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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 14 de septiembre de 2014

Valladolid. Apoteosis de El Fandi en tarde de soberbios estímulos / por J. A. del Moral



"...Su primero, tercero del lote, fue de esos que llamo “para cantarlo en latín”. Y el granadino no es que lo cantara en latín, es que lo hizo todo tan bien en su acostumbrado derroche de entusiasmo, de facultades y de indiscutiblemente brillantes aciertos en los tres tercios que cubrió sin que nadie interviniera apenas..."


Valladolid. Apoteosis de El Fandi en tarde de soberbios estímulos

Fue el 13 de septiembre y con un calor insólito en Valladolid. Los cielos sobre la plaza del Paseo Zorrilla parecían estar siendo pintados por Velázquez en una variedad cromática espectacular hasta que fueron convirtiéndose en tonos marengos que anunciaban tormenta. Sin problema, cuando empezó a llover, ya estaban los toreros en sus hoteles. Tardaron bastante en llegar y no solo por la salida a hombros de El Fandi, también porque a Enrique Ponce y a Finito de Córdoba les aplaudieron muchísimo al abandonar la plaza.

Había sido una corrida más que entretenida, término que por cierto siempre me rechina cuando escribo sobre toros y toreros que acaban de jugársela. Fue más bien una tarde realmente interesante y en momentos fabulosa. Y eso que apenas se cubrió, en apariencia, la mitad de los tendidos, principalmente los de sombra, porque los de sol estaban cuasi vacios. Muchos taurinos y no pocos aficionados se lamentaban de la pobre entrada con este cartel. Yo no. Yo estoy de vuelta de casi todo. He visto muchísimas corridas con figuras en tiempos pasados con parecida asistencia. Llevábamos al menos veinte años de abultadas vacas gordas y llenos continuos en la ferias, incluso con carteles de tercera. Desde que empezó a notarse la crisis hasta ayer mismo, en cada feria de provincias salvo en Pamplona y quitando Madrid, la gente elige una corrida entre todas y es la única que se salva en la taquilla… En la de Valladolid eligieron la de antier y punto.
Pero esta ciertamente preocupante circunstancia, no fue óbice para que la tarde del viernes fuera de esas en las que se suele decir: ¡vaya hombre, os la perdisteis…”

Ya es sabido que, cuando torea Ponce que ya lleva años encabezando la inmensa mayoría de las corridas, los otros dos toreros o quien sea pareja en mano a mano, la sola presencia del valenciano les estimula una barbaridad. Pues bien, ayer, tanto a Finito como sobre todo a El Fandi se les notó tal estimulo. Pero es que, en el transcurso de la tarde, todos se estimularon entre sí porque, tras la lidia y muerte del primer toro, feísimo de hechuras y de juego a tono con su horrible pinta, Ponce solo pudo estar en profesor de una asignatura atragantante.


Pero el segundo fue otra cosa y, aunque no paró de escarbar y de tardear continuamente, cada vez que embistió lo hizo por abajo y con nobleza muy encastada y transmisora. Y, señores, el Fino anduvo sensacional con su afiligranado capote y sencillamente espléndido con la muleta en una faena de su mejor corte aunque calificarla así es decir poco. En mi particularísima opinión, tal y como está Finito desde hace un año y medio, su arte me parece superior al tan cantado de Morante. Solo que, con Juan Serrano Pineda, no hay serranitis ni serrantosis… Le falta leyenda. Nunca se ocupó nadie, ni él mismo, de fabricarla. La perfecta simbiosis que, cuando Finito está bien, ejerce entre su portentosa técnica y de esto los que más saben son los toreros – que se lo pregunten a Ponce – y sus irreprochables y naturalmente bellísimas maneras, dan lugar a un pellizco que no acaba por sumar uno tras otro sin solución de continuidad. Pero Finito, como les pasa a tantos toreros cuando están a gusto se pasó de metraje en su obra muletera y le pasó carísima factura con la espada hasta eclipsar casi totalmente lo que acababa de hacer. Dos avisos y silencio únicamente roto por unos cuantos que, como yo, habíamos disfrutado una barbaridad.


