(Foto: José Joaquín Diago)
Historias que muestran la caballerosidad, el conocimiento y la generosidad de mucha de las gentes de campo. Como ejemplo, os acercamos a un hecho entre José Luis Buendía y Álvaro Martínez Conradi. Ganaderos románticos.
La Quinta: Una historia supuesta y un suceso muy real
José Mª Moreno Bermejo
Álvaro Martínez Conradi fue rejoneador por afición. Procede de la familia de los Cova, ligada a la de los Moreno descendientes de D. Félix. Es Álvaro primo de José Joaquín Moreno de Silva. Y éste me contó lo sucedido en la compra venta de los Buendías por parte de Martínez Conradi y José Luis Buendía. Álvaro es muy aficionado a los toros, y sabio él, fue muy seguidor de Paco Camino, que toreaba de maravilla a los Santa Coloma, de los que llegó a matar 226 toros. Álvaro decide comprar a Buendía una de las partes en venta.
José Luis Buendía y Álvaro Martínez Conradi llegaron a un acuerdo verbal de compra venta de un determinado número de reses; precio y método de pago acordado; y una cláusula por la que a D. Álvaro se le permitía la libre elección del ganado.
A caballo, los dos caballeros pasean por Bucaré con el objeto de señalar el ganado de la transacción acordada. Álvaro va comentando. “La 28, José Luis; me gusta, fina y muy viva; apunta”. “La 28”, anota y repite Buendía. Paseo sereno, muy amistoso; Álvaro observa “¿te gusta esa, José Luis? ¿Y la 32?”. José Luis anota. Y así van reseñando las reses que se irán a pastar a Fuen la Higuera, la finca de Martínez Conradi.
En un determinado momento Álvaro repara en una vaca que le seduce. “Oye José Luis, qué bonita es la 23, bien plantada, descarada; mira como nos reta. Buena parece; sí señor, anótala”. Un silencio prolongado sigue a la petición de Álvaro; José Luis está callado. El comprador repite “la 23. José Luis, ¿me has oído?” Tras el silencio, José Luis le dice “perdóname, Álvaro, esa vaca, Soguera, me prometí no venderla, la quiero para mí”. Álvaro calla asombrado; el trato dice “libre elección”, por lo que tiene todo el derecho de llevarse a Soguera. En un momento viene la necesidad de exigirlo; incluso si hay que romper el trato, pero la amistad... Ambos caballeros, meditan; deambulan sin la serenidad y armonía primeras. Al fin habla José Luis. “Tienes razón, Álvaro; tienes el derecho a llevarte la 23, el trato es el trato. Sin embargo, no entrará en el lote, no contará, porque yo no puedo vendértela y faltar a la palabra que a mí mismo me di. Así que te la llevas regalada bajo la promesa de que cuando lidies el primer hijo de Soguera, has de invitarme al burladero para que asista a su muerte”. Un emotivo abrazo; la solución fue de la índole que suelen adoptar los caballeros. Vuelve la serenidad y la armonía a la conversación entre Álvaro y José Luis.
Y el 23 de julio de 1989, en el coso santanderino de Cuatro Caminos, Álvaro Martínez Conradi y su amigo José Luis Buendía ocupan un asiento en el burladero de ganaderos. Va a lidiarse el primer hijo de la mencionada vaca. Soguero, saldrá en 5º lugar y le corresponde a José Ortega Cano. Una corrida con seis toros de La Quinta a los que darán muerte, José Mª Manzanares, José Ortega Cano y Rafael Camino. Los amigos Álvaro y José Luis esperan a Soguero; y éste no defrauda. Ortega le corta las dos orejas, el toro es ovacionado en el arrastre y los dos amigos se abrazan emocionados. Al día siguiente, José Luis Suárez Guanes, en su crónica del ABC dice que el toro debió ser indultado para padrear en la ganadería.
