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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 8 de abril de 2013

MADRID: La novillada de Javier Molina. Siete capotes menos / Por José Ramón Márquez


Los novillotes se lo pasaron bomba con los capotes, siete de los cuales resultaron
con más flecos que la chaqueta de Búfalo Billl


José Ramón Márquez

Las Ventas siempre nos trae sorpresas estupendas. Una de las cosas más fascinantes de nuestra Plaza es que cuando bajas por la calle de Alcalá no sabes con lo que te van a sorprender cada día. Esta mañana, por ejemplo, se había estropeado la taquilla y no pudimos sacar las entradas. Después de tirarnos un buen rato esperando la solución del problema, optaron por cerrar el portón gris del despacho de billetes.
Luego, por la tarde, lo que fuese que se había estropeado ya lo habían arreglado. Entramos por la Puerta Grande y allí, oculto entre una floresta de laurel (Laurus Nobilis) cuyas hojas destilan una sustancia viscosa y pegajosa, hallamos escondida la tablilla con la reseña de los toros, colocada tras un hábil cammouflage al estilo del que usaba el Viet-Cong.

Tras intentar infructuosamente de conocer las señas de los novillos aprobados, con los abrigos sucios del pringue del laurel, subimos a la planta de los tendidos altos. Allí, cerca de la puerta del 9, ha aparecido una enorme mancha de humedad que algunos estiman como daño colateral de la deleznable cubierta, pero que otros juzgamos como una teleplastia descomunal que ha comenzado a manifestarse, al estilo de la de las caras de Belmez, sin que hasta el momento se aprecie con precisión qué representa, pues entre los observadores había unos que creían ver nítidamente los rasgos del rostro de Pedro Castillo mientras otros señalaban con claridad unos trazos que formaban el semblante en escorzo de Abella, conocido por todos sus partidarios como Abeya.

Para la primera novillada de la temporada la Empresa eligió una de Javier Molina, que tan buen sabor de boca dejó el año pasado, y la verdad es que es de aplaudir la acertada elección de comenzar la andadura con una novillada muy bien presentada, fuerte y muy exigente, de las que piden el carnet. Para despacharla Raúl Cámara, Antonio Puerta y Rafael Cerro.

Raúl Cámara se vino a Las Ventas con el bagaje de dos corridas toreadas el año pasado y su labor fue acorde a esa falta de plaza. Posiblemente alguien más experimentado habría exprimido más de lo que hizo Cámara las posibilidades del primero, un jabonero llamado Jadeante, número 11, que parecía mucho en los dos primeros tercios y que en el último adoleció de falta de fuerzas y que demostró menos aviesas intenciones que el resto de sus hermanos. Su segundo, Decidido, número 36, necesitaba enfrente a alguien con mucha más claridad de ideas de las que puso Raúl Cámara sobre la blancuzca arena de Las Ventas.

A Antonio Puerta le pasó en esta tarde de abril lo mismo que el año anterior en mayo con el novillo Pedigüeño, número 11, de Nazario Ibáñez. Hoy el novillo se llamaba Lanudo, número 4, y, como el Nazario del año anterior, era el novillo que puede encumbrar a un torero en Madrid y hacerle un hueco en el pétreo corazoncito de la afición. El novillo derribó a pulso a Manuel Morales y a su aleluya, se creció en banderillas y llegó a la muleta desafiante, muy vivo y con una embestida fiera y emocionante, de toro de lidia. Puerta no se enteró o no se atrevió, porque había que tener muy templado el ánimo para aguantar la bravura -bravura de toro, no esa bravura de mona que cantan por ahí- del javiermolina, y al final el bicho se fue al desolladero acompañado por las palmas del respetable y Puerta se fue a su córner rodeado de silencio. Al quinto, un colorado que atendía por Listillo, número 44, lo picó Juan Melgar, queriendo hacer las cosas bien, y como el toro era algo peor y el torero era el mismo, no hubo ‘acople’, como dicen los Revistosos, lo cual quiere decir que aunque a Puerta le hubiese salido la babosa más cabruna que imaginarse uno pueda, Puerta le habría dado sus muletazos sin ton ni son, uno por aquí otro por allá, y sin otra finalidad que dejar que el tiempo fuese pasando.

