Roca
"..Lo intenta a izquierdas pero el toro responde peor y vuelve a derechas a dejar el mejor momento de su tarde en tres redondos templados y de cierta ventaja antes de que el diestro se quede descubierto y el toro haga por él, cogiéndole. La plaza es un manicomio con los de unos tendidos increpando a los de los otros mientras Roca, herido, se pega un arrimón antes de cobrar un pinchazo, una estocada y un descabello.."
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Esto de hoy lo vamos a hacer distinto de otros días, porque la presencia de Roca Rey parece que pide un capítulo dedicado a él, y luego ya vendrán los otros: Paco Ureña, Víctor Fernández y los toros de Fuente Ymbro, en la lidia ordinaria.
I ROCA REY
A estas alturas nadie puede negar el músculo taquillero que tiene el torero peruano. Sus actuaciones se cuentan por llenos y los empresarios se frotan las manos con la idea de tenerle en sus carteles porque nadie tiene, a fecha de hoy, el tirón en la taquilla que el limeño. A ciencia cierta uno no es capaz de explicar cuál es la base del tirón popular de este torero, pero lo evidente es que donde él se anuncia, las gentes acuden alegremente a comprar sus boletos. Ésa es la buena noticia, que Andrés Roca Rey ayuda, en su medida, a que el espectáculo siga produciendo ingresos y, en ese sentido, se mantenga. Muchos detestaban a El Cordobés, mi abuelo el primero, pero nadie pudo negar que puso la Fiesta en el centro de atención mundial y que los ecos del balón de oxígeno que el de Palma del Río dio a la tauromaquia llegan hasta nuestros días. En esa época estaban activos Antonio Ordóñez y Antonio Bienvenida, Diego Puerta, Paco Camino, El Viti, José Fuentes, Mondeño, Julio Aparicio, Tinín, Rafael Ortega o Ángel Teruel, elija cada cuál el que más le plazca, pero el que se llevaba de calle a las gentes, el que los metía en la plaza, era Benítez. Los aficionados tenían un ramillete donde elegir con esos nombres antes citados y los que faltan, pero el que se llevaba el gato al agua era Manuel Benítez. Ante esto, la opción de algunos aficionados fue la de no ir a los toros el día que se anunciaba El Cordobés. La opción de Ordóñez fue la de no acartelarse nunca con él salvo en un festival, pero sin embargo la opción de la mayoría fue ir a verle como se va a ver a cualquier otro y censurar lo censurable, que era bastante, llegado el caso.
Lo mismo pasa con Roca, que normalmente suele dejar vacío al aficionado curtido y exigente y, sin embargo, llena de ilusión el rato del público y ¿por qué no? de otro tipo de aficionados incorpóreos que no sé cómo calificar. En el caso particular de Madrid, todos sabemos que esta plaza ha sido siempre exigente con las figuras, desde Gallito hasta Roca Rey, pasando por Espartaco, Ojeda, Julio Robles, Manzanares (father and son) o El Viti. Es lo suyo, exigir a la figura como lo que es y hacer que el triunfo en Madrid sea más difícil que el de Granada, pongamos por caso, por mucho que eso soliviante a los que se sientan en su localidad llenos de optimismo exagerado buscando a cualquier precio el éxito de su ídolo. Y si en el desarrollo de una faena el diestro es prendido o corneado es ridículo tratar de culpar al que en el libre uso del derecho que le da haber adquirido su localidad censura lo que está viendo si no le parece correcto, porque la cornada es siempre culpa del torero.
Y sobre Roca Rey conviene también decir otra cosa a propósito del filme «Tardes de soledad», dirigido por Abel Serra, que le tiene a él por protagonista y que ha merecido el galardón de la Concha de Oro en el pasado Festival de cine de San Sebastián: en la época de la preeminencia de lo audiovisual, Roca ha tenido la fortuna de participar en un proyecto que le coloca ya y para siempre fuera del tiempo. Si Chaves Nogales, que ni siquiera era aficionado a los toros, dejó situado en la posteridad a Juan Belmonte, con su biografía por entregas publicada en la revista Estampa, ahora que nadie lee periódicos ni revistas y nadie seguiría un serial de aquel tipo, el cineasta gerundense, que tampoco manifiesta afición por los toros, ha dejado para la posteridad, con los medios de la hora presente, un bravo retrato de este torero que, ahora mismo, está ya sirviendo internacionalmente para sacar a la tauromaquia y sus circunstancias de esa especie de extrarradio en el que ella misma se ha ido situando. En ese sentido la responsabilidad que le compete al peruano de llevar el mundo de los toros de nuevo al centro es de todo punto innegable y debe ser saludada sin ambages, te guste su estilo de torero o no.
Después del tocho de ahí arriba digamos que en el único toro que Roca Rey toreó esta tarde, Soplón, número 48, pasó de todo: el toro se fue suelto y a toda mecha a por el caballo a recibir el marronazo de Sergio Molina, que no se cayó de la montura de milagro y que luego se justificó en la segunda vara, que agarró arriba, en la que el toro empujó. Segundo tercio sin pena ni gloria y explosivo inicio de faena de Roca Rey de rodillas. Cuando tantas tardes vemos a novilleretes totalmente faltos de ambición, impresionaba ver al amo del escalafón planteando ese inicio y pegando un pase cambiado por la espalda de esos que te hielan el alma.
