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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 4 de octubre de 2020

De Madrid al infierno: crónica de una muerte anunciada / por Laureano Benitez Grande-Caballero


Según el historiador británico E. P. Thompson, la verdadera causa de los motines hay que buscarlo en lo que él llama la «economía moral de la multitud», definida como la conciencia compartida por un pueblo de estar siendo víctima de una injusticia sangrante, lo cual le mueve a sublevarse para recuperar su dignidad.

De Madrid al infierno: crónica de una muerte anunciada

Desde que un día lejanísimo a un primate se le ocurrió bajar de su árbol allá en la garganta de Olduvai, el ser humano ha tenido una marcada proclividad a realizar movimientos de protesta contra el orden establecido, que han recibido diversos nombres según su naturaleza y sus características subversivas: revolución, asonada, rebelión, revuelta, pronunciamiento, golpe… y motín.

Los españoles, raza animosa y corajuda -por no decir ese adjetivo que todos ustedes tienen en mente- hemos protagonizado también nuestras subversiones, claro está, aunque no exhibamos una revolución como la francesa, por supuesto -nada envidiable, por otra parte, esa rebelión masónica-. Más bien, nuestra especialidad han sido otro tipo de movimientos de protesta, especialmente los pronunciamientos militares o asonadas, y los motines populares.

La esencia del motín es que consiste en una revuelta de las clases populares contra lo que se percibe como alguna forma de opresión e injusticia. Sin embargo, en ocasiones el motín va dirigido contra una potencia ocupante, una minoría étnica percibida como privilegiada, las élites oligárquicas, o una institución determinada causante de los agravios.

Quema de iglesias en Madrid durante la Segunda República

Aparte de nuestras «Semanas Trágicas» y de las típicas matanzas de curas y quema de iglesias y conventos -de las que hemos tenido con profusión a partir del liberalismo jacobino del XIX- destacan en nuestra historia algunos motines significativos, todos protagonizados por el pueblo de Madrid.

Por ejemplo, tenemos el llamado «Motín de los Gatos» -pues bajo ese nombre se conoce a los madrileños de pura cepa-, disturbio que se produjo en Madrid el 28 abril de 1699 como protesta a la carestía de alimentos -circunstancia motinesca que está en el origen de la mayoría de los motines que en el mundo han sido, por cierto-.

Un motín más conocido es el famoso «Motín de Esquilache», que estalló entre el 23 y el 25 de marzo de 1766, en el cual se aunaron la protesta por la carestía de los productos básicos de primera necesidad, y la contestación a la política reformista de la primera etapa del reinado de Carlos III, encarnada por el ministro italiano Esquilache. Una de estas reformas consistía en eliminar de la vestimenta de los madrileños las largas capas y el sombrero de ala ancha, objetando que favorecían el bandidaje y el crimen. Los amotinados pidieron, además de la bajada del precio de los principales comestibles, la caída del italiano y que desaparecieran los extranjeros de la administración. Por supuesto, también exigía que se revocaran las ordenanzas en contra de la vestimenta tradicional de los madrileños. Hoy, sin embargo, la mascarilla parece formar ya parte de la moda madrileña, aunque, como la castiza capa que quiso abolir Esquilache, suponga que los madrileños van embozados, lo cual puede favorecer el bandidaje. Y es que los tiempos cambian que es una barbaridad.

El Motín de Aranjuez

El tercer ejemplo lo constituye el motín de Aranjuez, que tuvo lugar entre los días 17 y 19 de marzo de 1808, de contenido más claramente político, pues perseguía la destitución del valido Manuel Godoy, y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando.

Pero el motín más relevante, hasta el punto de que constituir uno de los hechos más destacados de nuestra historia, fue el glorioso levantamiento del 2 de mayo, durante el cual el pueblo de Madrid se sublevó contra la ocupación francesa, protagonizando una gesta legendaria que figura con letras de oro en la historia universal.

Cuando los franceses quisieron sacar del Palacio Real al infante Francisco de Paula -el único miembro de la familia real que permanecía en España-, al grito “!Que se lo llevan!”, grupos de madrileños se enfrentaron a las tropas francesas. Masacrados a cañonazos, la insurrección se extendió por la capital, produciéndose enfrentamientos entre el pueblo madrileño y los franceses, a pesar deje solo tenían como armas las castizas navajas, piedras, agujas de coser, y todo lo que pillaban a mano, llegándose a emplear como armamento el arrojar macetas desde los balcones. En cuanto al ejército, no hizo nada, excepto la rebelión que protagonizaron los capitanes Daoiz y Velarde en el Parque de artillería de Monteleon.

Las algaradas produjeron 409 víctimas y 170 heridos, de los que solamente la décima parte eran militares.

Según el historiador británico E. P. Thompson, la verdadera causa de los motines hay que buscarlo en lo que él llama la «economía moral de la multitud», definida como la conciencia compartida por un pueblo de estar siendo víctima de una injusticia sangrante, lo cual le mueve a sublevarse para recuperar su dignidad.


En la actualidad, en vista de los furibundos ataques a la identidad y a la unidad de nuestra Patria, que está siendo objeto de un asalto despiadado por parte del NOM para destruirnos como nación, el pueblo español tiene tantos y tan variados motivos para amotinarse en contra de tantas opresiones e injusticias sangrantes, que me resulta realmente imposible entender por qué no se ha echado todavía a la calle en masa para mostrar su repulsa y su protesta por tanto dislate, tanta felonía, tanta corrupción, tanta mentira, tanta ineptitud, tanta tomadura de pelo, tanta cobardía y tanta complicidad con el NOM.

Por qué he sacado a colación en este artículo los motines protagonizados por los madrileños, hablando de un hecho sucedido en mayo cuando estamos en octubre? Pues que cada cual piense lo que quiera, porque de Madrid no se va ya al cielo, sino al inframundo, tremendo acontecimiento que, pese a su tragedia, no es sino la amarga crónica de una muerte anunciada.

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