Aquella inolvidable crónica de don Antonio Cañabate
en la que explicaba que estar toreando era como estar con la novia en el baile,
que no podías dejarla en medio de la pieza para ir al ambigú
o a saludar a un conocido
No hay dos sin tres, y para demostrarlo hoy nos tenían preparado el festín lisarnasio, el consuetudinario festín lisarnasio para redondear el fin de semana ganadero del déjà-vu, compuesto por los de Victoriano del Río y Cortés (Cortez en inglés), los Fuente Ymbro de don Gallardo y la agropecuaria lisarnasia para darnos en los morros, que estamos viendo pasar ante nosotros camadas enteras de esas ganaderías y da lo mismo quién sea el empresario de marras, los Dalton, los Choperón Father & Son, Simón Domb el del Bombo… que aquí no fallan. Bueno, luego iremos más pormenorizadamente con la cosa ganadera, que antes hay que decir lo de la pasta de los toreros, la pasta de la que están hechos, como dice la cultura popular. Para la tarde de hoy el bombo de Domb el del Bombo nos había deparado la presencia de Emilio de Justo, Román y Ginés Marín. La pasada semana Emilio de Justo recibió una cornada en Mont de Marsan, propinada por un Victorino, de la que ABC informó que era una «cornada en la parte posterior del muslo con dos trayectorias, una de 13 centímetros que atraviesa el muslo en sentido horizontal y otra de 8 hacia arriba que diseca y contusiona el nervio ciático. Pronóstico grave».
Y Román, el pasado día 2, en Bayona, recibió en el gemelo una «cornada con tres trayectorias de 35, 25 y 15 centímetros […] que, sin afectar a vasos sanguíneos, deja importantes destrozos musculares», tal y como informó Mundotoro, de la que se resintió días después, haciéndole perder algunos ajustes. Y ahí tenemos a ambos haciendo el paseo en esta gloriosa tarde de otoño madrileño para demostrar que cuando hay ganas no hay nada que nos frene, y que vayan aprendiendo un poco las estrellas del balompié.
Para la degustación de la cosa lisarnasia hoy prepararon un cocktail compuesto por cuatro partes del Puerto de San Lorenzo, tres cinqueños y un cuatreño, y dos partes de La Ventana del Puerto, un cinqueño y un cuatreño que cumplieron como vienen cumpliendo en sus últimas comparecencias en Las Ventas, lo cual quiere decir que, a despecho de otras condiciones, llegaron en modo y condiciones a la parte muleteril, que a fin de cuentas es la que más embelesa a la mayoría de los que acuden a la Plaza. Hubo un garbanzo negro y gordo dentro del buen tono general del encierro, el típico buey lisarnasio, cerca de 700 kilos de animal, que anduvo bamboleando sus lorzas por la Plaza para hurtarle a Román su natural alegría, pero los otros cinco ahí estuvieron con sus cosas para dar lugar a un festejo variado, movido y entretenido. El primero, de La Ventana, feamente enmorrillado fue el más –nasio de la tarde, en la que como suele ser habitual en la casa, impera más lo lisar-. Vendimiador, número 14, el primero en cuestión, no sólo no se comía a nadie sino que llegó a la muleta con una embestida templada y medida, muy a propósito para preocuparse del toreo más que de salvar el cuerpo. Algo tendría que ver en las trazas del toro, que salió echando las manos por delante y con ciertos indicios de no andar sobrado de fuerzas, la eficaz pica que le administró Germán González, que le picó sin buscar el lucimiento para él mismo, pero con inteligencia para poner la puya en su sitio, dosificar el castigo y mejorar al toro. Los más ásperos fueron el segundo y el cuarto, que el segundo le pegó unos zarandeos a Román que parecía que le había desguazado, aunque por fortuna no fue así. No es que estos dos, Curioso y Buscapán, números 77 y 117, fueran el diablo, pero demandaban más toreo que pinturas y más mando que monerías, como se explicará más adelante. El sexteto lisarnasio se completó con el tercero, Renacuajillo, número 127, de espectacular embestida a más, y el sexto, del que no se pudieron apreciar sus condiciones, pues cogió a Ginés Marín muy al principio de su trasteo y Emilio de Justo lo despenó sin más.
La terna, como se ha dicho al principio, estaba compuesta por Emilio de Justo, Román y Ginés Marín, sobradamente conocidos por la afición de Madrid.
