la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 20 de septiembre de 2024

«¿Por qué los toros? ¿Por qué no prohíben la guerra?»: Albert Serra.


El director de cine catalán se arrima a la tauromaquia, «con respeto e inocencia, sin prejuicios ni provocaciones», en ‘Tardes de soledad’, un documental que estrena en el Festival de San Sebastián y con Roca Rey de protagonista: «Nunca había trabajado tan cerca de la muerte, es impresionante»

—¿Qué le seduce de un mundo que genera tanta controversia como el del toro?

—No me interesa lo que piense la gente sobre una cosa. No me afecta. A priori, todo se dio por casualidad. No es tanto una seducción como una combinación de circunstancias. Yo nunca había hecho un documental y un amigo me animaba a hacerlo, pero no tenía tema. El único que tenía a mi alcance, de algo que en cierta manera sólo puedo hacer yo, era este. Tengo un cierto conocimiento de la tauromaquia y un dominio de la tecnología digital; de hecho, me he hecho famoso por ello. Además, desde un punto de vista estético y plástico, puedo aproximarme con cierto respeto y con una cierta iconoclastia, en el sentido de hacer algo creativo y no una descripción que se ha hecho mil veces en las plataformas. Para hacer algo diferente, se unían varios elementos, sin ningún tipo de prejuicio, ni a favor ni en contra.

—¿Había pisado antes una plaza de toros?

—Sí, porque tengo amistad con Salvador Boix y había visto a José Tomás en Barcelona. No era un aficionado en el sentido estricto, pero sí que tenía unas coordenadas para entenderlo. Fue un proceso apasionante, porque la mayoría del equipo –todos, digamos– no había visto una corrida de toros en su vida, empezando por el director de fotografía. Y esto es una perspectiva increíble.
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—¿A quién va dirigida esta obra?

—Es un tema muy interesante al que nos hemos enfrentado a diario: para quién se hace. Hay tres posibles espectadores en la mente, lo que supone una lucha, una confrontación intelectual en relación al montaje y a las imágenes muy sutil e importante, pero que no tiene una respuesta fácil. Se puede hacer una película para el aficionado, es decir, con detalles que solo si sabes algo de tauromaquia puedes entender; se puede hacer un documental para cualquier persona, intentando suavizar elementos. Y podría haber otra aproximación, el punto de vista que conjuga todo para beneficiar la película, que es pensar en el cinéfilo o el mejor espectador cinematográfico posible, aquel al que le interesa el cine y le da igual que sea de tauromaquia o no, entenderlo o no, porque no va a estar tan inquieto por eso. Me refiero a un espectador que ya está acostumbrado a ver películas mías, donde muchas cosas no se entienden, pero eso no le preocupa y va allí a hacer la experiencia de la propuesta, en este caso, una película de aproximación documental.

—Los toreros no miran a los pitones, sino a los ojos del toro. ¿Dónde pone el foco usted?

—En mi sistema de cámaras digitales, ligeramente diferente aquí, se captan cosas que son invisibles al ojo humano y que no las puedes ver desde el tendido. La cámara realmente está para revelar algo que no se puede revelar de ninguna otra manera en un sentido más amplio, más plástico y espiritual. Es una actitud muy sana para el documental. Aquí todo el mundo puede opinar lo que quiera, pero mi trabajo consiste en que sean estas imágenes las que por sí mismo digan algo que ni yo sabía ni hubiera pensado. Eso es lo que me seduce y la tauromaquia lo logra como tema único o bastante excepcional, sobre todo en el mundo contemporáneo. Me da igual si a la gente le gusta o no le gusta. La tauromaquia tiene algo que conecta y que desconecta con el mundo actual. Provoca cierta tensión y puede ser un reflejo de unas cosas o de todo lo contrario.

—¿Las cámaras pueden traspasar la emoción del toreo?

—Sinceramente, es lo más difícil. Porque es algo que tiene que ver con la plaza llena, con el rugido y el furor en los momentos de gran magia y plasticidad. En cómo una colectividad lo recibe. Y eso se percibe en la plaza: por el ambiente entiendes que el torero se ha arrimado o que ahí se han conjugado unos versos, una poesía. Entonces esto no es tan fácil de traducir y menos cuando estás tan cerca, donde el público queda eludido. Tú en la plaza tienes la perspectiva de tus ojos, de tus oídos. La cámara permite otras cosas que en el tendido no se pueden percibir, pero esa sensación de totalidad, que entra por el estómago, es la más difícil de traducir.

—Entiendo que un director de cine puede manipular a los actores o decirles un ‘ponte aquí, ponte allá’, pero un torero no es un actor y, además, se juega la vida.

