Aleccionador y heroico, López Simón vuelve a triunfar indiscutiblemente
Resultó herido por su primer toro en plena faena de muleta que culminó contra viento y marea, entrando en la enfermería con una oreja en sus manos. Y regresó al ruedo contra el criterio de los médicos para matar los dos últimos toros de la tarde. Volvió a triunfar con el quinto del que cortó otra oreja y no pudo torear al inutilizado sexto al que mató con el descabello, antes de salir a hombros para volver de nuevo a la enfermería. A consecuencia de la cogida de López Simón, se alteró el orden de lidia por lo que Diego Urdiales mató al primer toro, al tercero y al cuarto con los que anduvo desacertado y temeroso protagonizando una derrota inapelable pese al trato de favor que le dispensó el público.
Madrid. Plaza de Las Ventas. Viernes 2 de octubre de 2015. Tarde progresivamente nublada y desapacible con rachas de viento. Casi lleno.
Cinco toros de Puerto de San Lorenzo, bien aunque desigualmente presentados que resultaron mansotes, andarines, apenas manejables y sin clase en distintos grados de fuerza. Por devolución del flojísimo cuarto, se corrió un grandullón animal de Valdefresno de comportamiento similar al de los anunciados.
Diego Urdiales (marino y oro): Dos pinchazos y estocada trasera tendida y caída, silencio. Estocada, división de opiniones al saludar. Estocada, silencio.
Alberto López Simón (cobalto y oro): Pinchazo y estocada, oreja. Estocada aguantando a toro arrancado, oreja y fuerte petición de la segunda. Pinchazo y dos descabellos. Salió a hombros por la Puerta Grande y regresó a la enfermería en donde le habían atendido de una <<cornada en el tercio superior de la cara posterior del muslo izquierdo, con una trayectoria hacia arriba de 12 centímetros que alcanza al pubis. Pronóstico reservado>>.
Ambos espadas fueron obligados a saludar la ovación que les tributó el público tras el paseíllo.
No resultó fácil ni agradable la corrida compuesta por cinco toros de Puerto de San Lorenzo y un sobrero de Valdefresno. Fueron toros que pidieron el carnet y solo aptos para toreros valientes a carta cabal y altamente sabios.
Es y debería ser sabido que en el toreo una cosa es resolver y otra torear. Cuando los toros tienen problemas, procede resolverlos antes de ponerse a torear formalmente. Y eso solamente lo consiguen los grandes. Por el contrario, los que solo saben torear y lo intentan sin resolver los inconvenientes previamente, naufragan. Los problemas se resuelven con temple incondicional – no dejarse enganchar nunca los engaños – y con firmeza inteligente. Esta firmeza también es consustancial a los grandes porque, para mantenerla, hay que tener valor auténtico. Ese que permite pensar y discurrir delante de los toros por difíciles que sean. En base a estas razones, discurrió la corrida de ayer en Las Ventas que se llenó casi por completo para ver el mano a mano entre Diego Urdiales y López Simón. Un enfrentamiento ciertamente atractivo dadas las situaciones que atraviesan este año los contendientes.
El riojano, favorecido por la suerte en Bilbao y en Logroño, más crecido y apoyado que nunca. Y el madrileño de Barajas, con el foco de la atención sobre su persona por ser la revelación de una temporada que llevará su nombre por los grandes triunfos que lleva sumados y obtenido en las plazas donde ha comparecido con suerte o sin ella. Y con cornadas de por medio de las que ha salido sin una sola mácula en cuanto a su entereza. Razón que le ha convertido en torero heroico además de del resto de virtudes que atesora. López Simón es por todo ello un vencedor nato. De golpe cantado pase lo que pase.
En esta seguridad en sí mismo que trasmite a los públicos en todas sus actuaciones, volvió a Madrid tras sus triunfos isidriles, también logrados con una cornada de por medio.
La actuación de ayer fue, como casi todas las suyas, aleccionadora y otra vez heroica. López Simón llevó a la práctica lo que acabo de explicar antes y después de resultar herido. Su primera faena fue a la par científica y solo apta para mayores. El toro fue como casi los demás. Suelto y distraído. Manso, andarín y huidizo. Apretó mucho para dentro en el recibo de capa y López Simón lo abrió enseguida hacia los medios. El toro se fue solo hacía el caballo de reserva y un peón le cortó el viaje. Mal hecho porque lo más conveniente con esta clase de toros es dejar que se piquen solos a la carambola para ahorrarles viajes en vez de tener que darles demasiados capotazos. Blandeó mucho en varas. Y esperó y persiguió en banderillas.
A la muleta llegó acobardado, reculando e incierto. López Simón lo templó a la primera con la mano derecha y cuando se fue a los medios para torearlo al natural se lo impidió una peligrosa racha de viento. Vuelto a derechas con el mismo temple que antes, al dar un pase de pecho de remate con la izquierda, resultó prendido y ostensiblemente herido y dolorido. Zafado raudo de las asistencias, volvió a la cara del toro para seguir toreando, otra vez con la derecha y brevemente al natural, hasta terminar con un pase cambiado espeluznante y un ramillete de manoletinas con el público sobrecogido por el despliegue de valor del torero. Pese al pinchazo previo a la estocada, se pidió la oreja que, tras la insistencia de los que la pedían, fue concedida. La cogida tuvo que ver mucho en ello. López Simón no la paseó. Solamente la enseñó antes de meterse en la enfermería.
La corrida transcurrió con la gente más pendiente de las noticias que podrían llegar desde la enfermería que de lo que hizo Diego Urdiales en la lidia de los toros tercero y cuarto en los que se alteró el turno a la espera de que López Simón pudiera volver al ruedo. De lo que hizo o no hizo Urdiales con el tercer toro y con el sobrero de Valdefresno, no quiero hoy cebarme en su desgracia con detalles. Solamente apuntar que no templó ni mandó por lo que los animales empeoraron en vez mejorar. Todo al revés. Urdiales quiso torear formalmente sin haber resuelto antes los problemas que le presentaron sus oponentes y salvo con la espada, dio un indisimulable recital de incompetencia.
Y desapareció por completo de la escena como si no hubiera hecho ni el paseíllo. Sobre todo cuando López Simón pareció en el callejón, dispuesto a matar los dos últimos toros de la tarde, con la gente volcada a favor del madrileño a sabiendas de que no había abandonado la enfermería para cubrir el expediente, sino para volver a triunfar. Lo consiguió con más rotundidad aún frente al quinto toro que resultó más o menos como los demás. La faena tuvo un antes y un después de que el toro se rajara y se fuera a las tablas a cuyo lugar llegó mientras el torero recetó bellos muletazos al compás de la huida del animal para terminar, siempre con la derecha, dueño y señor del toro y de la situación que se cerró con una certera estocada que propinó al encuentro a toro repentinamente arrancado. Se pidieron con fuerza las dos orejas. Pero el presidente solo accedió a conceder la primera. No importó. Ya tenía asegurada la salida a hombros por la Puerta Grande.
Pero desgraciadamente, la tarde terminó en decepción, tanto para el de Barajas como para el público. El sexto toro se lastimó gravemente por romperse una mano tras ser espléndidamente banderilleado por Vicente Osuna y López Simón solo pudo matarlo como buenamente pudo – fue con el descabello tras pinchar – sin que ello mermara lo más mínimo el entusiasmo del público que permaneció en los tendidos hasta ver la salida del héroe por la Puerta Grande.
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