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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 2 de octubre de 2018

La marca de la gloria / Por Paco Mora



Manolete, Pepe Luis Vázquez, El Juli y Dámaso González, recordando a bote pronto -pero hay más-, ostentaron esa medalla al valor de una cicatriz en la cara; eso que llaman “una cornada de espejo”, y ahí están tres de ellos en la historia de la Tauromaquia con sus nombres escritos en letras de oro.

La marca de la gloria

Paco Mora
Lo primero, agradecer a los ángeles del cielo que hacen guardia cada tarde de toros y en todas las plazas, pero especialmente en la de Las Ventas, que el pitonazo en el rostro que le ha dado su segundo toro a Ginés Marín haya quedado en un susto más espectacular que grave, según el doctor Máximo García Padrós.

Manolete, Pepe Luis Vázquez, El Juli y Dámaso González, recordando a bote pronto -pero hay más-, ostentaron esa medalla al valor de una cicatriz en la cara; eso que llaman “una cornada de espejo”, y ahí están tres de ellos en la historia de la Tauromaquia con sus nombres escritos en letras de oro, y Julián López “El Juli” en su sitial de figura grande en el que reina por derecho propio. De momento a Marín le servirá la condecoración para recordar que la faena al tercer toro ha sido la mejor y más completa de las que ha realizado en la plaza de Madrid. ¡Lástima que no haya podido completar la tarde! Pero el segundo toro de su lote movía la cabeza como una devanadera y su calamocheo evacuo al jerezano-extremeño hacia la enfermería, impidiéndole redondear su actuación.

Emilio de Justo ha dado un aldabonazo inapelable en la primera plaza del mundo, dejando patente que a la casta de un torero es difícil ponerle freno. Su “vía crucis” de años y años del que lo ha sacado la muy noble y justa afición de la Francia taurina, bien merecía una tarde como la que ha echado De Justo hoy en el coso de la madrileña Calle de Alcalá. Su gran colocación, enjundia torera, quietud, temple y entrega, condiciones positivas de las que ha hecho gala en todos los ruedos que pisó vestido de luces esta emporada que termina, no se podía quedar sin premio. El diálogo con su padre mirando al cielo, donde habita desde hace pocos días, fue estremecedor, así como su elevación de la oreja que le abría la puerta grande, como si fuera el cáliz de todas sus amarguras, mientras dos lagrimones resbalaban sobre sus mejillas resultó de una gran emotividad. ¡Quien dice que los hombre no lloran! Poco de fiar son los hombres tan duros de corazón, que son incapaces de dejarse arrastrar por el sentimiento que sale del corazón de manera incontenible.

Román ha estado valiente como siempre y queriendo con toda su alma, pero ni los toros le han ayudado ni la tarde era para él. Es joven, tiene “ángel” y le vendrán a su tiempo los días de triunfo. Su constancia y su honestidad bien lo merecen. Los ángeles, los hados o esa suerte que tantas veces llamamos puñetera, había reservado la fecha para que el toreo le hiciera justicia a Emilio de Justo.

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