
Vladímir Zelenski y sor Lucía Caram
'..Todo lo que Zelenski toca hiede, pringa, apesta, mancha, tizna y hasta estigmatiza. No podía tener mejor socio en España que la trotaconventos del Régimen..'
La monja del Régimen
SertorioNo hace mucho que se produjo la gira española de Vladímir Zelenski; el histrión del Dniéper vino de bolos por provincias y se llevó unos cientos de millones, de esos que no nos sobran, para continuar su ruinosa guerra de tente mientras cobro: esa que ya está perdida y que va a dejar su país como un campo de Agramante, como el mustio y yermo collado de Itálica.
El domund armamentístico se culminó con un bonito acto, un alegre festejo, una regocijada acción de gracias: Zelenski entregó un obsequio, un pequeño detalle que nos deja alguien que tanto nuestro se ha llevado en sus alforjas; la bolsita de garrapiñadas, el rosco de vino, el alfajor de anís, el óbolo de chocolate fue para Lucía Caram, la monja del Régimen, la beata de las llagas de la corte de Pedro Sánchez, la sor Patrocinio mediática. La madre recibió una cruz, pero no una de esas que hay que tomar con resignada mansedumbre, sino una condecoración: la orden de la princesa Olga, madre de la Santa Rus, en recompensa por su activa ayuda al despotado ucraniano. Abrazos, castos ósculos y ningún pellizco de monja acompañaron la ceremonia.
Tras abrazarse con el dictador, la reverenda del Régimen soltó un discurso de una combatividad poco evangélica; como si de un papa Urbano con bragas se tratase, predicó la cruzada contra la Rusia cismática y encomió hasta las nubes al nuevo Godofredo de Bouillon de la poco santa Alianza Atlántica. Nada nuevo bajo el sol: desde 1204, como poco, la clerigalla romana se complace en la degollina de los ortodoxos: la IV Cruzada, los caballeros de la Espada, los lituanos, los polacos, los austro-húngaros y, hoy, ese nuevo imperio latino de Constantinopla al que llamamos Ucrania. Todo vale, pero nada sirve contra la inconmovible roca de la Ortodoxia moscovita. Lo que Stalin no pudo no lo conseguirán los bujarrones mitrados del Vaticano.
A la nueva sor Patrocinio nunca se le escapó una lágrima por los trescientos niños de Donetsk que asesinaron los herodes de Kíev, ni por los ataques a la población civil en Rostov del Don, la mártir Belgórod o la lejana Kazán. Ni una furtiva lágrima por los pacíficos moscovitas degollados en el Krokus City Hall, ni por Darya Dúgina, ni por Vladlen Tatarski. Nada de esto conmueve el corazón de la monja alférez, de la misionera del rearme, de la madre abadesa del convento de sifilíticas arrepentidas (o no) que llamamos Unión “Europea”. Nadie mejor que ella representa las emanaciones sulfúreas del espíritu de Bergoglio, aquel malaje.
Al poco de volver el calígula ucraniano a su infortunado país, empezó la NABU –la agencia anticorrupción, dirigida por la CIA– a exhumar de sus gavetas, archivos y cajas fuertes los expedientes largo tiempo guardados: se empezó con el váter de oro de Míndich –el factótum de Zelenski– y se continuó por las mordidas de Energoatom, el chocolate del loro, sólo cien millones de dólares. Entonces se desencadenó un rosario de detenciones y fugas a Israel, desde Míndich a Yermak, la eminencia gris del sátrapa. En el momento actual hay un agujero contable de más de cincuenta mil millones de dólares y treinta diputeros del partido de Zelenski en la trena. Y esto es sólo el aperitivo: las ramificaciones del tinglado llegan hasta Bruselas y pasan por Estonia, la patria de Kaja Kallas. Alguien tendrá que aclarar qué papel han jugado los bálticos en este enredo de Ucrania y por qué nos han podido arrastrar con tanta facilidad hasta la situación actual. La NABU podrá explicar mucho de este asunto.
Un burdel no suele ser el mejor lugar para proteger a la castidad de las novicias. La Ucrania del Maidán tampoco parece el sitio más adecuado para depositar el cepillo de los parroquianos de sor Lucía Caram. Sin duda, como lavandería poco monacal, la ayuda a Ucrania se está revelando como una colosal estafa, como un rompimiento de Gloria que se parece más bien a la lluvia de oro de Dánae. Todo lo que Zelenski toca hiede, pringa, apesta, mancha, tizna y hasta estigmatiza. No podía tener mejor socio en España que la trotaconventos del Régimen.





