recursos, su valor, y su amplísimo repertorio: larga afarolada, porta gayola, clavando banderillas de poder a poder, al quiebro, al sesgo por dentro, citando de rodillas en la boca de riego, a un toro que venía como un tren…Cortó una oreja a cada uno de sus astados, la última de verdadero peso por haber asumido las acometidas impetuosas de un toro repetidor, el mejor de la corrida para la muleta. Emilio de Justo, por su parte, cortó en su primer oponente una única oreja, también de peso, en una faena con un toro de embestidas inciertas, que arregló y alargó desde los primeros doblones hasta los últimos naturales, rematando con gran estocada.

¿A fin de cuentas, qué tiene Bayona de especial? Lo explican Yves Ugalde y Olivier Baratchart, respectivamente delegado de cultura del ayuntamiento y director de la plaza de toros: el hecho de que el coso de Lachepaillet esté ubicado en un barrio residencial, lejos del corazón de la ciudad y, por lo tanto, de sus fiestas anuales multitudinarias, puede parecer un hándicap, pero también tiene su virtud. El público que acude está únicamente motivado por su afición a los toros, una afición muy seria, fomentada durante todo el año por las cinco peñas taurinas de la ciudad. De ahí el silencio tenso que reina en la plaza en cada fase de expectativa, y que sobrecoge al visitante. Si todo sale bien, esa concentración de la afición bayonesa no le impide romperse en aclamaciones y gritos de entusiasmo.

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