Siempre que recuerdo este suceso, me pregunto cómo lo habría contado D. Luis Fernández Salcedo en uno de los artículos que publicó en El Ruedo, con apuntes de Martínez de León, y que luego se recopilaron en un maravilloso libro bajo el nombre de “Los cuentos del viejo mayoral”. Y pienso que si el hecho narrado hubiera sucedido tiempo antes, su obra “Trece ganaderos románticos” se habría titulado “Quince ganaderos románticos”. Estas historias muestran la caballerosidad, el conocimiento y la generosidad de mucha de las gentes de campo de antes; de aquel tiempo en que la palabra y la amistad superaban cualquier otra ambición o interés…
Los aficionados debemos apoyar a estos ganaderos que han sabido mantener el toro en el que se sustenta la continuidad y veracidad de la Fiesta. Esos que son rechazados por las figuras y sus apoderados. Estos ganaderos que, como Vistahermosa, Lesaca, Saltillo, Santa Coloma y Albaserrada supieron ilusionar a los aficionados de todas las épocas del toreo; y que han conseguido seducir a los románticos ganaderos que hoy mantienen sus sangres como bien preciado, como único antídoto contra la vulgaridad, superficialidad y aburrimiento que nos ofrecen otros ganaderos de toros artistas, y los artistas que torean esos toros semi domesticados. Por eso alabamos a los ganaderos de La Quinta, Flor de Jara, Ana Romero, Herederos de Felipe Bartolomé, Los Caminos, Javier Pérez Tabernero, Fernando Cuadri, Saltillo, Victorino Martín, Adolfo Martín, José Escolar, Albaserrada… (perdón por los olvidos, pero el aficionado sabrá completar el listado); y a uno que se ha empeñado en recuperar “los toritos navarros”, Miguel Reta, al que deseamos lo mejor; igual que a su “cliente” y amigo mejicano, Gabriel Lecumberri, que de la mano del navarro sigue intentando dar lustre a esa raza con la que tanta bravura consiguió en su primera aventura, y que ahora desea repetir, y perdurar, en una segunda fase que le ilusiona.
A mi modo de ver, siempre que se trata algún tema destinado al aficionado hay que recordar la verdad del Toreo y su legitimidad. No creo que sea legítimo dar muerte a un toro que ha sido privado de su razón de ser, de su fiereza, de su acometividad, del riesgo que debe correr el matador para ostentar el derecho a darle muerte; y en un espectáculo carente de esa emoción que justifica el rito.
Y que no tengamos que decir como Pérez de Ayala: “Los toros son un arte y un drama. Ahora son menos drama, menos peligrosos. Ni toreros ni caballos tienen tanto peligro. El menor riesgo ha restado calidad a la Fiesta, indudablemente; no se puede admitir el toreo sin peligro”. Palabras recogidas por Miguel Fernández en 1967, en un artículo titulado Ramón Pérez de Ayala, Belmonte y los toros. Ya en 1925 decía D. Ramón en su obra “Política y toros”: “Si se aboliese la certidumbre de que el torero puede ser herido, la fiesta se convertiría en un simulacro, como para ejecutarlo en un tablao flamenco”.
Sobre la historia
Quizás el tesón de los estudiosos llegue un día a aclarar lo que ocurrió durante los primeros pasos por los que transcurrió la ganadería que fuera de Pedro José Picavea de los Olivos, sevillano que compró a Ignacio Martín en 1827 la ganadería que éste había adquirido a Salvador Varea; que era una de las dos partes en que fue vendida la del Conde de Vistahermosa por su viuda. La ganadería de Vistahermosa fue formada hacia 1774 con sangre procedente, principalmente, del ganado adquirido por los frailes cartujanos de Jerez de la Frontera, merced a los diezmos y primicias a los que tenían derecho. El de Vistahermosa lidió en Sevilla por primera vez en 1782, y el 2 de agosto de 1790 adquirió antigüedad en Madrid. Sus toros eran considerados, por los toreros de a caballo y de a pie, como bravos y nobles, con poder pero lidiables. Iban francos a caballos y capotes y embestían en rectitud hasta la muerte. Es por ello que fuera un encaste envidiado por los grandes ganaderos de bravo de finales del XVIII y principios del XIX. Igual que hiciera Vicente José Vázquez adquiriendo los diezmos del Conde para poder acceder a este ganado y así mitigar la fiereza bruta de su vacada, procedente de Ulloa, Bécquer y Cabrera, hizo en su día Pedro José Picavea de los Olivos para mejorar el comportamiento de la suya, procedente del ganado que heredó de su padre, D. Juan José Picavea de Eraso.
