la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 20 de septiembre de 2014

Carta abierta del aficionado francés Jean Pierre Hédoin a Don Enrique Ponce Martínez.



El reconocido como gran aficionado francés, Jean Pierre Hédoin, presidente del prestigioso y ya muy veterano Club Taurino de París desde 1998, acaba de publicar una carta abierta en forma de artículo-ensayo en la recientemente reaparecida revista o anuario Clarín Taurino de Bilbao, dirigida al maestro Enrique Ponce y que reproducimos por su interés.




Estimado Maestro:
Sobre su obra y trayectoria se han llevado a cabo tantos análisis profundos, se han escrito
tantas páginas notables, situando la importancia de su lugar en la historia de la Tauromaquia, que tenemos reparos de añadir palabras a las palabras (más negro sobre blanco). Sin embargo, acepte estas líneas, voluntariamente personales, y que tienen como propósito expresar la gratitud de un simple aficionado hacia las aportaciones de un maestro.


Todo aficionado depende de sus circunstancias; su acercamiento a la fiesta está condicionado por distintos factores por un lado, en una parte importante, los toreros que despertaron el primer fuego de su pasión, por otro, los que más tarde, le hicieron percibir mejor la riqueza de las interacciones entre los hombres y los toros y finalmente, los que le han guiado, por la claridad y la generosidad de su arte, a entender y degustar los valores técnicos, estéticos y éticos de cada encuentro singular entre un torero y un toro. Por mi parte, parisino y aficionado desde los años 60, si el mayor iniciador tuvo por nombre Paco Camino, después el padrino, en los años 70-80, fue José María Manzanares, es usted quien, desde hace casi veinticinco años y, espero, que durante mucho años todavía, constituye mi referencia central y magistral.¿Por qué razón su tauromaquia tiene tal importancia en mi modo de vivir la corrida? ¿Cuáles son las aportaciones tanto en lo referente a la forma de ver y entender la dinámica propia de cada combate como en materia de emociones tauromáquicas y de gratificación estética?


Una primera respuesta me viene inmediatamente a la mente: francés y por tanto, en principio, “cartesiano”, espectador de corrida formado por la lectura de tratados que explican (apoyado por esquemas) las normas y secretos del combate del toro, no puedo más que ser sensible a un torero “de cabeza” que percibe inmediatamente todos los datos del problema planteado por cada toro, los integra, los sigue en su evolución con clarividencia y encuentra, tan inmediata como naturalmente, las respuestas oportunas. Por lo tanto parece lógico que su toreo, calificado como “inteligencia y oro” con razón desde muy temprano, afecte especialmente a un aficionado, ya que usted hace del dominio del animal, a través de un combate adaptado a sus cualidades y defectos, el elemento esencial de la corrida.


En efecto, seguir su actividad en los ruedos siempre me alegra el espíritu, una alegría que nace de la precisión armoniosa y afinada de la arquitectura de conjunto, de la cual mi primer recuerdo se remonta a la faena que usted dibujó en el centro del ruedo de Vista Alegre delante de “Naranjito” de Torrestrella, el 20 de Agosto de 1991 o que sea suscitada por esos pequeños detalles, que revelan la ciencia de su combate, como aquel 17 de agosto de 2007, en Málaga, cuando al principio de la faena, usted se deshizo de una banderilla caída en el suelo tirándola hacia el centro del ruedo, ya que se había dado cuenta inmediatamente de que era entre tercios y tablasdonde convenía sacar lo mejor del Zalduendo y cortarle las dos orejas.

Bien es cierto que la reducción de la fuerza bruta a través de una estrategia dictada por la inteligencia me conmueve más que una victoria conquistada por el fuerte compromiso de la voluntad dictada por el abandono del cuerpo; pero si prefiero el placer que nace de un gesto exacto y de la elegancia de la solución a la intensidad dramática del enfrentamiento angustioso, entonces esta primera respuesta parece insuficiente y se desvía de lo esencial. En efecto, cuando el término “lección” se impone tan a menudo para expresar lo que sienten espectadores, aficionados y también profesionales del toreo al contemplar el toreo que usted hace, parece apropiada una comparación con una demostración desplegada por un profesor eminente, un catedrático, pero apunta igualmente a remarcar el recital ofrecido por un artista excepcional o a resaltar las normas de conducta encarnadas por un hombre ejemplar. En resumen, por debajo de estas lecciones encontramos tres regalos de un maestro.



Desde mi punto de vista, su primer regalo, y sin duda, el más importante, es el de hacer ver los toros, actuando siempre a su favor. Gracias a su excepcional intuición y a la diversidad de sus recursos técnicos, usted consigue ofrecer a cada uno de sus adversarios, afortunados de que usted los lidie, las condiciones óptimas para manifestar sus cualidades. Nadie como usted sabe reducir a los más tenaces (desde “Lironcito” en Madrid,1996, hasta “Osiris” en Fallas 2010) pasando por ese cobarde malicioso de Charro de Llen magistralmente sometido en Illumbe en agosto de 2001) estimular a los frágiles, otorgar todo su esplendor a los ejemplares más luchadores y por supuesto, conducir al indulto a los más reseñables.