—Eso no ha sido posible, pero yo no me he alejado de mi metodología tradicional, porque no me gusta hablar con los actores. Toda mi metodología se basa un poco en la incomunicación con ellos. Soy un espectador más.

—¿Pureza sin manipulación?

—Yo voy allí a hacer el proceso de descubrimiento, no tengo ninguna opinión. Sabemos que hay cosas sociológicas de aceptación o no, pero no me interesan. Desde el punto de vista humano puede haber una manipulación, pero es que cualquier cámara filmando de cerca ya lo es. Hay una nueva vanidad añadida, a pesar de que el torero tiene sus dificultades, se está jugando la vida y en la mayoría de esos momentos de tensión tan grande, no va a pensar en una película, pero en otros, quizá, un poquito sí. Hay algo que influencia, una manipulación involuntaria, y esto a mí me gusta porque crea una vanidad en la persona que hace que se convierta en actor y lo hace diferente de quien era antes, con muchas más aristas, más complejo. Cuando te graban, quieres controlar un poquito más tu imagen; hay una lucha interna que me fascina, imposible de controlar del todo. Es una capa añadida que puede contribuir a revelar involuntariamente una verdad de fondo de una manera más clara, inocente y sincera que si tú ya tienes una puesta en escena o una comunicación excesiva, o incluso normal, con los actores.

—Considerado un cineasta de culto, ha elegido un fenómeno de masas: Andrés Roca Rey.

—Me interesa el camino de la búsqueda y sorprenderme a mí mismo en el resultado. De hecho, yo hago las películas para mí; para mí hacer cine es burlarme del mundo, me da igual lo que piense la gente. Si te sorprende a ti mismo lo que has hecho, y está lleno de cosas que ni tú te habías dado cuenta en el montaje, es lo máximo.


—¿Qué le ha impactado más?

—Una buena pregunta. ¡Hay tantos matices! Sería otra distinción: ¿qué es lo que me impresiona como ser humano o como artista? Son dos cosas diferentes.

—Adelante su reflexión, cuéntenos.

—Por ejemplo, durante el montaje, en la toma de decisiones relacionadas con la violencia, una violencia implícita casi necesaria para la tauromaquia. Y para eso hay muerte. En la película no se juega a nada. Si resulta que artísticamente estas imágenes son las que corresponden, serán las que se verán. No soy yo quien lo juzgue y es una lógica interna del montaje que se impone: si coincide con lo que tiene mucha calidad artística, con efecto plástico, lo violento va a estar allí. Yo solo escojo lo que realmente transmite, las imágenes digamos artísticamente fuertes, con la máxima expresividad. Pero aquí estoy volviendo a tu pregunta, que es interesante, y volviendo al inicio de la conversación. 
Para mí, como espectador, hay dos tipos de cosas. Por ejemplo, en el montaje, a veces, venía Salvador (Boix, apoderado de José Tomás), que es un grandísimo aficionado y lo que le interesaba era ver buen toreo, es decir, los momentos en que la expresividad del torero era de mayor belleza. Él habría hecho una película con los grandes momentos de la faena, pero el cine no tiene esta lógica. Hay un juego complementario, incluso predominante, el de la tensión y la lucha, el del peligro con los toros más desagradables y menos aptos. Esto añade un plus de magia en la imagen y, también, en la plaza. Hay una tensión que se palpa, sobre todo, con Roca Rey, que lo intenta con cualquier toro. Hay una frase muy bonita de la cuadrilla: «Venga, a arrancársela». Como arrancarle la oreja. O sea, lo que no ponga el toro, lo va a poner él. Porque Roca asume el máximo riesgo, exprime al máximo esta posibilidad y la única manera de hacerlo con este tipo de toros difíciles ya sabemos cómo es. 
Para mí, en esas imágenes, sobre todo con los toros grandes por el porte del torero, hay también una belleza plástica, más sorda, pero igual de grande o de fuerte que en unos pases maravillosos. Volvemos al principio: ¿para quién va dirigida la película, para el cinéfilo, para el público normal o para el aficionado con un toro con vigor y peligro que le da más mérito a la faena? 

—Entonces, ¿qué escoge?

—Yo le decía en el montaje a Salvador que dos pases están muy bien, pero hay momentos de tensión sostenida, por otros motivos, con magia y misterio. Una faena más buena o menos buena no hace a la película más o menos buena.

—¿Ha pasado miedo?

—Sí, de hecho, en la plaza muchas veces tengo que taparme así (y hace el gesto de cubrirse la mirada). Luego, en la pantalla, soy muy atrevido, pero sí tengo sentido de esto. Se reía Salvador y me decía: «¿Por qué te tapas los ojos?».

—¿Alguna vez ha trabajado tan cerca de la muerte?

