Por Plácido González Hermoso
MITOTAURICO
La mitología del toro es tan extensa y variada que puede contemplarse desde distintos enfoques conceptuales.
En esta ocasión el análisis será desde uno de los aspectos religiosos, donde la utilización del toro portador de las imágenes de los dioses en los desfiles procesionales, utilizando carros cultuales, está ampliamente documentada en las diferentes sociedades de la antigüedad.
Los sumerios utilizaron, incluso, el término de “Toro conductor” para designar a uno de sus meses primaverales.
Durante la festividad del Año Nuevo babilónico, llamado mes de Nisán (equivalente al mes de Marzo), las imágenes de los dioses locales eran llevadas, desde otras ciudades, hasta Babilonia, transportadas en los barcos procesionales conocidos como “magur ó mathusa” y puestas encima de una plataforma que era portada por un toro y acompañado por el soberano, como recoge la impresión de un cilindro-sello hallado en el tesoro del templo de Uruk, de finales del IV milenio a.C. Durante los días que duraba la celebración del Año Nuevo, los dioses eran llevados, en solemne procesión, de templo en templo de la ciudad babilónica, en una especie de peregrinaje penitente.
Otra costumbre, en Oriente Próximo, fue la de enganchar toros a los carros que conducían al difunto a su última morada, o también en los carros procesionales en los que desfilaban los dioses o los ornamentos sagrados.
Esa evidencia la hallamos representada en un vaso de oro de Hasanlu (s. XIX a.C.) hallado cerca del lago Urmia (N.O. de Teherán, Irán) donde aparece, entre otros motivos, un carro conducido por un dios alado y tirado por un buey celeste que escupe la lluvia, exponente manifiesto de la representación del dios de la lluvia o las tormentas.
En la Biblia encontramos un hermoso pasaje que nos relata un episodio en el que el Arca de la Alianza es transportada en un carro tirado por dos bueyes -tras abandonarla los filisteos después de sufrir grandes desgracias por haberla robado a los judíos-, cuando el rey David la trasladó a Sión: “Pusieron el arca de Dios sobre un carro nuevo y la llevaron de la casa de Abinadab. Conducían el carro Uza y Ajio. David y todo Israel danzaban delante de Dios con todas sus fuerzas y cantaban y tocaban arpas, salterios y tímpanos, címbalos y trompetas. Cuando llegaron a la era de Cidón, Uza tendió la mano para agarrar el arca, porque los bueyes recalcitraban...”, es decir se resistían a seguir el camino; cuya acción le costó la vida a Uzá, por haber tocado el Arca. (1Cron.13,7-10)
Otro dato curioso en el que el toro es portador, no de imágenes o dioses como acabamos de relatar, sino de objetos sagrados, es la gran fuente de abluciones del Templo de Salomón -construido en el 4º año del reinado de Salomón 971-931 a.C.; destruido el año 587 a.C. por Nabucodonosor II y reconstruido entre el 520-515 a.C. y definitivamente destruido el año 70 d.C. por los ejércitos de Tito-, conocido como el “Mar de bronce”, mandado construir por Salomón al fundidor Hiram, hijo de una viuda de la tribu de Neftalí y natural de Tiro, cuyas dimensiones eran: “…diez codos del uno al otro lado, redondo (un codo equivalía a 45 centímetros, total 4,5 metros de diámetro), y de cinco codos de alto... Estaba asentado sobre doce toros, de los cuales tres miraban al norte, tres al poniente, tres al mediodía y tres al naciente... Hacía dos mil batos" (un bato equivalía a 37 litros, total 74.000 litros). (1Reyes 7, 23-27)
Aunque la Biblia no es demasiado explícita al respecto, encontramos al menos dos ejemplos que ilustran la utilización de toros en el transporte funerario, aunque separados en el tiempo por varios siglos, nos inducen a pensar que su uso estuvo en vigor durante bastantes centurias.
En el pasaje en que se relata la muerte del rey de Judá, Ocozías (843 a.C.), a manos de Jehú, cerca de Megiddo, se dice que ”...sus siervos le llevaron en un carro a Jerusalén y le sepultaron...”(2Reyes, 9, 28)
En otro pasaje de ese mismo libro se relata también la muerte del rey Josías (609 a.C.) por el faraón Necao, también en Megiddo “Sus servidores trasladaron su cadáver en un carro desde Megiddo, llegaron a Jerusalén y lo sepultaron en su sepulcro...”(2Rey 23,30).