Sobre esta dimensión de su toreo, la del “torero torista” es en la que quise hacer hincapié en un artículo publicado en el Clarín Taurino de 1999, centrado en la evocación de los diálogos que mantuvo con cada uno de los cinco toros en las Corridas Generales de 1998. En aquellos años, cuando algunos censuraban el lado estandarizado de su toreo, alabando el estilo de otro toreros por su conformidad del gesto a los cánones de autenticidad formal y por lo tanto, desatendiendo la dimensión de adaptación a los toros, yo deseaba agradecer al matador que descubría a los toros, al artista que, por los diálogos que llevaba a cabo con cada adversario, me hacía ver los toros.


En efecto, es el término de “diálogo” el que aparece más a menudo para definir el intercambio singular que usted sabe construir con cada uno de sus adversarios interlocutores. Ahora bien, precisamente esa dinámica de preguntas-respuestas entre el hombre y el animal es la que confiere una dimensión de encuentro a la obra de la tauromaquia.

En 2006, por su 60 aniversario, el Club Taurino de París quería instaurar un premio que, al cierre de cada temporada europea, distinguiese lo que para la mayoría de sus miembros fuera el encuentro más memorable del año entre un toro de calidad destacable y un torero que hubiera sabido sacar todo el potencial del animal expresando a la vez su arte en el grado más alto de la perfección. En la temporada de 2006, en su primera edición, este premio le fue atribuido al diálogo memorable que usted realizó con el toro “Lazarillo” de Zalduendo el 21 de abril de 2006 en la arena de la Maestranza. Es este dominio del arte de la dialéctica, llevado al grado supremo, que permitió al toro superar y corregir los defectos manifestados en el primer tercio para después contribuir a la creación de una obra maestra que os hizo entrar para siempre en el corazón de la afición de Sevilla. Ningún otro torero hubiera podido encarnar mejor que usted la idea de “encuentro”, este diálogo memorable. Fue un orgullo y satisfacción acogerle en compañía del ganadero Fernando Domecq, a pesar de que debido al carácter formal del acto no pudimos disfrutar tanto como hubiéramos querido de su talento apasionado para hablar de toros. Espero que próximamente tengamos un nuevo encuentro en París.


El segundo regalo me parece dirigido al público. En las casi 200 corridas en las que he tenido el placer de seguirle tanto en España como en Francia, siempre he sentido su profundo respeto hacia el público, respeto que está estrechamente ligado al sentido de la responsabilidad, una preocupación constante de hacer comprender y compartir su actuación y la aspiración de expresar siempre lo mejor de su arte.


Ya sea en las arenas de primera categoría, como en la más importante, Madrid, en la que usted honra a la eminencia y respeta el juramento, aunque subrayando las concepciones erróneas de cierto sector, o en las plazas de menos importancia, usted hace gala de su sentido del honor a dar siempre lo mejor de sí. Tuve la oportunidad de vivirlo recientemente, en la modesta arena francesa de Istres, donde usted realizaba su primer paseíllo, a cabeza descubierta. Fui testigo de su satisfacción al ofrecer al público una faena rica en emociones mezclando técnica, plasticidad y musicalidad.


En sus arenas preferidas, aquellas en las que se siente acompañado y entendido por los tendidos que le marcan a la vez benevolencia, reconocimiento y exigencia, usted les obsequia con su compromiso absoluto y las obras de arte de tauromaquia quedan para siempre en la retina de los afortunados que pueden ver el proceso en directo.

Los ejemplos son tan numerosos que la elección es difícil: La entrega consentida del esfuerzo físico y moral para acelerar la recuperación de una lesión grave y así poder reaparecer, como ocurrió en Málaga y Bilbao en agosto de 2004 o en Sevilla en mayo de 2014; el rechazo a que la lluvia incesante condujera a interrumpir la corrida, como en Nîmes en septiembre de 1996; la elección, como ocurriera en Dax en septiembre de 1999, de matar a los seis toros ya que una lesión había inhabilitado dos días antes al matador previsto con usted en mano a mano…

Y en los dos ruedos de su corazón, el de sangre (Valencia) y el de adopción (Bilbao), hace que no se viva como un favor a estos dos ruedos, a estos dos públicos, su constante dedicación que se refleja en cada temporada enfrentándose a los ejemplares de las ganaderías más prestigiosas y temidas.

Desde “Naranjito” (1991), que ya he evocado anteriormente, a “Treinta y uno” (Domingo Hernández, 2013), los toros frente y junto a los que usted ha escrito páginas memorables en el coso de Vista Alegre merecerían un ensayo completo, donde se destacarían evidentemente “Cucareño” (Victorino Martín, 1999), “Carjutillo” (Samuel Flores, 2003) o “Invasor” (Zalduendo 2006). Me limitaré a desarrollar un encuentro menos conocido pero muy significativo en cuanto a su respeto incondicional frente a las expectativas del público. En junio de 2012, Bilbao celebraba su 50 aniversario del Nuevo Vista Alegre. El domingo 17, mientras usted realizaba la faena de muleta frente al 4º de Garcigrande, “Halagado”, un colorado noble pero de escaso fondo, los gritos de un espectador, en términos no muy bien elegidos, de implicarse más, le hicieron reaccionar. Entonces, la elegancia respondió a la vulgaridad, y, movilizando lo mejor de su ciencia y arte, su réplica se convirtió en magníficas series con las dos manos, mezclando los pases largos y las suertes relajadas, en las que la precisión en la conducción de la embestida y la plasticidad del gesto se conjugaron para el placer a los aficionados culminandolo con la espada comprometida y eficaz que le abrió, con dos orejas, la puerta grade de Vista Alegre; todo un símbolo en esta corrida de aniversario.