—No, nunca. De hecho, es impresionante.

—¿Ha visto rezar?

—Bueno, rezar no sé si es la palabra, más bien encomendarse a alguien. Yo también lo haría.

—¿En qué corrida le ha crecido más la barba, que diría Belmonte, en tardes de jindama?

—Las imágenes confirman que las que dan más tensión son Madrid y Sevilla, sobre todo en Las Ventas, como en esa cogida vestido de catafalco y oro, muy tensionada. Había viento y hubo un momento bastante interesante, con imágenes que dan bastante miedo, con un toro bronco. Tenemos otras, como Santander (la tarde en la que Cayetano se jugó la vida para salvar la de Roca). Lo que saldrá en el montaje ya se verá. Es difícil cuando tienes tanto material: unas veces te enamoras de todo, luego te cansas de todo, luego te vuelves a enamorar.

—Eso le sucede a los propios públicos, tan cambiantes.

—Tienes que mantener la frialdad. Hay puntos álgidos que parecen indiscutibles, pero cosas más sutiles te encajan ahora y luego no. Es una constante reevaluación. Poca gente tiene tanto conocimiento de tauromaquia por lo que han captado estas cámaras. Porque en la plaza prevalece lo que se te queda en el cuerpo. Nosotros cambiamos de opinión constantemente. Fíjate lo sutil que es. Es muy difícil evaluarlo y sólo se consigue revisionando todo. Sin este ejercicio, es una banalidad.

—Por lo que cuenta, hacer una película es una lidia complejísima y requiere de temple.

—Son puntos de vista que se van confundiendo de una manera algo pantanosa. Usted sabe que una corrida no son solo momentos cumbres y estelares: son muchos otros y, de hecho, hemos filmado muchas corridas. Yo ya sabía que había que ir muchas veces para encontrar un momento álgido, de arte torero. Entonces se refleja toda esta tensión, pero desde el punto de vista del torero, no de un espectador que se aburre o no. No es una película al uso ni como ninguna de las mías.

—El toreo es tener un misterio que decir y decirlo. ¿El cine es un misterio que desvelar?

—No desvelarlo. Tú lo has dicho mejor a la primera: decirlo, es decir, enunciar el misterio, a poder ser, dejarlo misterioso, para que dure siempre. Es verdad eso de que hay un misterio que decir. Me esforcé por desvelarlo y no lo conseguí; entonces, es garantía de que el misterio es verdadero. Estamos hablando de Roca Rey, que ya de por sí es un ser bastante misterioso. De hecho yo lo he grabado mucho y poca gente lo ha estudiado tanto en la plaza. Quizá soy el máximo experto en Roca Rey que puede haber porque nadie ha tenido tanto acceso, pero el misterio continúa allí vivo. Hay gente que ves y te haces una idea de cómo es. En este caso, es más difícil.
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—Soprende que haya logrado ponerle a una primera figura el inalámbrico.

—No siempre, desgraciadamente para mí, pero entendiendo las razones. Siempre tiene que ser desde la buena voluntad, de saber que añade una capa de tensión extra. Para mí el torero con el micro inalámbrico es más interesante, va a dar un juego superior y, paradójicamente, va a ser más persona. Es una cosa extraña de explicar y sería una larga discusión, pero es un poco como aquello que dicen del toro y crecerse en el castigo, pues el actor o la persona que se sabe filmada se puede crecer en el castigo. A pesar de la presión de sentirse grabado, puede llegar a transformarlo en algo que no habría aparecido ni emergido jamás.

—¿Era consciente entonces Andrés de que lo grababan?

—Claro que sí. Evidentemente, es prioridad cero para él, pero es otra dimensión, sobre todo con lo que es más inhabitual, el inalámbrico. Cámaras tienen en las retransmisiones, aunque de otro modo. Y a la habitación tampoco van los de las retransmisiones; nosotros, sí.

–¿Por qué ‘Tardes de soledad’?

—Se refleja la soledad, con Roca Rey tan hermético, como un compromiso muy serio, casi como un compromiso formal. Me identifico mucho con él, es como si no le importase lo que le pase; no es que sea un suicida, sino que siempre que va es para dar lo máximo.

—¿Se ha divertido haciéndola?

—Sí, nos divertimos mucho, no solo yo, los cámaras. Lo ven de una manera más objetiva y profunda; les ha transformado. No les interesa el tema del animalismo, ni la política. La garantía de la pureza artística se queda aparte. Han tenido una revelación de un acto que veían en una superficialidad y ahora lo ven en toda su complejidad, cosa que estoy seguro que no pasaría si lo hiciéramos del fútbol o de otro espectáculo.

—En México dijo que el mundo era mejor con corridas que sin ellas.

