Los invito a que, libres de prejuicios, nos pongamos en los zapatos de un millennial vegano, que vive en un departamento en una urbe como Guadalajara o la Ciudad de México. Esta persona nunca ha ido al campo o a la selva. Su contacto con los animales se limita a la mascota que trata como si fuera su hijo y a la que disfraza de forma hilarante.
Los invito a que, libres de prejuicios, nos pongamos en los zapatos de un millennial vegano, que vive en un departamento en una urbe como Guadalajara o la Ciudad de México. Esta persona nunca ha ido al campo o a la selva. Su contacto con los animales se limita a la mascota que trata como si fuera su hijo y a la que disfraza de forma hilarante.
El millennial al que hacemos referencia no profesa ninguna religión, fue criado con las películas de Walt Disney y acostumbra a visitar con frecuencia a un terapeuta al que, incluso, le ha contado que de niño sufrió un severo trauma cuando vio la escena de la muerte de la mamá de Bambi tiroteada sin piedad por un cazador
¿Imagínense lo que esta persona sentiría al entrar a una plaza como la "Nuevo Progreso" en donde se venden cueritos y otras botanas de proteína animal y la gente aplaude y vocifera mientras un individuo vestido en forma extraña le hace suertes y le clava artefactos a un animal que él ve como indefenso?
Es probable que los dos personajes descritos (el católico de la familia taurina y el vegano urbanita) sean buenas personas, pero los separan sus diferentes formaciones morales. Eso es lo que explica Jonathan Haidt en su libro "La mente de los justos: Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata". Un texto de lectura obligada para todos aquellos que, de una manera u otra, participamos en el debate con los antitaurinos.
Jonathan Haidt analiza el comportamiento humano desde el punto de vista de la psicología moral. La pregunta que se hace es: ¿Cómo es posible que gente equilibrada y decente acabe tan dividida?
Para Haidt, profesor de la Universidad de Nueva York, las intuiciones vienen primero y el razonamiento después. Lo explica con una metáfora. Dice que el cerebro moral de las personas está formado por lo que pudiera ser un enorme elefante que son los instintos, emociones e intuiciones. Y este elefante está montado por un jinete, que representa la razón.
Pensaríamos que el jinete (la razón), decide lo que hacemos y doma a nuestra bestia interior. Pero los estudios demuestran que no es así como funcionan los seres humanos. La razón esclava de las pasiones.
Haidt escribió el libro no para ayudar al debate taurino-animalista, sino porque estaba preocupado por la creciente división en los Estados Unidos entre progresistas y conservadores. Pero nos da claves para buscar mecanismos que ayuden a la convivencia pacífica.
No es a través de los argumentos como podremos convencer a alguien que ve el mundo en forma distinta a nosotros. Las percepciones y los enardecimientos (el elefante en la metáfora de Haidt), ciegan los razonamientos. Es sólo por medio de las emociones como podríamos lograr que el otro baje la guardia y abra su mente.
Por ejemplo, en lugar de hacer razonar a un antitaurino, podríamos llevarlo al campo. Mostrarle los animales en libertad y la belleza de la flora y fauna que se protege en una ganadería de bravo. Tendríamos que usar muy pocas palabras, mas bien dejar que sea el millennial vegano quien descubra la naturaleza y que sean sus impresiones y palpitaciones las que lo lleven a preguntar.
Jonathan Haidt también nos advierte de las redes sociales. Para él, la tecnología digital amplifica la polarización ya que acrecienta los peores aspectos de la psicología moral humana.
En la introducción de "La mente de los justo", Haidt dice que si queremos comprendernos a nosotros mismos, nuestras divisiones, límites y potencial, debemos dar un paso atrás, abandonar el moralismo, aplicar un poco de psicología moral para analizar el juego al que todos estamos jugando.
Haidt es optimista, piensa que pueden convivir distintas visiones de lo que es una buena vida y que personas libres pueden convivir en una democracia contemporánea en la que se respeten los derechos humanos. El primer paso es aceptar que existen distintas concepciones vitales.
Dicho de otra manera, no sólo es razonable sino deseable que en una misma sociedad convivan pacíficamente el omnívoro católico y taurino, con el millennial vegano.
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