Finalmente, el tercer regalo, el más personal, es el de una afición ejemplar, que como tal, usted es responsable de hacerla nacer y nutrirla entre todos los que tienen la suerte de cruzarse con ella y sentirla.

Creo que es esta pasión, tan simple como profunda, hacia su profesión, hacia el toro, en definitiva hacia la esencia del toreo, que le lleva, a pesar de que ya ha entrado en la historia de la tauromaquia como uno de los más grandes, a hacer cada paseíllocon el mismo compromiso y la misma ilusión que en sus primeros años. Esta fuerza excepcional constituye la referencia principal para todo aficionado.

Combinando en absoluta lealtad a una concepción clásica del toreo con una inquietud de mejora constante que tiende hacia un ideal de perfección, esta pasión auténtica le lleva a responder a los desafíos que usted mismo se plantea y a estar presente en todas las citas que se fija. Los desafíos, los supera siempre, como en 1999, cuando se prometió a sí mismo cortar al menos una oreja en todas las arenas de primera categoría. En cuanto a las citas, usted sabe velar con prudencia del prestigio de los lugares y las fechas sin hacer nunca la menor concesión a la moda tan poco torera de las “giras”, anunciadas con refuerzo de anuncios publicitarios.

Imagino, a riesgo de equivocarme, que igualmente esta pasión de la afición, que se mantiene por sí misma, le lleva al summum del placer al torear en el mes de agosto o incluso le empuja a no tener en cuenta los límites del cronómetro durante el tercer tercio. Y esto tanto si entabla usted un diálogo de arte con un toro (como aquel 24 de agosto de 2006, en Bilbao, cuando con un gesto exasperado pero cortés, le remarcó al presidente que su aviso aunque fuera reglamentario, carecía en cierto modo de razón) como cuando le pone un punto de honor a resolver una dificultad, a superar una aspereza de su adversario (como el 20 de agosto de 2013, también en Bilbao, donde al hilo de una faena que iba in crescendo, usted supo involucrar al público en su propia satisfacción de estar imponiendo poco a poco una cadencia armoniosa a la áspera embestida de “Chispero” de Alcurrucen).

Este compromiso apasionado por el toreo tiene tal fuerza vital en usted, que más allá de la práctica del toreo, se expresa igualmente en la palabra. En el ruedo, nos gusta observar su apetito de intercambio sobre las peripecias de la lidia con su cuadrilla o sus compañeros de cartel. Cuando tenemos la suerte de escucharle analizar sus faenas, encontramos en sus declaraciones las mismas cualidades de precisión, de matices y de rigor que creíamos haber desvelado al seguir su construcción. Es así como en el análisis del comportamiento de los toros que propuso en 1997 a los aficionados universitarios de Madrid, partiendo de un cuadro con cinco virtudes y cinco defectos correlativos, reside una preciada referencia.

Pero sobre este sujeto de la palabra como vector de la expresión de su profunda afición, conservo un recuerdo más especial, el de su intervención en el marco del coloquio “En corto y por derecho” el 20 de agosto de 1999. Al día siguiente de una faena magistral delante de un toro de Victorino Martín que desgraciadamente no había podido coronar con la espada, usted estaba afectado, como es natural, por este decepcionante desenlace. Pero, poco a poco, al evocar sus acciones, y más tarde otras faenas, la decepción dio paso al placer de compartir con los oyentes los matices de las dudas y satisfacciones que se viven al torear. Progresivamente, como durante una faena delante de un toro retador, el discurso iba despertando el poder de la afición.

Para los toros, para el público, para la afición, su tauromaquia está imbuida de generosidad. Es por esta por la que es arte y es también esta razón (la generosidad) la que le convierte en maestro.

En efecto, un maestro es un tipo de individualidad muy distinta a la de un héroe. Si este último fascina como un semi-dios con poderes desorbitantes con respecto al mundo de simples mortales y por esto mismo suscita la admiración, el primero conduce, estimula, entrena y suscita, más allá del respeto, un sentimiento de estima que invita a nutrirse de su ejemplo. Si la admiración hacia el héroe es voluntariamente exclusiva y sin matices y desemboca a menudo en una forma de idolatría,… la estima hacia el maestro, si implica una gratitud por sus lecciones, no puede ser exclusiva, puede y debe integrar las críticas cara a cara junto a ciertas facilidades, y sobretodo supone que sus aportaciones sean en beneficio de horizontes más lejanos, en definitiva, que amplíe, abra y enriquezca.

Por todo esto, gracias y gracias de nuevo, Maestro.



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