Cada vez que escucho esa sentencia tan trillada que reza: “la filosofía no sirve para nada”, una mueca de recóndita alegría se dibuja en mi interioridad y entonces, me alegro con la misma alegría que lo hacía Aristóteles. Es verdad, la filosofía no sirve porque no es sirvienta: es señora. Aquello que simplemente sirve se agota en su servicio, pero la filosofía trasciende la mera servidumbre.
Josef Pieper en su obra Defensa de la filosofía, apunta: “Filosofar significa reflexionar sobre la totalidad de lo que nos aparece, con vistas a su última razón y significado”[1]. Eso que nos aparece, que se nos presenta, que sale a nuestro encuentro, significa aquello que se ofrece a nuestra mirada, y por esa razón, la filosofía es un aprender a mirar antes que consumirse en la fiebre de la praxis. Si el mundo está escrito bajo razón de palabra, si el universo yace como escritura cifrada, es necesario entonces aprender a leer.
Ahora bien, la filosofía no sólo indaga aquello que Karl Jaspers denominaba “lo circunvalante”, sino que nos pone frente a la verdad radical de nosotros mismos. Cito al lúcido psiquiatra alemán:
“Cerciorémonos de nuestra humana situación. Estamos siempre en situaciones. Las situaciones cambian, las ocasiones se suceden. Pero hay situaciones que por su esencia son permanentes; aun cuando se altere su apariencia momentánea y se cubra con un velo su poder sobrecogedor, no puedo menos que morir, ni de padecer, ni de luchar, estoy sometido al acaso, me hundo inevitablemente en la culpa […] Estas situaciones fundamentales de nuestra existencia las llamamos “situaciones límites”. Quiere decirse que son situaciones de las que no podemos salir y que no podemos alterar. La conciencia de estas situaciones límites es después del asombro y de la duda el origen más profundo aún de la filosofía”. [2]
Aquí radica el pretendido carácter soteriológico de la filosofía, su médula redentora para quien la asume, que no es otra cosa, desde el plano meramente natural, que el anhelo de un suelo seguro, ese eco que resuena en la historia, desde Platón al mismo Jaspers:
La filosofía es un aprender a morir
Ahora bien, ¿por qué razón quienes hoy ostentan el poder proponen la erradicación de la filosofía del ámbito educativo? Me resisto a pensar en la mera ignorancia de esta fauna. La filosofía es el desvelo por la última realidad posible, la exigencia de auscultar el pulso del mundo y el propio latido. Sucede que nos quieren chatos, con vuelo de gallina, porque en esta larga peregrinación del hombre moderno, el vacío espiritual se llena con consumo o con ideología, que en el fondo no es más que la prótesis ficticia del verdadero pensar. Hoy lo proponen para España unos gobernantes situados bajo un sesgo ideológico que, aunque hacen gala de su crítica al capitalismo, en el fondo, no son tan distintos de aquellos a los que critican.
[1] Pieper, J. Defensa de la Filosofía. Ed. Herder, Barcelona, 1989: p. 12.
[2] Jaspers, K. La Filosofía. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1992: p. 17
No hay comentarios:
Publicar un comentario