JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Ahora que parece que los toros que cría Victoriano del Río están sacando un aire más rabiosillo que lo que acostumbraban, que estas cosas pasan en las ganaderías, puede decirse que la mayor ilusión de la tarde estaba puesta en ver cómo se comportaría el ganado. Ahí tenían preparados cinco toros de Victoriano del Río y uno de Toros de Cortés, que como todo el mundo sabe es lo mismo que lo de Victoriano pero que lo llama Toros de Cortés, por darle aire al apellido de su dignísima madre. A la postre el de Cortés fue el toro que menos dijo en el conjunto de la tarde. Ese toro y uno de los Victoriano estaban en la edad de cuatro años y ambos fueron enlotados juntos y, como es natural, ambos le tocaron en gracia a Borja Jiménez, que esas casualidades se dan. Los otros cuatro eran cinqueños. El conjunto fue serio de apariencia, bien presentados, lustrosos y más revoltosos de lo que se espera generalmente el que se anuncia con estos toros. Acaso algunas caidillas de ésas como de haber tropezado serían la nota más negra del encierro al que respetaron bastante los vándalos a caballo, que nos dejaron la habitual, cotidiana, sarta de imprecisiones, puyazos traseros o caídos que son el día a día del antiguamente noble oficio de picador de toros.
En el cartel pusieron a Emilio de Justo, a Borja Jiménez y a Tomás Rufo, los tres bien conocidos de la afición madrileña.
Emilio de Justo saludó a base de chicuelinas a un tío que atendía por Pudoroso, número 38, negro, de imponente presencia. Tras el paso por la picadora de carne y sin dar que hablar en banderillas, no pareció que el acople entre las intenciones del torero y las del toro fuera el óptimo, impresión que se acrecentó en el inicio de la faena de muleta, cuando el toro echó mano del torero cuando trataba de iniciar su faena por la derecha. Se llevaron las asistencias a Emilio a la enfermería y ahí se quedó el toro a disposición de Borja Jiménez que no pensaba en otra cosa que clavarle el estoque, sin echar muchas cuentas de cómo el animal estaba deseoso de irse hacia las tablas, pero Borja aplicó el reglamento de Protección de Riesgos Laborales y, en vez de sacarle al tercio, y tratar de hacer la suerte con dignidad, ahí estuvo moneando al bicho lo que le convino, medio pegado a tablas, hasta que le dejó una estocada de cualquier manera que puso fin a la vida del primero de la tarde. Los mulilleros, los benhures de la propineja, dieron otra «performance» de las suyas con los tres machos a la carrera arrastrando nada, como los caballos de la cuádriga de Mesala, cuando éste cae, en el famoso filme de 1959.
Corrieron turno por las fatiguitas que acababa de pasar Borja Jiménez y salió por la puerta de chiqueros el toro Carterista, número 94, a disposición de Tomás Rufo. Se luce Fernando Sánchez en un buen y sobrio par de banderillas, abandonando esas actitudes más escénicas que adoptaba, y recibe buenos y merecidos aplausos. Pensamos que el vestido azul soraya y azabache lo estrenaba hoy. También conviene decir que un buen detalle de un matador es tener una buena cuadrilla, y en ese sentido hay que reconocerle a Rufo que la compañía que llevaba, Sergio Blasco y Andrés Revuelta y el citado Sánchez, era muy estimable. Ahora a Rufo, una vez que le dejaron los Lozano, le lleva el hermano del crítico taurino Nogales de la Serna, vate consagrado al loor de Morante, y no parece que esta compañía haya variado en apenas nada las condiciones del toreo pueblerino y vulgar del toledano.
Tomás Rufo se encenagó en otra de sus tardes en las que brilla por su ausencia cualquier atisbo de colocación y el amable público que llenaba la Plaza, que recibió con vítores acaso excesivos el inicio de Rufo, se fue cayendo del guindo a medida que avanzaba la faena en la que no hubo nada sobresaliente, salvo el afán por practicar el más descarnado ventajismo. Se tiró a los bajos del toro y allí dejó la estocada que le valió el silencio, siendo reconocida la condición del toro con aplausos en su arrastre.
