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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 8 de julio de 2025

Deterioro e involución del primer tercio (1) / por José Carlos Arévalo

Foto: Philippe Gil Mir

'..Como no se sabe por qué la positiva evolución del toreo ha corrido un camino inverso a la negativa involución de la lidia. Tampoco se ha explicado por qué los matadores dejaron de banderillear. Y mucho menos se ha estudiado la burocrática servidumbre de los dos primeros tercios al último, subordinación que los ha hecho planos y aburridos si no los compensa la calidad de algún torero excepcional..'

Parte 1
Deterioro e involución del primer tercio 

José Carlos Arévalo
Pido perdón al aficionado porque esta pequeña serie de artículos va a explicar algo que ya sabe. Pero a la Fiesta han llegado nuevos aficionados que ignoran las claves de la lidia. Su conocimiento les depararía una comprensión más completa de la corrida de toros. Por ejemplo, el primer tercio de la lidia, que hoy se muestra como un mal necesario -castigar al toro, reducir su fuerza- y que en la primera parte del siglo XX era apasionante, incluso cuando sus protagonistas -toro y toreros- no fuesen muy notables. Y la razón es muy sencilla: la suerte de varas estaba equilibrada. Sobre todo a partir de la reglamentación del peto: ni a favor del toro ni del picador y su montura. Siempre era emocionante y se complementaba con un amplio repertorio de toreo de capa. Hoy, por el contrario, esta suerte se ha desequilibrado contra el toro. Hasta el ejemplar más poderoso y con mayor romana lo primero que hace al salir al ruedo es perder la partida y desacreditarse en un único y feroz puyazo, lo que ha vaciado de sentido a esta suerte fundamental y expulsado el toreo de capa de la lidia. Nadie sabe por qué sucedió. Como no se sabe por qué la positiva evolución del toreo ha corrido un camino inverso a la negativa involución de la lidia. Tampoco se ha explicado por qué los matadores dejaron de banderillear. Y mucho menos se ha estudiado la burocrática servidumbre de los dos primeros tercios al último, subordinación que los ha hecho planos y aburridos si no los compensa la calidad de algún torero excepcional. Indaguemos sobre lo que ha pasado y cómo se pueden recuperar.

Las tres lecturas de la lidia
La lidia de un toro es un relato que se divide en tres actos, en tauromaquia llamados tercios. Tiene tres lecturas simultáneas. No solo las hace el aficionado sino el público, con pasmosa facilidad: La etológica, que revela los comportamientos del animal; la mítica, inseparable de la ética del toreo, restaura el primer combate que, al principio de los tiempos, el hombre mantuvo con la fiera para afirmar la jerarquía y supervivencia de la especie humana en la tierra; y la estética, que es la expresión artística con que el torero nos cuenta aquel combate. Aunque nunca lo repite, sino que siempre es el primer y distinto combate, porque el toro es distinto, distinta es su lidia y distinto el toreo que nos la cuenta. Vayamos al toro, pues sin entenderlo mal se entiende la lidia y el toreo.

En el primer tercio, el toro presenta sus credenciales. No lo hace de motu propio, sin quererlo nos lo dice su forma de asumir el espacio desconocido (el ruedo) donde sabe que algo va a suceder. Puede atacar decidido, sin reserva alguna y embestir a los burladeros en los que advierte la presencia de extraños que lo llaman. Puede hacerlo rematando en sus tablas por abajo (bravura resuelta) o por arriba (bravura contenida) o puede emplazarse en las afueras (pronóstico incierto) o corretear las tablas (barbear) verificando si hay salida (inicial mansedumbre).

A partir de ese momento es el torero quien pregunta al toro. Le pregunta con su capote cómo es, y el toro le responde embistiendo con codicia al lance y volviendo encelado a lo que no ha podido cornear, o bien huye, se aleja y vuelve “contrario”, regresando a la pelea con el espacio más abierto, por si las moscas, sin definirse. Hace varias décadas, cuando el toro era menos bravo y sus embestidas más inciertas, fue el peón de turno quien probaba al toro de salida -Michelín, Luque Gago, Miguelañez, Orteguita, etc. eran clarividentes en el toreo de recibo-, hoy, la bravura más consolidada del toro ha permitido que sea el matador quien lo reciba, no solo para bregarlo, también para torearlo.