Aunque el autor bíblico no cita qué animales arrastraban los carros, sí sabemos, por la iconografía de la época, que los toros o bueyes eran los animales de tiro habituales y destinados a estos menesteres, ya que los caballos solo se utilizaban para la guerra y para los carros de guerra.
Tal vez uno de los episodios más representativos narrados en la Biblia es sin duda la famosa visión del profeta Ezequiel (627-570 a.C.) que la identificó como "La Gloria del Señor", hecho ocurrido cuando se encontraba entre los componentes del pueblo judío deportado en tierras de Babilonia, ordenada por Nabucodonosor II, allá por el siglo VI a. C. La narración del propio Ezequiel, desde el Capítulo I, comienza así:
“Hallándome entre los deportados, a orillas del río Quebar, se abrieron los cielos y contemplé una visión divina. Fue el año quinto de la deportación de Jeconías (conocido por Joaquín de Judá, 598-597).Vino la Palabra del Señor a Ezequiel…Entonces se apoyó en mí la mano del Señor, y vi que venía del norte un viento huracanado, una gran nube y un zigzagueo de relámpagos. Nube nimbada de resplandor, y entre el relampagueo algo como el brillo del electro. En medio de éstos aparecía la figura de cuatro seres vivientes; tenían forma humana, cuatro rostros y cuatro alas cada uno. Sus pies eran como pezuñas de novillo… Su rostro tenía esta figura: rostro de hombre, y rostro de león por el lado derecho de los cuatro, rostro de toro por el lado izquierdo de los cuatro, rostro de águila los cuatro… Miré y vi en el suelo una rueda al lado de cada uno de los cuatro seres vivientes… las cuatro tenían la misma apariencia. Su hechura era como si una rueda estuviera encajada dentro de la otra…para poder rodar en las cuatro direcciones sin tener que girar al rodar…Sobre la cabeza de los seres vivientes había una especie de plataforma… Y por encima de la plataforma, que estaba sobre sus cabezas, había una piedra de apariencia de zafiro en forma de trono; sobre esta especie de trono sobresalía una figura que parecía un hombre…Era la apariencia visible de la Gloria del Señor”.
Más adelante, en el capítulo 10,13, Ezequiel describe nuevamente la visión reseñada y dice: “Oí que a las ruedas las llamaban La Carroza” .
El profeta Habacuc (605 a.C.), al parecer contemporáneo de Ezequiel, hace referencia al carro de Yahveh cuando le interpela: “¿Es que arde, Señor, contra los ríos, contra los ríos tu cólera, contra el mar tu furor, cuando montas tus caballos, tu carro victorioso?”
Y anteriormente a todos éstos sucesos, el profeta Isaías (s.VIII a.C. Según los apócrifos Vida de los Profetas, murió aserrado durante la persecución provocada por el rey Manasés) en el último capítulo de su libro, el 66-15, advierte cual es la forma de la llegada del Señor Yahveh, cuando habla de los que serán excluidos de la nueva Jerusalén: “Porque el Señor llegará con fuego y sus carros como torbellino, para desahogar con furor su ira y su indignación con llamas”.
Una de las descripciones más antiguas en Turquía, sobre los desfiles procesionales con carros cultuales portadores de imágenes, se encontró en un texto cuneiforme protohitita de Bogazköy, del III milenio a.C., donde se narra una fiesta en Capadocia en honor del dios Telepinu: “El cuarto día, cuando amanece, el sacerdote (del templo) de la ciudad de Hanhanna engancha los bueyes al carro del dios.Dos bueyes son regalados por el sacerdote de la casa de Orijanni (un gran señor cuya profesión no se precisa). Ellos colocan al dios y su sacerdote ... El segundo día: sus orejas (las de los bueyes) se adornan también ... Colocan al dios detrás (es decir, detrás de los bueyes sobre el carro). Su sacerdote se coloca con él. Luego él (el sacerdote) sujeta al dios en su lugar..." (para impedir que la estatua o la estela divina se desplace o se caiga).
