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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 7 de octubre de 2024

¿Qué ha cambiado? / por Jesús Laínz

"Nos están sustituyendo": el Gran Reemplazo que desata el miedo a la inmigración en Europa.

"..La respuesta es mucho más sencilla: todo tipo de europeos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, creyentes y ateos, ricos y pobres, urbanitas y aldeanos, y, sobre todo, de izquierdas y derechas, han alcanzado el grado de saturación ante las consecuencias de
 la inmigración masiva.."

¿Qué ha cambiado?

Jesús Laínz
La Gaceta/7 de octubre de 2024
Últimamente no ganamos para sustos. A los austriacos les ha dado por votar a la versión local de lo que la conciencia universal llama «ultraderecha«. Sus primos alemanes, en el mismísimo corazón de las tinieblas, también insisten en aumentar su apoyo a quienes, según denuncian asustados opinadores de izquierda y derecha, representan la primera reanimación del mal desde el 45. Y lo mismo está ocurriendo por toda Europa, incluida una Gran Bretaña que siempre ha presumido de ser el último bastión contra estas cosas. Por no hablar de Francia, por supuesto.

Pero, ¿qué ha sucedido? ¿Qué ha cambiado para que los europeos se inclinen cada día más por esas opciones políticas condenadas y desprestigiadas por todo tipo de políticos y medios de comunicación desde hace décadas? ¿Su concepción de la sociedad, de la política, de la vida y del hombre ha experimentado un giro de 180 grados? ¿De repente se ha extendido un imprevisible virus fascista?

La respuesta es mucho más sencilla: 

todo tipo de europeos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, creyentes y ateos, ricos y pobres, urbanitas y aldeanos, y, sobre todo, de izquierdas y derechas, han alcanzado el grado de saturación ante las consecuencias de la inmigración masiva. 


Porque lo que no comprendieron y siguen sin comprender nuestros humanitarios amantes del multiculturalismo es que si Europa importa tercer mundo, acabará siendo tercer mundo. Y de nada valen detalles, excepciones ni matices. Ése es el problema y no se resolverá jamás.

Los datos no dejan lugar a dudas: según una encuestra realizada por Le Figaro, más del 85% de los franceses, hayan votado o no a Marine Le Pen hace unos meses, se muestran partidarios de un referéndum para frenar la inmigración, procedimiento esencial en una democracia ante un asunto de tan enorme transcendencia y que, sin embargo, nunca se ha llevado a cabo ni en dicho país ni en ningún otro de Europa.

¡Alerta antifascista!, que diría el añorado Pablo Iglesias. Pero, ¿de verdad se creen que el 85% de los franceses se ha convertido repentinamente al fascismo? Curioso fascismo, por cierto, el de unos partidos que en toda Europa se caracterizan por acumular los votos de muchos exvotantes izquierdistas hartos de la inseguridad en las calles, de la impunidad de los delincuentes y de la discriminación a los nativos; de muchos homosexuales asustados por la creciente islamización de la sociedad y sus previsibles consecuencias; de muchos judíos que comienzan a percibir oscuro su horizonte por el mismo motivo; y sobre todo de muchos ciudadanos sin especial filiación política que lamentan que la sociedad civilizada que ellos conocieron va convirtiéndose imparablemente en una inhabitable jungla urbana.

En su clásico aunque olvidado La sociedad multiétnica, de lectura mucho más necesaria hoy que cuando se publicó hace un cuarto de siglo, Giovanni Sartori calculó en cifras redondas que una sociedad puede acoger a aproximadamente un 10% de población foránea culturalmente distante; un 20% ya sería probablemente inasimilable; y un 30% provocaría una fuerte resistencia por parte de los anfitriones. Concluyó afirmando que, aun en el caso de admitir que dicha resistencia pudiese ser calificada como racismo, los culpables de dicho racismo no serían los pueblos europeos que vieran su identidad amenazada.

Los políticos sistémicos de toda Europa, que no son tontos del todo, o al menos sus asesores y encuestadores, han comenzado a tomar nota de un descontento que, de seguir creciendo, pondría en peligro sus puestos. El aparente cambio de Sánchez, Feijoo y demás políticos de todos los partidos que llevan décadas promoviendo la sustitución de europeos por afroasiáticos no ha sido provocado por un rechazo sobrevenido a la inmigración, sino por miedo al ascenso de eso que llaman «ultraderecha» aunque no sea otra cosa que sentido común e instinto de supervivencia.

En el improbable caso de una efectiva ralentización de la inmigración extraeuropea, el objetivo perseguido será evitar que sigan saltando las alarmas. Así se dará tiempo al acallamiento de los descontentos y a un mayor anestesiamiento de la población en general, para más tarde abrir las compuertas a nuevas oleadas inmigratorias sobre una Europa más envejecida y con menor capacidad de reacción.

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