La suerte de varas psicoanaliza al toro de lidia

Pero sea como sea el toro, en la suerte de varas empezará a decir, de verdad, quién es, a advertir cuál será su comportamiento durante el resto de la lidia, a no ser que lo corrija el torero. Cuando se arranca de largo al caballo, después de haber sido citado, anuncia bravura. Puede ir con la cabeza descolgada, lo que denota clase en la embestida, pero también puede hacerlo con la cara alta o a media altura, pues lo citan desde arriba; lo decisivo será cómo meta la cara en la reunión. Si es bajo el estribo indica bravura; si lo hace con la cara alta, poco empeño, futuras embestidas cortas; si empuja al peto con un solo pitón, tendencia a apretar por ese pitón a los engaños; si bascula del pecho a la grupa del caballo, falta de fijeza, poca entrega a la embestida; si hace ruido en el estribo, nula entrega, posible sustitución de la embestida por el derrote; si es reacio a cuadrarse ante el cite del picador y luego tan solo se deja pegar, falta de celo, poca raza; si romanea empujando con el tercio delantero, bravura honda, y solo levantará el tercio posterior cuando el encuentro venga precedido de una larga embestida; si tardea, puede ser porque no se le ha cuadrado a la distancia que lo incita a embestir; y si se encela hasta su extenuación, una bravura ilimitada. Pero estos elementales comportamientos (hay tantos como toros se lidian) han de ser evaluados de acuerdo con la destreza o deficiencia de los lidiadores y el posicionamiento del picador, que debe ser el exigido por las condiciones expresadas por el toro.

Otros muchos son los matices con los que el toro expresa frente al caballo su condición de bravo, de bravucón o de manso. Son tantos y tan variados como distintos son los toros sometidos a esta prueba, imprescindible para el desarrollo correcto del toreo.

Pero la suerte de varas tiene otros cometidos que la avalan como eje imprescindible de la lidia. Desde antiguo, el aficionado sabía que “el toro bravo no se duele al castigo”, pues con razón entendía que solo así se puede explicar que el toro regrese y acepte una y otra vez la pelea en el sitio y con quienes ha sufrido el castigo del puyazo. Lo que no podía suponer es que la ciencia terminaría por darle la razón. Gracias a ella (a partir de las investigaciones del biólogo Fernando Gi Cabrera) se supo que la acción de la puya en la piel del toro (no en su carne) le genera un poderoso proceso neuroendocrino que activa una serie de neurotransmisores que palían su estrés, bloquean su dolor e incentivan su combatividad. Tan desconcertante descubrimiento ha cambiado el cometido atribuido a la suerte de varas, que ha dejado de ser considerada -por la investigación biológica y fisiológica- como una acción ofensiva, de castigo, y asumida como paliativa. A esta irrebatible conclusión -la ciencia no opina, demuestra- se suma la investigación sobre el atemperamiento del toro en la suerte de varas, llevada a cabo por el veterinario, Francisco Hernández Alejandro, que ha medido el gasto energético hecho por el toro en sus distintas acometidas al caballo, ya no atribuidas a la sangría provocada por la puya, menor al diez por ciento del volumen sanguíneo en el toro más picado, extracción proporcionalmente inferior al extraído a un humano en una donación voluntaria.

Su diagnóstico es incontrovertible: el toro se atempera por el enorme gasto energético que realiza en su embestida y su derrote al caballo. Su medición llega a alcanzar los diez mil “julios”, lo que equivale a la energía desplegada por un automóvil al pasar de cero a cien kilómetros por hora en tres segundos, o el de un cartucho al ser disparado por una escopeta. A la par que estas investigaciones, las del veterinario Julio Fernández Sanz han evaluado con exactitud el estado fisiológico óptimo del toro, su calidad genética y orgánica, la incidencia del buen manejo en el campo sobre el buen juego del animal en la plaza, lo que garantiza sus mejores prestaciones para la lidia, así cómo, igualmente, las inadecuadas acciones en la plaza (las más decisivas en la suerte de varas) pervierten el buen juego del animal.

De momento, no se ha producido un intercambio entre la sabiduría empírica del lidiador y la ciencia exacta del investigador, pero su entendimiento parece inevitable y un hecho concreto, la innovación de los útiles de la lidia, diseñados por primera vez en la historia de la tauromaquia de acuerdo con una rigurosa investigación sobre la fisiología del toro, sin duda lo dinamizará.

Por ejemplo, la inatacable información científica sobre la lidia demuestra, para sorpresa de profesionales y aficionados, que la sangría del toro -inevitable al atravesar necesariamente la piel del toro- nada tiene que ver con el atemperamiento que experimenta tras la suerte de varas. Si dicha sangría resulta excesiva suele ser consecuencia de varios factores indeseables: mala colocación de puyazo, delantero y caído, que afecta a la escápula; trasero y arriba, que provoca lesiones óseas, cuyo dolor no puede ser neutralizado; y trasero y caído, que suele provocar un daño irreparable en la pleura o interesar el pulmón y producir neumotorax. Estas lesiones, más comunes de lo deseable, deterioran la embestida de toros bravos y poderosos que por lo general destruyen sus buenas embestidas, y se defienden, o se paran o aparentemente se rajan, según la común opinión por falta de fondo o de raza, cuando lo cierto es que estas lesiones (orgánicas, óseas) les impiden superar su dolor o, sencillamente, respirar.

lunes, 7 de julio de 2025
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