El dios de la tormenta Hitita Teshub, viajaba montado en su carro, de ruedas muy primitivas, tirado por sus dos toros sagrados Sheri y Urri, traducido por “Día y Noche”.
Otra modalidad de toros transportadores de dioses eran las monturas sagradas de la divinidad, de uso común en muchas zonas del conocido “Crecienten fértil”, como se aprecia en el dios Adad, dios de la tormenta de la zona Alepo y Ebla, que tenía como montura un toro sagrado.
La iconografía representativa de esas monturas sagradas era un tema recurrente en una amplia zona del oriente próximo, dentro de una extensa gama de soportes, como cilindros-sellos sobre arcilla, cobres, basalto, esteatita etc.
Es interesante una estela basáltica encontrada en Ebla, hacia el año 2.000 a.C. hoy en el Museo Arqueológico de Idlib. Sus cuatro caras estaban subdivididas en cinco registros, donde en la cara principal se ve a la diosa Ishtar, dentro de un curioso edículo alado (templete para cobijar a las divinidades), puesta sobre la espalda de un toro; todo ello encuadrado entre dos hombres-toro.
En la cara posterior aparecen dos figuras míticas, una esfinge alada y un toro androcéfalo.
Lo mismo ocurre con la montura del dios de la India Siva, que era el toro Nandi, el cual dicen que labró con sus cuernos los cauces de los ríos Indo y Ganges. Esta asociación del toro y la divinidad, con Siva en este caso, bien pudieran haber sido adoptadas de las ultra-lejanas concepciones religiosas de las poblaciones paleolíticas de la península indostánica, donde se han encontrado unas pinturas rupestres, en concreto en la zona de Bhimbetka, cerca de Bhopal, en las que se representa a un personaje sobre un toro, que más bien pudiera identificarse con una vaca, cuya orla rodeándole nos inclina a pensar que nos hallamos ante la presencia de una divinidad.
La escena pudiera ser asociada al dios de las tormentas, en el caso de que fuese un toro el animal representado, de un amplio arraigo en las sociedades agrícolas, o bien, si fuese la vaca el animal de la pintura, se referiría a una escena de fertilidad, de gran fuerza e importancia en dichas sociedades agrícola-pastoriles.
El nombre Bhimbetka, el lugar donde se encuentran dichas pinturas, se cree que podría proceder de la frase dialectal bhīm bait ka (“Bhimá que se sentó en estas rocas”, un personaje del inmenso texto épico sánscrito Majábharata, escrito hacia el siglo VI a.C.).
Aunque las informaciones que han llegado hasta nosotros no son lo suficientemente abundante como quisiéramos, relativas a la cultura desarrollada en el valle del río Indo, entre el 2600 y el 1800 a.C., (en el actual Pakistán), en concreto en las zonas de Möhenjo Daro, que significa “montículo de la muerte”, y Harappa, al menos las impresiones sobre arcilla y los objetos iconográficos encontrados, en las excavaciones arqueológicas, delatan una fuerte presencia del toro en la esfera religioso-cultual.
Muestra de ello es este carro ceremonial de oro portando a un personaje, posiblemente una divinidad protectora y tirado por dos toros.
En el ritual de la muerte y resurrección de Atis, circunscrito a las fiestas de primavera dedicadas a Cibeles en las fiestas de Año Nuevo, coincidentes con el equinoccio de primavera, el día 27 de marzo, el festival romano finalizaba con una procesión al arroyo Almo (arroyo que desemboca en el Tiber al pié de las murallas de Roma), adonde era llevada la imagen argéntea de la diosa, tallada toscamente en piedra negra, colocada encima de una carreta tirada por bueyes, en cuyo arroyo era lavada la carreta y la imagen de la diosa por el gran sacerdote. A la vuelta del baño esparcían sobre la carreta y los bueyes las flores de primavera.
En el país del Nilo, está perfectamente documentada la utilización de carretas tiradas por bueyes para arrastrar el catafalco de la momia hasta su última morada, cuya práctica la encontramos reflejada en las pinturas de las tumbas reales de Tebas. El nombre Bhimbetka, el lugar donde se encuentran dichas pinturas, se cree que podría proceder de la frase dialectal bhīm bait ka (“Bhimá que se sentó en estas rocas”, un personaje del inmenso texto épico sánscrito Majábharata, escrito hacia el siglo VI a.C.).
