Tiene narices que José Tomás y Morante, dos de los toreros con más feligreses, dos de los que más gente consiguen hacer peregrinar, dos de los que más influencia podrían ejercer en los medios de comunicación han decidido jugar fuera de competición, en una liga paralela cargada de exigencias pero con pocas obligaciones.
Morante en el mundo de Matrix
Carlos Bueno
La estrategia marcada por Morante para afrontar la inminente temporada suena a unidad de cuidados intensivos. Con el anuncio de su regreso a los ruedos el próximo 12 de mayo en Jerez, desde el entorno de su nuevo apoderado, Manolo Lozano, se adelantó que el torero de La Puebla protagonizará una campaña con cerca de veinticinco corridas de toros, casi todas en plazas de segunda y tercera categoría, algo poco acorde a la entidad de un matador de su talla, con la salvedad de sus dos últimas comparecencias de 2018, que tendrán lugar en Sevilla por su feria de San Miguel, algo ya firmado con la empresa hispalense.
Papel mojado, porque a Morante se le pueden volver a cruzar los cables en cualquier momento y dejar de cumplir los contratos que le plazca, como ya ocurriera el año pasado cuando se marchó aduciendo que estaba harto de los veterinarios y los presidentes, del toro actual que no le permite expresar su toreo y de un sistema que, según él, va en contra de los intereses del espectáculo.
Pues bien, cuando de nuevo vuelva a vestir alamares, Morante se encontrará con los mismos veterinarios y presidentes, con el mismo toro y con el mismo sistema que dejó hace sólo unos meses. Eso sí, sus actuaciones tendrán lugar en cosos donde el animal no luce su mejor trapío y donde la exigencia no es demasiado severa. Y además no habrá televisión, otra imposición nueva que copia de la política de José Tomás.
Tiene narices, dos de los toreros con más feligreses, dos de los que más gente consiguen hacer peregrinar, dos de los que más influencia podrían ejercer en los medios de comunicación han decidido jugar fuera de competición, en una liga paralela, en el ficticio mundo de Matrix.
En 2018 Morante irá cuidado entre algodones. Plazas amables, ganaderías de supuesta nobleza y siempre con algún compañero por delante, una condición forzada por el de La Puebla para no abrir plaza. En Jerez será Padilla quien encabece el paseíllo, y el resto de tardes podrían ser, además, Ponce, Ferrera, su amigo Pepe Luis Vázquez o algún alternativado. El requisito infligido es que los carteles en los que se anuncie el cigarrero “tengan la categoría que corresponde a un torero de su rango”.
Pero un torero adquiere un rango de alta categoría cuando triunfa, cuando utiliza su fuerza para cambiar las injusticias que se producen en el sector y que van en contra de los intereses del espectáculo, y cuando aprovecha su influencia para devolver el protagonismo que la tauromaquia tuvo en los medios y en la sociedad.
Desde 2007 Morante ha toreado en La Maestranza de Sevilla en 31 ocasiones y 22 en Las Ventas de Madrid. En la última década nunca acabó saliendo a hombros de ninguna de estas plazas, y en esas 53 actuaciones sólo consiguió cortar cinco orejas en el coso de El Baratillo y cuatro en el venteño.
El balance es tremendamente pobre hasta para un torero considerado de arte y a quien no se le tienen demasiado en cuenta las estadísticas numéricas. Curro Romero, con quien tanto se le compara, abrió la puerta grande de Sevilla seis veces y siete la de Madrid.
Y no es cuestión de comparar, lo que se trata es de torear y no defraudar. Ese es el verdadero compromiso que debe autoimponerse José Antonio Morante.
Sería un pecado capital que un toreo de su clase acabe difuminándose por culpa de unas pretensiones fuera de lugar, de unos cuidados intensivos que poco dicen en favor de su auténtica valía y por un bombo no respaldado con éxitos. El movimiento se demuestra andando, las razones se adquieren toreando y las exigencias no hacen falta cuando el triunfo artístico no es una excepción. Lo contrario va en contra de los intereses del espectáculo.
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