Cuando todo parecía si no en marcha sí, al menos, encauzado para ir recobrando esa normalidad que nos quieren vender como nueva y que huele a timo, el mundo de los toros vuelve a sufrir un golpe que puede ser muy grave.
Una puñalada trapera
Paco Delgado
Avance Taurino / 23 Agosto 2020
Tras el mazazo que supuso la cancelación de la temporada allá a primeros de marzo, poco a poco se había ido recobrando una pizca la esperanza de disfrutar de una temporada puede que atípica pero con festejos y funciones; con ferias reducidas pero ciertas y con la ilusión de los aficionados floreciente. Y con los ganaderos pudiendo vender sus productos y los profesionales ejerciendo su trabajo.
Sin embargo, de repente y sin que se esperase, el toreo recibe no un jarro de agua fría, del que te puedes recuperar pasada la primera impresión, sino una puñalada, trapera, a más abundamiento, porque ha sido propinada por quien menos se esperaba.
La publicación del éxito habido en plazas como Huelva y, sobre todo, El Puerto de Santa María, donde se vendió todo el boletaje permitido, provocó un aluvión de críticas y condenas que, sin estudio ni análisis, con precipitación y parece como si de oídas, llevaron a la Junta de Andalucía a tomar nuevas medidas que pueden causar un daño puede que irreparable.
Y las primeras consecuencias no se hicieron esperar. Tras conocerse la reducción de aforo de las plazas -ya de por si recortado a la mitad por mor de la maldita pandemia- no fueron pocas las empresas que anunciaron la suspensión de sus programaciones al ser ahora inviable económicamente el llevar a cabo lo previsto en otras condiciones más favorables y que ahora se hacen de imposible cumplimiento.
Pero no sólo ha hecho pupa la precipitación y el miedo al que dirán de la Junta. El propio toreo, aprovechando la coyuntura, no ha dejado perder la ocasión de volver a dispararse en el pie.
Fue aparecer en prensa fotos del éxito de público habido en El Puerto y casi al mismo tiempo que los antitaurinos ponían el grito en el cielo y se rasgaban las vestiduras por haberse permitido la celebración de tales espectáculos -y la Junta se bajaba los pantalones- cuando el responsable de la plaza de Ronda cargaba furioso contra Garzón, artífice de que la función portuense fuese espectacular. Y uno de los pocos empresarios que se ha movido y no ha querido dejar pasar en blanco el año.
Pero no fue Rivera Ordóñez el único que ha cargado contra el empresario sevillano: la propia patronal le condenaba, en plan Bruto -téngase presente que lo escribo con mayúscula inicial, en referencia al hijo de Julio César y por no escribir todo su nombre completo: Marco Junio Bruto Cepión-, a traición y sin dejarle hablar ni examinar las circunstancias y lo sucedido realmente. Y, por si fuera poco, lo expedienta. Vamos, de matrícula. Quien tenía que ser su primer defensor, y además a ultranza, es el que le da el segundo estacazo.
Y a todo esto, este guirigay se ha montado por unas fotos en las que no se demuestra, como sí hizo Garzón, que se incumpliese con la normativa dispuesta en materia de prevención o que no se respetase la distancia entre espectadores. Cosa que, por otra parte, no se tiene en cuenta con otra clase de espectáculos ni situaciones: véase el propio Congreso, escenas cotidianas del Metro o la cuchipanda del primer ministro valenciano con sus amiguetes en Jávea.
El toreo, otra vez, ha vuelto a ser ninguneado y, para más inri, la propia gente del toro es la primera que salta a dar lanzadas a moro muerto. Lamentable.
La patronal taurina emite un comunicado en el que echa en cara a José María Garzón que no respetase una correcta distribución del público en el coso portuense.
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