Aunque las informaciones que han llegado hasta nosotros no son lo suficientemente abundante como quisiéramos, relativas a la cultura desarrollada en el valle del río Indo, entre el 2600 y el 1800 a.C., (en el actual Pakistán), en concreto en las zonas de Möhenjo Daro, que significa “montículo de la muerte”, y Harappa, al menos las impresiones sobre arcilla y los objetos iconográficos encontrados, en las excavaciones arqueológicas, delatan una fuerte presencia del toro en la esfera religioso-cultual.
Muestra de ello es este carro ceremonial de oro portando a un personaje, posiblemente una divinidad protectora y tirado por dos toros.
En el ritual de la muerte y resurrección de Atis, circunscrito a las fiestas de primavera dedicadas a Cibeles en las fiestas de Año Nuevo, coincidentes con el equinoccio de primavera, el día 27 de marzo, el festival romano finalizaba con una procesión al arroyo Almo (arroyo que desemboca en el Tiber al pié de las murallas de Roma), adonde era llevada la imagen argéntea de la diosa, tallada toscamente en piedra negra, colocada encima de una carreta tirada por bueyes, en cuyo arroyo era lavada la carreta y la imagen de la diosa por el gran sacerdote. A la vuelta del baño esparcían sobre la carreta y los bueyes las flores de primavera.
Más tarde, Apis se convirtió en el toro que sirvió de vehículo a los miembros recompuestos del cuerpo de Osiris, tras fallecer a manos de su hermano Set, en aquella lucha fratricida, Isis, esposa y hermana de Osiris, después de haber reunido los miembros de éste, los metió en un buey de madera que se supone lo transportó a su sepultura.
Se sabe que los griegos uncían bueyes a los carros que tiraban del sarcófago del difunto, como lo refleja la Ilíada que ocurrió en la guerra de Troya, para el traslado de los soldados muertos. Tras la lucha entre Héctor y Ajax éste llega ante la presencia de Agamenón que le brindó el lomo entero de un buey. Tras comer, el anciano Néstor habló a los Atridas y les pidió: “…retiremos los cadáveres con la ayuda de mulas y de bueyes, quemándolos ante las naves para que cada cual pueda llevar las cenizas de los suyos a sus hijos…”. (Rapsodia VII,327)
También la deidad griega Hera, la celosa esposa y hermana de Zeus -diosa del matrimonio y los nacimientos, cuyo emblema era una vaca, por ser un animal maternal- disponía de un carro arrastrado por dos bueyes blancos para sus desplazamientos.
Esta relación del dios con el toro en cuanto montura, como antecedente oriental trasladada a nuestra Península, la podemos encontrar en una pintura prehistórica del abrigo de la Vieja (Alpera, Albacete), que al decir de los entendidos, una figura de gran tamaño, tocada con un penacho de plumas, con tres flechas en una mano, apoya su pié izquierdo sobre el testuz de un toro mientras que su pierna derecha traspasa los cuartos traseros de un ciervo. Parece ser que esta imagen podría representar a un dios de la caza, o también podría tener alguna relación con el dios de la tormenta, si considerásemos las tres flechas de la mano derecha como símbolos de los rayos de la tormenta, que la mayoría de dioses de esta potestad exhiben en las representaciones pictóricas orientales.
Otros ejemplos que ilustran la utilización del toro en los transportes funerarios, ocurrió al transportar el cuerpo del apóstol Santiago el Mayor, cuando arribó a las costas gallegas de la ría de Padrón.
Sin embargo, después de llegar a Jerusalén, donde el apóstol fue degollado por orden del rey Herodes Agripa, dos de sus discípulos robaron el cuerpo y tras prepararlo lo embarcaron de nuevo rumbo a Iria Flavia.
El 25 de julio del año 44, tras un largo periplo que los llevó desde Israel al fin de la Tierra, transportado en un barco dentro de un sarcófago de mármol y después de franquear las columnas de Hércules, abordó las costas gallegas españolas. La reina Lupa, que habitaba en tierras gallegas, indignada, mandó uncir, al carro que debía transportar su ataúd, dos toros salvajes para que lo rompieran contra las rocas, pero los toros impresionados por el signo de la cruz se volvieron mansos cual corderos y lo llevaron hasta el palacio de la reina, que se convirtió y transformó su palacio en un monasterio, cuna de las peregrinaciones de Santiago.