Muy tranquilo comienza su trasteo a derechas con la administración de las consabidas ventajas que, como viene siendo habitual, cala en ciertos espectadores que ven moverse al toro tanto como solivianta a otros. Brama la plaza con los de pecho. Lo intenta a izquierdas pero el toro responde peor y vuelve a derechas a dejar el mejor momento de su tarde en tres redondos templados y de cierta ventaja antes de que el diestro se quede descubierto y el toro haga por él, cogiéndole. La plaza es un manicomio con los de unos tendidos increpando a los de los otros mientras Roca, herido, se pega un arrimón antes de cobrar un pinchazo, una estocada y un descabello.
El peruano se va por su pie a la enfermería para no regresar, portando en la mano la generosa oreja que le proporcionó el señor Rodríguez San Román, que como es de la Policía Científica él sabrá en base a qué ciencia se la dio. En los tendidos cunde la división y la polémica y es una bendición ver la plaza así.
II LOS OTROS
En su primero, Hechicero, número 46, pésimamente picado por Cristian Romero, Ureña dio su medida más plúmbea, ventajista y aburrida. Ese «lado oscuro» de Ureña que parece como afligido y sin alma, sin colocación ni ánimo dejó chafados a los que venían esperando que la claridad y el sosiego del toreo de Paco Ureña iba a ser el mejor contrapunto a la tauromaquia explosiva de Roca. Y sin embargo el que trajo los aires del buen toreo, del buen son, del temple, la serenidad y el mando fue Víctor Hernández, que con una pasmosa y sobria madurez exprimió al tercer toro, Mestizo, número 73, desde el mismo inicio con la derecha y que, en seguida, se da cuenta de que es mejor cambiarse de mano y seguir al natural. A base de buena colocación de temple y de mando, Hernández va cuajando su faena sin haber recibido un solo enganchón, muy firme y vertical y pensando en todo momento en la cara del toro.
Cuando al fin el toro prende el trapo de Hernández se produce el único bajón de la faena, cuando parece que el toro va a orientarse, pero de nuevo la solvencia del torero impone la ley de su temple, su colocación y su mando, ordenando de nuevo la embestida de Mestizo.
Es prendido el torero en un arreón del toro que él pretende resolver con una bernardina y, una vez en pie tras el susto, insiste en las bernardinas, que el toro se traga mejor cuando apuntan hacia las tables, antes de cobrar una estocada tendida que echa al toro al suelo. Justa oreja para la sorpresa de la tarde.
El segundo de Ureña es Turulato, número 92, que no demuestra ser un Hércules en sus primeros correteos por la arena. Le pican poco, casi nada, por lo que pueda pasar y sin echar cuentas del segundo tercio ya estamos con Ureña dando repetidas veces el pase del Celeste Imperio y acabando la cosa con cuatro naturales, uno de ellos superior, que pusieron la miel en los labios. Distinta actitud la de Ureña con este segundo, más dispuesto y entonado, por más que la faena no sea maciza, pues tiene momentos muy brillantes junto a otros de menor intensidad como cuando decide proseguir con la derecha o cuando alarga el trasteo aún viendo cómo el toro se le iba quedando más corto. En cualquier caso Paco Ureña dejó el sello de su corte clásico, tan del gusto de Las Ventas, y firmó unos naturales de cartel de toros. Al toro le dejó en las carnes un bajonazo que enfrió bastante los ánimos.
Al correrse turno ya nos imaginamos que Roca Rey no va a salir de la enfermería. El que sí sale es Zalagarda, número 21, que en seguida recibe dos serias admoniciones que le dicta Agustín Collado en sendas varas muy bien ejecutadas y de óptima colocación. Pasa un mal trago Dieguito Valladar al caerse en la cara del toro al salir del par de banderillas y a continuación vuelve Víctor Hernández a ilusionar al respetable con su inicio en los medios: estatuarios, uno de espaldas y uno de pecho, antes de percatarse que ese no es el sitio donde debe hacer su faena. Cierra al toro y le deja dos o tres tandas de templados derechazos, de no tan buena colocación como la que mostró en su primero y, cuando se pasa la muleta a la izquierda descubre la cara malvada de Zalagarda, que le busca a la salida del pase, que le desarma, que le pone el pitón en la cara, que le levanta los pies del suelo y que le amarga la tarde que iba tan derechita. Mata a la última.
Y como colofón, Infractor, número 70, un toro difícil de verdad, duro y bronco con el que los peones de Roca Rey no quisieron comprometer ni un gramo de su supuesta torería y banderillearon a base de poner nones en vez de pares, cuatro palos en seis pasadas. El toro es un regalito y su gran ilusión es poder empitonar a alguien, en este caso a Ureña que es el que tenía más a mano. Tras intentarlo, Ureña lo machetea y lo echa al suelo con un bajonazo. Hubiera sido interesante ver a Roca Rey con este toro, para calibrar su medida de torero frente a un oponente que no daba nada más que avisos fatales.
Y como final digamos que Fuente Ymbro ha echado una seria corrida, muy bien presentada y de juego muy diverso, desde el que se dejó hasta el que dijo a todo que no. Muchos registros del toro de lidia entre los seis pupilos del señor Gallardo sin faltar la blandenguería, la movilidad, la entrega, la mansedumbre y la franqueza. Los que pensábamos antes de la corrida que, a la vista del cartel, la corrida sería una Pasarela Ymbro de bondad y amor al prójimo nos equivocamos de parte a parte, porque Fuente Ymbro trajo hoy a Madrid un encierro como para hacerse respetar.
Hernández
ANDREW MOORE
Ricardo Gallardo
FIN
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