En su primero Emilio de Justo hizo dos cosas óptimas: la principal fue la estocada con la que puso el alma de Vendimiador en rumbo al Valle de Josafat, una gran estocada que vale por sií misma la oreja que se le concedió. La otra es el sabor de las chicuelinas con que quitó al toro, de las buenas, de las que echas el capote hacia adelante y te traes al toro toreado como si fueses a dar una verónica de frente y resuelves bellamente con el lance que inventó Llapisera y elevó a los cielos Chicuelo. Hace muchos años que no veíamos a alguien plantear la chicuelina con tanta verdad, al estilo de como las daban Manzanares padre o El Inclusero, no esperando que venga el animal y burlándole sino guiando su embestida con los vuelos del capote. En este toro fue Román quien le quiso dar la réplica con otras chicuelinas de las de todos los días para que quien estuviese atento pudiese comprobar de manera evidente la diferencia sustancial que hay entre lo óptimo y lo vulgar. Estos dos que se han expuesto son los argumentos de peso de Emilio de Justo en su primero, porque lo otro fue un no cruzar la línea, un muleteo de poca enjundia, una faenita de chicha y nabo por debajo de las condiciones del toro que llegó al momento cumbre de la estocada sin haber conocido lo que era un pase como Dios manda. Con media puerta abierta se enfrenta Emilio de Justo a su segundo, toro de condición menos clara que su primero y va desgranando primero en los medios y después hacia las rayas en el 5 su faena, en la que la emoción viene más de la mano del toro que del argumentario de Emilio de Justo. El toro había cantado lo complicado que era por el izquierdo y cuando el matador pretende torearle por ese pitón se confirma de manera plena la impresión, por lo que opta por volver a la mano derecha y ahí, con el toro más cerrado le saca una serie de redondos de buena nota y, con gran sentido escénico, unas manoletinas ajustadísimas que ponen la Plaza a su favor. La estocada no es como la del primero, en primer lugar porque se perfila desde afuera, pero se tira con fe y deja una estocada en su sitio un poco tendida que tumba al toro y le abre la Puerta Grande de Las Ventas. Si llega a robarle al toro tres naturales hablaríamos con más vehemencia de la faena, pero la verdad es que, visto lo que llevamos visto en la temporada y las condiciones en las que venía el torero ahí tiene un trofeo bien merecido.
Román vino como triste y eso en alguien que ha hecho del desparpajo y la alegría su seña de identidad, descoloca un poco. Bien es verdad que este año lleva tres cornadas, si no recuerdo mal, y eso le quita la sonrisa de los labios al más pintado, pero el hecho es que el futuro de Román va mucho más ligado a la sonrisa y al buen rollo que a otros aspectos. En su primero fue feamente zarandeado por el toro, como se dijo, y allí salieron once personas a la carrera a atenderle, ocho sin capote y tres con capote, por lo que al final se tuvo que hacer él mismo el quite en plan recortador y luego un peón llevarse al toro a cuerpo limpio. Un despropósito que se repitió exactamente cuando el percance de Ginés Marín, sólo que esta vez salieron doce y un señor en mangas de camisa que en seguida se retiró. La labor de Román se desarrollaba por el terreno de la máxima indiferencia por parte del público hasta el percance, que hizo salir del sopor a las gentes. Con el buey que hizo quinto no hubo opción, la verdad sea dicha.
A Ginés Marín le tocó en el sorteo el otro gran toro de la tarde, el que hizo tercero, que salió del armario en la faena de muleta y de pronto reveló sus buenas condiciones embestidoras en las que nadie había reparado, bella embestida con nervio la de Renacuajillo, que pedía a gritos a un César Rincón para hacernos soñar y se encontró con un Ginés Marín que se iba dando un paseo y le ponía la muleta sin cruzarse ni una miajilla aplicando a Renacuajillo de manera inmisericorde todo el repertorio del toreo moderno huero y falto de alma, y luego otro paseo y vuelta a empezar, para recordarnos a aquella inolvidable crónica de don Antonio Cañabate en la que explicaba que estar toreando era como estar con la novia en el baile, que no podías dejarla en medio de la pieza para ir al ambigú o a saludar a un conocido… Ginés en suma toreó más al público que a Renacuajillo, creo yo, y cuando puso en el asador su catálogo de chinoiseries: el cambio de mano, la trincherilla… las buenas gentes se extasiaron de placer y le hubiesen pedido la oreja si no llega a ser porque le falló la cosa del estoque y la media trasera que dejó en la anatomía del toro ayudó a enfriar el ambiente. En el sexto resultó cogido, tal y como se dijo.
De las cuadrillas señalar el extraordinario par que puso Jesús Díaz “Fini” al sexto, sacando el par de abajo y cuadrando en la cara con exposición, guapeza y torería.
El único momento de la tarde en que se les hace un poco de caso
Emilio de Justo, y su apoderado, Luisillo
Paseíllo de Otoño
Lo que diga el bombo de Domb
No hay comentarios:
Publicar un comentario