En tercer lugar apareció en la arena el llamado Bocinero, número 152, también de capa negra al que Borja Jiménez recibió de capa con gusto y sevillanía a base de verónicas y una sentida media, muy abelmontada, que a la postre es lo mejor de todo lo que trajo a Madrid esta tarde. Estábamos muy tranquilos los recalcitrantes de Las Ventas porque en todo septiembre, entre los Desafíos Ganaderos y la espléndida Corrida Concurso, no habíamos tenido que sufrir a nadie haciendo pases cambiados por la espalda, que a ver quién se atrevía, y hoy Borja nos ha traído de bruces a la realidad del toreo cotidiano, cuando inició su faena con esa fruslería, que no hubiera osado hacerle ni al Saltillo de Palha, número 341, ni al Excitado de Partido de Resina, número 21. Cuestión de respeto. La labor del espartinero se va alejando cada vez más de la de aquella aquella explosiva tarde en Madrid, Feria de Otoño, toros de Victorino Martín, donde Borja dio un soberano puñetazo en la mesa y dijo: ¡Aquí estoy yo! El tiempo va pasando y el adocenamiento se va haciendo dueño de la carrera de Jiménez, que basa su actual tauromaquia en los principios del neotoreo: falta de colocación, cesión de la posición, búsqueda de la ligazón. En ese sentido es muy difícil que su propuesta llegue al alma de quien tenga un concepto un poco elaborado sobre qué es torear, excitando vivamente la ilusión de aquel público más acrítico o fiestero, que no contempla la faena a un toro desde el punto de vista moral. Su tauromaquia se va «espartaquizando», su cite va acompañado de gritos y berreos como si fuese a echar el bofe, su figura se presenta basta y sin ápice de elegancia, la posición que adopta antes de entrar a matar, normalmente buscando los blandos, es de una antiestética que espanta. Además tuvo la mala pata de que le tocase un toro digno de mejor suerte, ante el que su propuesta se fue quedando en nada. Le dieron un aviso. Mató a la carrera tirando la muleta tras pinchar y dejó una estocada baja, tal y como prometía la posición que adoptó ante el toro al igualarle. Ovación para el toro.
El segundo de Rufo fue Bochornoso, número 105, que es el que debía haber salido en sexto lugar. Tras brindar el toro a su gran benefactor, el mayoral Florencio, se dispuso a dar otra lección de su nada edificante manera de torear, y si la faena comenzó como si de una capital de provincia se tratara, luego pasó a faena del tipo de un pueblo sede de Partido Judicial y acabó en la faena de una pedanía: un canto a la España vaciada, como su toreo está vacío de interés. Desperdició las condiciones del buen toro, especialmente para la muleta, muy en el tipo de Victoriano, y fue comprobando cómo el desinterés de las gentes subrayaba su actuación.
Volvió Borja al palenque, esta vez a vérselas con Soleares, número 192, que es el cuatreño de Cortés, pero su ocasión se había pasado con Bocinero. Empezó con estatuarios y siguió con su catálogo de ventajas y de triquiñuelas, minorada su labor por la condición estúpida del toro, que lo mismo metía un cabezazo que se quedaba absorto. Le despenó a la primera. Lo mismo Borja debería volver a tener a Julián Guerra por el callejón dándole órdenes y dictándole la faena, que eso le funcionó estupendamente. No perdemos la esperanza de que retorne a la buena senda.
Cuando las gentes huían de la Plaza con tal de no volver a ver a Rufo, de pronto se abrió la puerta de la enfermería y de ella emergió, como Lázaro, Emilio de Justo con su vestido verde y oro. Un clamor recorrió la Plaza y las gentes, alzando los brazos, clamaban: Surrexit Aemilius, alleluia!, y una ovación iba saludando su paso por el callejón con destino al burladero del 9, donde aguardó la salida de Diamante, número 6, al que receta recias verónicas de recibo airosamente rematadas soltando el capote a una mano y con una larga, echándose el capote a la espalda, cosechando fuertes ovaciones. Luego galleó por chicuelinas y para la cosa de la muleta inició su labor sacándose el toro a los medios con una espléndida filigrana, que puso a todos de acuerdo y en pie. Luego tiró el estoque simulado (?) y se dispuso a montar su faena, que ya no volvió a estar a la sublime altura del prometedor inicio. Muchos pases, ligados, abuso de la descolocación, toreo de cesión y de pata atrás, desmayo algo impostado, como de «borracho meando» y una aceptable serie de naturales en el límite de lo ortodoxo, casi en el final de la faena, componen una actuación que fue seguida desaforadamente por los tendidos, que no dudaron en mirar para otro lado del bajonazo con el que despenó al toro y demandar la oreja y después la otra, que don Roberto Gómez Guillén, asesorado en la cosa artística por Vicente Yesteras, no dudó en conceder, dando lugar a una nueva Puerta grande de poco peso y de escasa significación.
Morenito de Arlés bregó de manera primorosa y dio una lección práctica de toreo de capa al que estuviera atento.
Par de Fernando Sánchez
ANDRÉS MOORE
FIN





















Sr.Marquez a Vd hay que quererlo en el mejor sentido de la palabra,porque sabe de lo que habla y tiene agallas para contarlo y que se entienda sin necesidad de gritar o perder las formas. Nos va quedando poco por desgracia.
ResponderEliminar