Rafael Cerro vino a Madrid en novillero. Recibió a sus dos novillos de rodillas a porta gayola, quiso intervenir en quites y, como antes se decía, estuvo bullidor. Pongamos, pues, en la parte positiva la decisión de Rafael Cerro por dar espectáculo y por intentar que se hable de él, por su rabia de novillero. A su primero, un colorado llamado Jazmín, número 13, le empezó a torear en los medios, sin probaturas, por pases del Celeste Imperio, finalizados con el del desprecio. A continuación vienen dos pestilentes series al más puro estilo juliano -sin el temple del Faraón de Velilla-, en las que se pone a dar pases a base de dejar la pata atrás, de encorvar la figura, de torear por las afueras, que cierto público, adoctrinado por las nuevas teorías taurómacas, jalea. Luego intenta torear por lo serio poniéndose frente al toro y tratando de hacer las cosas con mayor pureza, pero ahí demuestra el escaso mando de su muleta, estando la mayoría de las veces a merced del toro, que acaba echándole por los aires. Con gran decisión vuelve a la cara del toro y continúa su labor, casi más de ¡uy! que de ¡ole! Palmas para Jazmín. A su segundo lo recibió de rodillas en los medios como nueva demostración de sus ganas de hacerse notar. A ese toro, Zagal, número 32, lo banderilleó El Jaro deseando hacer las cosas bien y lo bregó de forma harto deficiente Agustín Marín. Rafael Cerro en esta ocasión prefirió no hacer caso de las condiciones del animal y buscó las cercanías, en vez de la media distancia que le demandaba el novillo, pegándose a él cuando la cabeza había pasado, con lo que acabó la tarde con el terno blanco hecho un pringue. Mata mal.

Se echó de menos en general esa antigualla que nadie explica ya en las escuelas taurinas y que se llama la lidia. La vieja lidia que sirve para que cada cual ocupe el sitio que le corresponde, para bregar a los toros -no para brearlos-, para andar suelto por el ruedo con pleno conocimiento, para manejar con soltura el capote de brega, para mostrar a los toros con claridad al matador y al público. A cambio, perdimos la cuenta de los capotes rotos y arrancados de las manos de los toreros, de los palillos partidos, de las muletas por el aire o por el suelo; eso ahora es lo natural cuando echan una corrida que se sale de la bobaliconería al uso.

Al término del festejo, cuando Raúl Cámara y su cuadrilla partían hacia la Puerta de Cuadrillas, de pronto un extraño ruido desde los altavoces de la Plaza:

-Bggbbbgggbb mfmfmfmfm trrrrtrrrr mfmfmfmfmfm bggbbbgggbb ...Cerro... mfmfmfmfm bdbdbdbd ...

Extraños sonidos. Psicofonías que, junto a la teleplastia del tendido alto, hacen de Las Ventas candidata a un reportaje en el Cuarto Milenio de Iker Jiménez.

Jadeante, jabonero de Javier Molina, que abrió plaza
Contra el trapío de estos novillos montó el año pasado un pollo tuitero el Faraón de Velilla.
***
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1 comentario:

  1. La novillada estaba, arreglada, afeitada, manipulada o consecuentemente manejada por el trabajo de mueco posfundas. Esto todo metido en un matraz, bien batido y dado a conocer como sentencia, se llama MANIPULACION FRAUDULENTA, de la que no se salvó nada más que el colorao lidiado en quinto lugar. El "acaramelao" de cuerna es menos sensible a los males que acechan al enfundado.

    Saludos de Gil de O.

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