
'..Gustavo Petro no es presidente de Colombia, es su anomalía histórica, un anacronismo ambulante que deambula entre el mesianismo patético y el populismo sin ingenio..'
COLOMBIA NO MERECE LA TRAGICOMEDIA DE PETRO
Mauricio Riofrío C.
X / Quito, 8 Julio 2025
Pocas veces en la historia de Hispanoamérica, se ha dado un caso similar, un país tan digno y bello como Colombia, ha tenido que soportar la tragicómica presencia, en la Casa de Nariño, de un personaje que parece sacado de un panfleto revolucionario de los años 70.
Gustavo Petro, presidente por accidente, gracias al desgaste acumulado de una clase política también decadente, no es más que el remate oxidado de una izquierda que ni siquiera logró actualizar sus clichés.
Petro no gobierna, pontifica. Se comporta como si cada micrófono fuese una trinchera, cada evento internacional una oportunidad para desentonar con arrogancia. Su reciente encuentro con Macron fue la enésima muestra de su incapacidad para entender los códigos elementales de la diplomacia, mientras el presidente francés hablaba de cooperación y geopolítica, Petro divagaba sobre imperialismos gaseosos y fantasmas del pasado, como quien no distingue la ONU de una asamblea universitaria de hace medio siglo.
Su estilo errático, casi siempre etílico y altanero, no solo es un problema de forma, es un síntoma profundo de su deformación política. A Petro le pesa el fusil y la mochila guerrillera que nunca supo honrar, pero que usa como bastón moral para engañar ilusos.
Se presenta como redentor de los pobres, mientras sus escándalos salpican las paredes de su palacio, el financiamiento de su campaña, la incidencia de su hijo Nicolás, las versiones sobre una reunión con narcos y disidentes en Manta-Ecuador o la acusación de adicción de su mismo Canciller, son pocos botones de muestra.
Colombia se pregunta ¿por qué? Y la respuesta sigue envuelta en el misterio, pero el hedor es de complicidad inconfesable. Mientras tanto, los colombianos miran al mundo con la vergüenza de quien sabe que no merece este espectáculo burdo y grotesco, como si el Estado fuera una célula más del M-19.
Un pueblo que ha dado luz a la humanidad con nombres como García Márquez, Botero, César Rincón, Álvaro Mutis, William Ospina, Ma. Claudia Lacouture, Germán Arciniegas, Beatriz Fernández, entre tantos otros, hoy tiene que explicar por qué eligió a un hombre cuya biografía parece el cuento de un resentido social, editado con los prejuicios y taras de un improvisado.
Hay tendencias políticas que odian y no creen en la democracia y están en todo su derecho, pero en muchos casos, se sirven de ella para hacerse del poder, enriquecerse y huir, luego de dejar en soletas a sus incautos partidarios, en Petro, ese diagnóstico se vuelve carne, su desdén por las formas republicanas, su arrogancia frente a la prensa crítica, su desprecio por los contrapesos, hacen de él, un seudo líder más cercano al caudillo tropical de retórica melosa que al estadista moderno y sensato.
El país de gente linda y amable, parece navegar sin timón, mientras el presidente recita como si fuera Simón Bolívar con resaca después de una noche de tacones, líquida y humeante.
La progresía, tan propensa a inventarse profetas de papel, encuentra en Petro una caricatura de sí misma, no hay renovación, no hay proyecto, no hay ética, solo existe soberbia, improvisación y muchos tuits en X. Los “progres” del continente, aplauden al colombiano con ese entusiasmo que solo tienen los mediocres reflejados en otros de la misma calaña.
Gustavo Petro no es presidente de Colombia, es su anomalía histórica, un anacronismo ambulante que deambula entre el mesianismo patético y el populismo sin ingenio.
Ojalá que el pueblo colombiano, que ha resistido guerras, desastres, crisis y violencia, también pueda superar esta etapa de surrealismo político y vuelva a creer en un liderazgo serio y verdaderamente democrático.
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