Juan José Picavea de Eraso había trasladado su hacienda a Sevilla hacia 1775, desde su Oteiza (Navarra) natal, y allí se casó con Dª. Fca. De Paula de los Olivos, con la que formó una familia de siete hijos, el mayor de los cuales fue Pedro José (1782-1831).
Pedro José se hizo cargo de la ganadería familiar, formada según parece con toros navarros, y a ella añadió una gran cantidad de Casta Vistahermosa al adquirir en 1827 la ya citada rama (la procedencia navarra, intuida por varios tratadistas, se ha demostrado últimamente analizando el ADN de los Saltillos que fueron a las ganaderías mejicanas de San Martín y Piedras Negras en 1890).
A la muerte de Pedro José, la ganadería de Lesaca pasa a su viuda en 1831, y de ésta a su hijo José Picavea de Lesaca Montemayor, sobre 1840. En 1845 la compró Antonio Rueda Quintanilla, VI Marqués de Saltillo; de éste pasó a su viuda en 1878, y luego a su hijo Rafael. En 1890 Rafael Rueda Osborne, VII Marqués de Saltillo, vende a los ganaderos de Piedras Negras y San Mateos, Méjico; al Conde de Santa Coloma y a su hermano el Marqués de Albaserrada. Rafael Rueda murió en 1915, y tres años después, su viuda Encarna, hermana de Felipe de Pablo Romero, vendió Saltillo a Félix Moreno Ardanuy.
Los toros lesaqueños pasaron a ser Saltillos por la muy importante transformación y mejora que su casta fue adquiriendo. Fue una ganadería puntera, del mayor prestigio durante el tercer tercio del siglo XIX. Sin embargo, en los principios del siglo XX perdió categoría. Su cuidado no fue el suficiente. Problemas financieros de la familia impidieron una mayor dedicación al ganado, y gracias a la labor del gran Moreno Ardanuy el prestigio fue recuperado a partir de su adquisición. Luego, tras su muerte en 1960, la ganadería pasó a su hijo Félix Moreno de la Cova; mientras que otro de sus hijos, Alonso Moreno de la Cova optó por los urcolas salmantinos de Alicio Cobaleda. Al cabo, el hijo de D. Alonso, José Joaquín Moreno de Silva, consiguió en 2013 adquirir a sus primos la ganadería de su abuelo, D. Félix Moreno Ardanuy; y la ganadería está ahora en posición ascendente con ilusionante futuro por el cariño y sabiduría con la que está regida.
Y vamos con los Santa Coloma. El Conde de Santa Coloma adquirió en 1905 a Manuel Fernández una punta de ganado Murube de Ybarra, para ligar con la sangre de Saltillo adquirida en 1890, aunque mantuvo separada una parte de ésta sin mezcla, de la cual muchas cabezas pasaron a manos de su hermano el Marqués de Albaserrada. Nos interesa hablar de la Saltillo-Ybarra, la que prestigiada al máximo, aún se sigue llamando Santa Coloma.
Juan Buendía y Felipe Bartolomé, socios y compadres, compraron al Conde de Santa Coloma en 1932 una parte importante de su ganadería, y más tarde Buendía compró el hierro y la finca del Conde. D. Juan Buendía puso a nombre de su hijo Joaquín la ganadería, incluida la parte de su compadre D. Felipe, padrino de Joaquín, y éste se dedicó por entero a recuperar la calidad de los Santa Coloma con un acierto y ahínco tales que Buendía pudo considerarse pronto un encaste propio. Varias circunstancias, entre las que están las modas del toro grande (ande o no ande), las herencias en la prolífera familia de los Buendía, etc., dieron en la necesidad de enajenar varios de los lotes en que tuvo que dividirse la ganadería de Buendía. En una de esas ventas entra nuestra historia “verdadera”, contada anteriormente.
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