Luego llegó El Fandi que ayer se llevó el lote de la por todo muy desigual corrida de los Matilla. Su primero, tercero del lote, fue de esos que llamo “para cantarlo en latín”. Y el granadino no es que lo cantara en latín, es que lo hizo todo tan bien en su acostumbrado derroche de entusiasmo, de facultades y de indiscutiblemente brillantes aciertos en los tres tercios que cubrió sin que nadie interviniera apenas – el famoso sentido de la lidia total que parte de los Lagartijo, Guerrita… y llega hasta los Arruza, Miguelín, Paquirri y últimamente hasta que el granadino lo viene plasmando día a día sin desmayo ni los baches que casi todos los toreros sufren en su carrera -, se llevó sus dos primeras orejas porque al final sumó cuatro. Adelantando lo del sexto, que fue tan noble y suave como constantemente huidizo y enseguida rajado, solo la brega de David Fandila en el recibo y en la suerte de varas, mereció un 10. Y para qué contar su tercio de banderillas con la plaza volcada totalmente. E incluso la faena de muleta, engaño que ayer utilizó El Fandi con temple inmaculado y en algunos pasajes hasta con buen gusto. Ese buen gusto que no suele tener con la fámula escarlata. Con otro cañonazo similar al del tercer toro, liquidó a su oponente y la gente loca. Sí señores, sí, loca…


En la segunda parte del festejo y dejando aparte lo mal que lo pasó Finito con un quinto toro de repentinas y aviesas intenciones – hizo lo debido, cortar por lo sano, tras intentar pasarlo de muleta después de haber sido avisado de cogida varias veces, espantosa la primera cuando el criminal le vio mientras se distrajo el de Córdoba y se fue como un disparo a por su otra vez demasiado tardío matador -, he dejado para el final lo que, como tantas veces acontece, describir como fue la obra maestra por antonomasia de la jornada.


El cuarto toro, un castaño montado, no se comportó como anunciaban sus buenas hechuras. Uno de esos toros por el que nadie, ayer ni el propio Enrique, da un céntimo de euro a la hora de torearlo con la muleta. Ponce se fue con cara de disgusto para el animal que le esperaba tras haber decidido no brindarlo al público. Ni siquiera el catedrático de Chiva tuvo fe en ese momentito vital que transcurre entre pedir los trastos de matar y llegar a la cara del enemigo. Pero, ¡oh manes del prodigio poncista¡ Una vez más y cuantas, incontables, llevamos viéndole hacer milagros muleta en mano, poco a poco, paso a paso, pase a pase, el desclasado morlaco terminó embistiendo con aparente clase. Y digo aparente porque nunca la tuvo. Ni siquiera cuando Ponce cuajó una tercera parte del trasteo como si lo que tenía entre sus manos fuera un obediente cordero. Hasta las poncinas dio y de qué modo y maneras…con ese ademán envuelto en el papel de celofán de su mayor e inimitable virtud: su soberana, su imperial dificilísima facilidad… Pinchó antes de agarrar una estocada entera algo desprendida que le hizo perder la segunda oreja y de salir a hombros.


Lo más increíble, lo más admirable de este señor que lleva ya más de 2.200 toros matados en su inalcanzable cuarto de siglo en la cumbre es, que mientras le quitaban la ropa en su cuarto del hotel, rabiaba como un novel debutante por haber perdido el despojo… Inconsolable siempre cuando, por fallar a espadas, pierde Ponce alguna oreja o incuso las dos y el rabo. ¿Cuántas lleva perdidas este año? ¿Treinta, cuarenta..? Las inalcanzables cifras que enjoyan su carrera impar serían casi imposibles de sumar de haber tenido un tranquillo, una liviana efectividad ejecutoria con la espada… Pero algo malo tenía que tener este prodigioso señor eternamente aniñado para que pareciera un ser mortal… Y hoy vámonos para Murcia. Hoy, con Manzanares y otra vez con El Fandi. Atravesamos España de Oeste a Este con la inmarchitable ilusión que siempre nos acompaña. Y en pos tuyo, Enrique, con más fuerza e ilusión cada año que pasa y vamos a por los 26. Bendito sea Dios que nos permite seguir viéndote, maestro.


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