El mexicano nacido en el Estado de Jalisco, Pepe Ortiz, quien fue apodado por la afición mexicana, como “El Orfebre Tapatío”, a cuyo genio y arte se deben la creación de muchos lances que se ejecutan con el capotillo, creó “La Orticina”, “La Tapatía”, el “Quite hacia las afueras” llamado “la chicuelita andante”, “La Guadalupana”, “La Mariposa”, etc., pero tal vez el lance más bello de la creación del jalisciense, es “EL QUITE DE ORO”.
EL QUITE DE ORO DE PEPE ORTIZ
El quite más bello que con el capote que ha sido creado
Ele Carfelo
Muchas veces he mencionado en mi columna, la existencia en la fiesta de los toros, de unos seres excepcionales a los que se ha llamado –con justísima razón- “los toreros DE ARTE”. De los españoles, los que más han brillado, tal vez sean “Lagartijo”, “El Gallo”, Pepe Luis Vázquez, Rabel de Paula, “Curro” Romero… Y de los mexicanos, Rodolfo Gaona, José Ortiz, “El Calesero”… y algunos pocos más.
El mexicano nacido en el Estado de Jalisco, Pepe Ortiz, quien fue apodado por la afición mexicana, como “El Orfebre Tapatío”, a cuyo genio y arte se deben la creación de muchos lances que se ejecutan con el capotillo, creó “La Orticina”, “La Tapatía”, el “Quite hacia las afueras” llamado “la chicuelita andante”, “La Guadalupana”, “La Mariposa”, etc., pero tal vez el lance más bello de la creación del jalisciense, es “EL QUITE DE ORO”.
El domingo 28 de Enero de 1934, se llevó al cabo en la Plaza “El Toreo”, en la Colonia Condesa, en el Distrito Federal, la corrida extraordinaria, que servía de colofón a la “Temporada Grande” de ese año. Era un cartel “cumbre”. Alternaron: los mexicanos, Luis Freg, Fermín Espinosa “Armillita”, Alberto Balderas, Jesús Solórzano, y Pepe Ortiz, y el español Domingo Ortega. El encierro, de “La Laguna”. Corrida de “La Oreja de Oro”.
Por orden de antigüedad de alternativa, el segundo toro de la tarde, correspondió a Pepe Ortiz, y se llamó “Periodista”; era un cárdeno, bien puesto de pitones, y de muy bonita lámina. Recibió al tapatío al burel, con una tanda de verónicas, y después de la primera vara, vino lo prodigioso, algo que no podían creer los que asistieron a aquella corrida: el “Orfebre Tapatío”, se echa el capote a la espalda sin saber exactamente lo que iba a hacer, duda unos instantes y el público se emociona presintiendo que verá algo de excepción: aguantando a pies juntos la arrancada desde largo, esperando al toro casi de espaldas, y moviendo los brazos con serena lentitud, Ortiz borda un quite nunca visto, fantástico y de exquisita belleza ante el asombro de los espectadores que, en el paroxismo de su entusiasmo, aplaudían frenéticamente, sin saber definir todavía lo que acababan de presenciar. Habían sido testigos de algo extraordinario y, desde ese momento, ya nadie quiso ver más. En la retina de todos los presentes habían quedado grabados aquellos bellísimos lances y, al final de la corrida, el trofeo en disputa, “La Oreja de Oro”, fue concedido al tapatío por aclamación unánime.
La crítica taurina estaba desconcertada, y no podía describir fielmente la inspirada creación de Ortiz. El cronista “Monosabio”, dio la versión más fiel de lo ocurrido y dijo al día siguiente en su crónica: “…Lindbergh (el picador) arrea un cañonazo a “Periodista”, y acude al quite Pepe, quien se echa el capote a la espalda, y ya lo tenemos haciendo cosas nuevas… parece torear por gaoneras… peor POR ATRÁS…”.
El mismo Pepe Ortiz fue quien se encargó de definir su creación en una entrevista. Aquí sus palabras, en las que sintetiza el nacimiento de “EL QUITE DE ORO”:
-“…el quite nació esa misma tarde, frente al toro. Me eché el capote a la espalda con la intención de hacer alguna suerte conocida, pero al sentir la arrancada tan intempestiva del toro, no tuve tiempo de hacer lo que pensaba, y me quedé con los pies juntos casi de costado, y dejé pasar al toro, en la forma en que se hace el pase de costado; volví a tirar de mi capote y volví a colocarme del otro lado, dándole la espalda al toro y haciéndolo pasar; ya al tercer lance, tenía perfectamente hecha la suerte. Sin embargo, esa misma noche traté inútilmente de reconstruir la suerte, toreando de salón. Fue hasta la mañana siguiente, cuando lo logré. Para mí, creo que esta suerte es una de las más bellas del toreo, y desde luego, una de las más difíciles de hacer, pues yo mismo apenas la he podido ejecutar en tres ocasiones: en México, el día de la “Oreja de Oro”, la segunda en Granada, España, y la tercera, en Guadalajara, Jalisco”.
Al día siguiente de aquella memorable corrida, Pepe Ortiz fue a llevar “La Oreja de Oro” a la Basílica de Guadalupe, según lo había prometido a la Virgen Morena, con la humildad y gratitud de quien sabe que el genio artístico tiene origen divino. Y allí permanece.
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