Nadie daba nada por sus toros en los primeros dos tercios. Mansos desentendidos, blandos, brutos, defensivos, rajados de salida. La gente de uñas, y él como si nada, inmerso en esa serenidad interior que se confunde con frialdad. Como signos cabalísticos fue impartiendo en la cara de los desahuciados, lances y pases mágicos en cuyo efecto el único que parecía creer era él mismo. Hasta brindó los vituperados, y muchos nos preguntamos si era una broma. Pero no, era en serio.
Al tercero que tardeó incierto, soso, suelto espaciando sus respuestas y blandeando ante su capa de mago, le aplicó tres derechas y tres derechas pacientes, planchadas, templadas, didácticas, casi cariñosas. Primero a regañadientes el colorado se las tragó, y luego, cuando la dosis ascendió a media docena por un lado y media por el otro, el tratamiento comenzó a mostrar efecto. De la profunda filogenia del animal brotaron atisbos de nobleza e incluso calidad en los envites que hicieron que los incrédulos creyeran. Entre muchos el presidente, los músicos y yo.
El toreo se impuso (para eso es) y el jaleo pasó a mayores y como una estaca en los medios el hombre llevaba y traía el manso a su poderoso albedrió. Metido al final en la misma medialuna como para demostrar con el pellejo cuanta fe tenía en la validez de su magia. Y la plaza que se caía de gusto, como si pocos minutos antes la rabia no la hubiese cegado. Un desplante sin los trastos y una estocada de padre y señor mío hicieron que los pañuelos de la petición y los presidenciales de las dos orejas flamearan casi al tiempo. Como un acuerdo tácito.
Al salir el sexto, la tarde se había vuelto a hundir en un marasmo de mansedumbre. ¿Otro milagro? Nos preguntábamos con sorna, hombres de poca fe. Imperdonable, sabiendo quien toreaba y de qué era capaz. Habiéndolo comprobado poco antes. Pero era tan malo “Talento” en toda su media tonelada, tan malo, tan rajado de salida, que el escepticismo agrio cundió y la protesta lindó la procacidad. Se iba de los capotes, por allá, no volvía, parecía empañado en avergonzar su divisa. Molina el picador en la puerta le cazó para un puyazo que el titular Clovis complementó con otro al paso. Era un bochorno de gritos y pitos. Las cosas que se oían ¡Uy!. Y viene don convencido y lo brinda a la ofendida parroquia. ¿!Que qué!? Nada, cuatro doblones genuflexos, largos, una derecha un cambio de mano y pase de pecho autoritarios golpearon otra vez el muro de la incredulidad, lo cimbraron y lo cuartearon. El animal obedecía, pero al primer vislumbre de escape huía. La lidia que fue una lucha contra eso se impuso y las tandas crecieron más allá de toda previsión. Derechas y naturales, redondos y circulares, para un lado y para el otro. Presa el rajado de un trapo que no le dejaba salir de su órbita. La estocada tardó, pero mató y quizá esa espera enfrió y solo dio para para una oreja, la tercera. El arrastre fue pitado ruidosamente y la vuelta celebrada con igual intensidad.
Juan Ortega, pintó carteles, cada que tuvo embestidas. Con el capote y con la muleta. Ahí están las fotos, mírenlas. Las verónicas, la medias, los muletazos, los ayudados, las trincheras, el empaque, la ejecución, el arte del trianero destellaba, interrumpido por desistimientos, coladas y viajes directos al cuerpo en uno de los cuales hubo desarme. Una tauromaquia esteticista que cala en la sensibilidad manizaleña fue acompañada con evidente fruición e ilusión. Pero faena, lo que se dice faena secuencial, no hubo. No había material. El pinchazo precedió una gran estocada y el saludo en el tercio contrastó con la bronca contra el arrastre. Con el quinto, bronco, la porfía fue infructuosa y los dos pinchazos, el aviso y la estocada arriba silenciaron.
Luis Miguel Castrillón, bien en las dos esforzadas bregas luchando por sacar lo que no había. Decoroso, compuesto, trabajador, aguantador. Anduvo desatinado con el acero. Una espada contraria ineficaz, un aviso y dos golpes de cruceta al primero, y al cuarto, pinchazo, estocada tendida, trasera con achuchón, dos avisos y tres intentos de descabello, dejaron sin recompensa tanto esfuerzo y riesgo.
La corrida iba camino del infierno, pero dos milagros del toreo la salvaron. Es lo que se recordará.
FICHA DEL FESTEJO
Manizales, sábado 8 de enero 2022. Plaza Monumental. 6ª de feria. Sol. Más de tres cuartos de aforo. Seis toros de Juan Bernardo Caycedo, disparmente presentados y mansos, todos pitados en el arrastre, abroncados 2° y 5°.
Luis Miguel Castrillón, silencio tras aviso y silencio tras dos avisos.
Juan Ortega, saludo y silencio
Roca Rey, dos orejas y oreja.
Incidencias: Saludaron Escribano y Pineda tras parear al 2° y Santana tras parear al 5°. Roca Rey salió a hombros.
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