Este acontecimiento milagroso es relatado en el Libro II, Capítulo I del “Codex Calixtinus”, un manuscrito iluminado, de mediados del siglo XII, conservado en la Catedral de Santiago de Compostela y atribuido al Papa Calixto II (1050-1124) de la siguiente manera: “…Sus discípulos, apoderándose furtivamente del cuerpo del maestro, con gran trabajo y extraordinaria rapidez lo llevan a la playa, encuentran una nave para ellos preparada, y embarcándose en ella, se lanzan a la alta mar, y en siete días llegan al puerto de Iria, que está en Galicia, y a remo alcanzan la deseada tierra…. Emprendida, pues, la marcha hacia oriente, trasladan el sagrado féretro a un pequeño campo de cierta señora llamada Lupa… le piden que les dé un pequeño templo en donde ella había colocado un ídolo para adorarlo… y les contesta hipótricamente: “"Id, dijo; buscad el rey que vive en Dugio, y pedidle un lugar para disponer la sepultura a vuestro muerto"…. Obedeciendo sus indicaciones…llegan… a presencia del rey… y le cuentan en detalle quiénes y de dónde son y por qué habían venido. El rey… ordena… que ocultamente se les prepare una emboscada y que se mate a los siervos de Dios. Pero, no obstante, descubierto esto por voluntad de Dios, marchándose secretamente, escapan huyendo con rapidez. Cuando se informó al rey de su fuga… persigue pertinazmente el rastro de los fugitivos siervos de Dios. Y como ya hubiese llegado al extremo de estar a punto de ser muertos a manos de los empedernidos perseguidores, atraviesan, inquietos éstos, tranquilos aquéllos, un puente sobre cierto río, y en un solo y mismo momento, por súbita determinación de Dios omnipotente, se resquebrajan los cimientos del puente que atravesaban, y se desploma desde lo alto a lo profundo del río, completamente derruido…
Después recorren el camino hasta la casa de la citada matrona y le muestran cómo la exasperada determinación del rey había querido perderles con la muerte, y lo que Dios había hecho contra él para su castigo.
Luego, con insistentes ruegos, le piden que ceda la precitada casa dedicada a los demonios, para consagrarla a Dios… Mientras ellos la urgían… a que suministrase parte del pequeño predio para enterrar el cuerpo del santísimo varón, ideada una nueva y desusada estratagema, creyendo poder matarlos con algún engaño, habló de esta manera: "Puesto que, dijo, veo vuestra intención tan decididamente inclinada a eso, y que no queréis desistir de ella, id y coged unos bueyes mansos que tengo en un monte, y acarreando con ellos lo que os parezca de más utilidad y cuanto necesitéis, edificad el sepulcro. Si os faltasen alimentos, procuraré liberalmente dároslos a vosotros y a ellos". Oyendo esto los apostólicos varones y sin percibir la hipocresía de la mujer, se marchan dando las gracias, llegan al monte y descubren algo distinto que no esperaban. Pues al pisar los linderos del monte, de pronto un enorme dragón, por cuyas frecuentes incursiones se hallaban entonces desiertas las viviendas de las aldeas próximas, saliendo de su propia guarida, se lanza, echando fuego, sobre los santos varones… dispuesto a atacarlos y amenazándolos con la muerte. Mas acordándose ellos de las doctrinas de la fe, oponen impávidamente la defensa de la cruz, le obligan a retroceder haciéndole frente y, al no poder resistir el signo de la Cruz del Señor, revienta por mitad del vientre…. Este monte, pues, llamado antes el Ilicino, como si dijéramos el que seduce, porque con anterioridad a aquel tiempo sostenían allí el culto del demonio… fue llamado por ellos Monte Sacro, es decir, monte sagrado.
Y al ver desde allí corretear los bueyes que arteramente se les había prometido, los contemplan bravos y mugientes, corneando el suelo con su elevada testuz, y golpeando fuertemente la tierra con las pezuñas. Y de pronto, mientras corriendo unos tras otros por la dehesa representaban una cruel amenaza de muerte con su peligrosísima carrera, tanta mansedumbre y lentitud se apoderó de ellos, que los que al principio se acercaban corriendo para ocasionar una catástrofe impulsados por su atroz bravura, luego con la cerviz baja confían espontáneamente su cornamenta en manos de los santos varones.
