Si antier nos lamentamos amargamente de que el prestigio de la Plaza de la Real Maestranza había caído bajo mínimos, ayer hay que decir que José María Manzanares remedió el enorme fiasco anterior con una completísima actuación que inundó de clase y de armonía la dorada arena de este coso tantas veces llamado templo catedralicio de la Tauromaquia. Apenas importó que fallara dos veces en la suerte de recibir al entrar a matar al quinto toro de Juan Pedro Domecq. Claro que de haber acertado al primer envite podría haber salido a hombros por la Puerta del Príncipe por cuarta vez en su vida profesional porque a la oreja que cortó del tercer toro con insistente petición de la segunda, se hubieran añadido las dos del quinto que tuvo tanta clase en sus embestidas como la que desparramó el joven gran maestro alicantino, ayer tan sevillano o más que nunca porque los casi llenos tendidos vibraron con ese emotivo temblor que solamente es palpable en este marco incomparable.
Manzanares se eternizó y poco faltó otra
Puerta del Príncipe en su haber
J.A. del Moral · 01/10/2018
No fue para menos y no lo fue porque José María anduvo tan en vena como en su grandiosa tarde de la pasada Feria de Abril. Un alfa y un omega de superlujo que en esta temporada han enmarcado una campaña en tono menor. Pero la suerte que tienen estos toreros dotados de ese don que tan pocos han tenido y tienen, es que les basta una sola tarde como la de ayer de Manzanares para que cualquier mácula anterior quede borrada por completo como si hubiera sido un mal sueño. Este glorioso despertar de ayer fue como si repentinamente hubiéramos podido ver torear a un arcángel en el Cielo.
La tranquilidad, el sosiego, la calma, el señorío, la naturalidad de ser capaz de torear como ayer lo hizo Manzanares, son consustanciales al saber ser y al poder estar en un plano que solamente alcanzan los privilegiados, los elegidos por Dios. Pues se capaz de torear meciéndose al compás de los viajes de los toros, desarrollar cada lance y cada muletazo girando la cintura acompasadamente a cada viaje del animal son dones tan exclusivos que hasta nos parecen irreales.
Y el valor supremo. Ese valor que no se nota aunque ayer José María fue cogido y lanzado a lo alto desde donde cayó a la arena cuando intentó terminar una serie de rodillas durante su labor muleteril frente al quinto toro. Un tremendo susto que alteró más a los espectadores que al torero.
Si buena fue la faena al tercer toro, una faena de resurrección, tan buena que el solo hecho de poder paladearla, fue la razón de que el público pidiera tan insistenténtemente la segunda – oigan, es que en la corrida anterior le regalaron una a Padilla y otra a Roca Rey que hasta dio vergüenza verles tan campantes en sus vueltas al ruedo – tal atentado a la dignidad de La Maestranza quedó ayer compensado por José María Manzanares por haber restaurado el orden. Pues puso las cosas del toreo en el sitio que tienen que estar. Enhorabuena y gracias Josemari.
No quedó ahí el contento general de los espectadores porque a pesar de que Morante de la Puebla no pudo redondear sus dos asimismo exquisitas labores con el capote, ayer tan sorprendentemente variado que hasta se permitió el lujo de arrancar su recibo con el lance del “bu” citando con el capote sobre sus hombros cual virtuosa capa, a pesar de que tuvo que entrar a mata antes de la cuenta a sus dos toros porque se vinieron abajo demasiado pronto, al menos tanto el gran artista como sus admiradores sevillanos pudieron tener la ocasión de ver a su torero como siempre querrían verle. Creo sinceramente que Morante, debido a sus tan sorprendentes como repentinos caprichos, este año decidió no torear el Domingo de Resurrección ni en la Feria de Abril dejando su presencia para San Miguel. Hizo mal porque estos toreros se deben a sus acérrimos más que cualquiera de los demás.
También fue grata la tarde para Alfonso Cadaval que tomó la alternativa entre las dudas que despertó el anuncio de su doctorado con un padrino y un testigo de tanta categoría y las certezas de verle bastante mejor de lo que creímos iba a estar. Muy digno con el toro de la alternativa y superior con el sexto de Juan Pedro que fue el mejor del envío. Fue una pena que fallara con la espada porque de haber matado pronto y bien, hubiera cortado una oreja. De todas maneras, nos dio una para mi sorprendente impresión.
Sevilla. Plaza de la Real Maestranza. Domingo, 30 de septiembre de 2018. Segunda de feria con tiempo revuelto con amenazantes nubes y rachas de viento molesto. Más de tres cuartos de entrada en un casi lleno.
Seis toros de Juan Pedro Domecq, en el mejor tipo de la casa y muy nobles en distintos grados de fuerza y de durabilidad. Destacaron los lidiados en tercer y quinto lugares, sobresaliendo como mejor de la corrida el sexto, que en mi opinión fue de indulto.
Morante de la Puebla (blanco y azabache): Estocada casi entera trasera y tendida, palmas con saludos. Buena estocada, gran ovación con saludos.
José María Manzanares (corinto y oro): Gran estocada, oreja y fuerte petición de la segunda con bronca posterior al presidente por no concederla. Dos pinchazos en la suerte de recibir, un tercero en el volapié y descabello, dos avisos y clamorosa vuelta el ruedo.
Tomó la alternativa Alfonso Cadaval (blanco y plata): Estocada, palmas con saludos. Pinchazo y estocada, vuelta al ruedo con algunas protestas.
A caballo destacaron Paco María y Chocolate. En la brega, Santi Acevedo, José Antonio Carretero y Rafaél Sosa. Y en banderillas los ya nombrados, Luis Blázquez y Sánchez Araujo.
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