—Si a mí me preguntas: ¿sí o no? Te digo, vale, 55 contra 45, pero solo porque es un tema que no me interesa. A ver, forma parte de una tradición, pero tampoco digo que haya que sostener artificialmente las tradiciones. Todo tiene su razón de ser cuando sale del corazón y de la gente. Y cuando se acaban, se acaban; y cuando vuelven, vuelven. Si fuera por mí, creo que convoca unas cosas nuestras que son muy importantes y que no pueden desaparecer de la sociedad actual y lo hacen de una manera bastante catártica. Son un espejo de lo humano y de la vida misma. 
Este tipo de experiencias han existido y pienso que es bueno que existan. Claro, la sociedad cambia en direcciones opuestas, pero no es el papel mío cambiar la sociedad. Como con los actores, nunca les digo: ostras, lo has hecho muy bien o muy mal. Yo, como decía Michael Cimino, no soy un predicador, no soy un cura, no soy un profesor. Soy una persona que consigue cosas. Y en este caso circunscrito a la película que yo he hecho, lo más honesta e inocentemente posible.

—¿El toreo es arte?

—Esto sería una discusión. Es arte, un poco de arte, un poco de espectáculo, un poco de antropología, un poco de tradición, un poco de muchas cosas, un poco de danza…

—Vida y muerte.

—Es metáfora, aunque, afortunadamente, pocas veces hay sacrificio humano. Pero, ¿por qué los toros? ¿Y la guerra? ¿Por qué no la prohíben? Más estúpido que la guerra no hay nada, matándose entre seres humanos..

—¿Tenía razón Ortega y Gasset en eso de que el tendido refleja la situación de España?

—No sé, no me interesa la cosa sociológica, no me interesa el público. Voy sin prejuicios y sólo lo he filmado con todo mi arte, nunca mejor dicho, con todo el arte posible.

—Se atrevió con Don Quijote en catalán y ahora se arrima a los toros, una provocación en la arena prohibicionista.

—Yo no hago provocaciones. Cuando las cosas se hacen honestamente, sinceramente, con inocencia y sin prejuicios, no es provocar. Provocación es una forma de cinismo de alguien que quiere hacer una cosa para dar una determinada imagen de sí mismo. Yo soy más conocido en el extranjero y sabes bien que, por la cosa de los animales, esto no les entra tan bien en el norte de Europa. Tendré críticas y pierdo, pues mi prestigio es más internacional. Pero todo está permitido en una creación artística. La película da su visión sobre ese tema sin ninguna servidumbre, desprejuiciada, con respeto sincero y con personalidad propia.

«Quizá soy el máximo experto en Roca Rey. Me identifico mucho con Roca Rey: no es que sea un suicida, es que siempre que va es para dar lo máximo»

—La gran película de toros está por hacer. ¿Tan difícil es?

—Es tanta la verdad que hay delante del toro, tanta la verdad que mostrar, que no se puede ser torero y actor al mismo tiempo.

En una de las llamadas, mientras se sorteaban los toros de Roca en las Corridas Generales de agosto, le pregunto si todo se ha rematado ya y me comenta lo que supone para él estar en la Sección Oficial de San Sebastián (lo que en mayo aún no se sabía). «Es el festival más importante de España y el sitio ideal para la película. Es España y es donde más puede ser entendido el tema de algo muy enraizado y muy español. Siempre sabiendo que la película lo enfoca desde el máximo rigor artístico, con miras al cine de autor», explica. Le hablo de la campaña antitaurina que hay en Bilbao, con pintura a modo de sangre en los carteles del peruano. «Hay algunos que parece que prefieren que se maten personas a animales. Que vayan a los mataderos y todos veganos». ¿Es usted vegano? «No lo soy, pero si obligan a hacerse por ley, cumpliría. Pero que no molesten tanto con los toros. Aquí hay mucha faena y cosas divertidas por defender: mataderos, gallinas…»

—Da la impresión de que para cuajar un documental hay que encajar más piezas que en una Feria de San Isidro.

—Es un trabajo bastante penoso, consume mucho tiempo y está al alcance de poca gente. Porque poca gente tiene la disciplina o la paciencia que un director de cine. La sutileza da la garantía. En todas mis películas hay diversidad de sensaciones. Yo no te voy a explicar qué sensación vas a tener tú. Además, no lo sé y ni yo mismo sé la que tengo. Ahora te va a pasar como a mí, vas a tener que resumir todo este material, y te vas a acordar de esto. Yo me paso bastantes meses para estas cosas, no sé cuándo te vas a pasar tú si lo quieres hacer bien. También tendrás un montador o montadora, claro…

—Qué presión. Y sin montador ni montadora. Que Dios reparta suerte

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