Los portadores del santo cuerpo, acariciando a los animales que se habían convertido de salvajes en dóciles, sin tardanza les colocan encima los yugos y, marchando por el camino más recto, entran en el palacio de la mujer con los bueyes uncidos. Ella, ciertamente, estupefacta, reconociendo los admirables milagros, movida por estas tres evidentes señales, se aviene a su petición, y perdida su insolencia, tras haberles entregado la pequeña casa y haberse regenerado con el triple nombre de la fe, se convierte en creyente del nombre de Cristo con toda su familia… Y cavado profundamente el suelo, tras haber sido aquéllos destruidos y convertidos en menudo polvo, se construye un sepulcro, magnífica obra de cantería, en donde depositan con artificioso ingenio el cuerpo del apóstol. Y en el mismo lugar se edifica una iglesia del tamaño de aquél que, adornada con un altar, abre una venturosa entrada al pueblo devoto.”
Todos estos ejemplos, que acabamos de relatar, tuvieron su continuidad en el mundo cristiano, donde la costumbre de transportar en un carro tirado por bueyes las imágenes sagradas, durante los desfiles procesionales, sigue siendo una prácticas tan habitual como abundante y que serán objeto de tratamiento en el siguiente artículo.
Y al ver desde allí corretear los bueyes que arteramente se les había prometido, los contemplan bravos y mugientes, corneando el suelo con su elevada testuz, y golpeando fuertemente la tierra con las pezuñas. Y de pronto, mientras corriendo unos tras otros por la dehesa representaban una cruel amenaza de muerte con su peligrosísima carrera, tanta mansedumbre y lentitud se apoderó de ellos, que los que al principio se acercaban corriendo para ocasionar una catástrofe impulsados por su atroz bravura, luego con la cerviz baja confían espontáneamente su cornamenta en manos de los santos varones.
Los portadores del santo cuerpo, acariciando a los animales que se habían convertido de salvajes en dóciles, sin tardanza les colocan encima los yugos y, marchando por el camino más recto, entran en el palacio de la mujer con los bueyes uncidos. Ella, ciertamente, estupefacta, reconociendo los admirables milagros, movida por estas tres evidentes señales, se aviene a su petición, y perdida su insolencia, tras haberles entregado la pequeña casa y haberse regenerado con el triple nombre de la fe, se convierte en creyente del nombre de Cristo con toda su familia… Y cavado profundamente el suelo, tras haber sido aquéllos destruidos y convertidos en menudo polvo, se construye un sepulcro, magnífica obra de cantería, en donde depositan con artificioso ingenio el cuerpo del apóstol. Y en el mismo lugar se edifica una iglesia del tamaño de aquél que, adornada con un altar, abre una venturosa entrada al pueblo devoto.”
Todos estos ejemplos, que acabamos de relatar, tuvieron su continuidad en el mundo cristiano, donde la costumbre de transportar en un carro tirado por bueyes las imágenes sagradas, durante los desfiles procesionales, sigue siendo una prácticas tan habitual como abundante y que serán objeto de tratamiento en el siguiente artículo.
BIBLIOGRAFIA
--Cristina Delgado Linacero.- “El toro en el Mediterráneo”
--Lara Peinado y Córdoba Zoilo, “El Mediterráneo Oriental” Historia del Arte nº 6
--James George Frazer “La Rama Dorada, Magia y Religión”, pag.407
--James George Frazer “La Rama Dorada, Magia y Religión”, pag.407
--Elisa Castel.- “Diccionario de mitología egipcia
--Mircea Eliade.-”Historia de las creencias y de las ideas religiosas”
--Diodoro Sículo (90-fines s. I a.C.) Historiador griego, “Biblioteca Histórica”
--Diodoro Sículo (90-fines s. I a.C.) Historiador griego, “Biblioteca Histórica”
--Biblia Nacar Colunga, Biblioteca Autores Cristianos.
La quinta imagen de los toros sosteniendo la pila de agua es de la Iglesia Mormona... cierto?
ResponderEliminar