la suerte suprema

la suerte suprema
Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 1 de septiembre de 2014

La cultura del honor / Por Jorge Arturo Diaz Reyes


Busto de "Lagartijo" en la calle Osario de Córdoba (España)


"Los españoles son el pueblo del honor, de la dignidad personal y, por tanto, de la gravedad en lo individual. Este es su carácter principal."
¿Cual mejor, cual más verídica que la corrida de toros?
(Wilhelm Hegel)


La cultura del honor


Jorge Arturo Diaz Reyes 
Crónicatoro / Cali-Colombia
Quizás lo más profundo respecto a toros lo escribió el filósofo alemán Wilhelm Hegel, sin mencionarlos, sin haber presenciado una sola corrida, y sin siquiera proponérselo. 
Un año antes de morir, lo hizo en su libro Lecciones sobre filosofía de la historia universal(1830), cuya edición castellana tardía, esta prologada por un buen aficionado y colega suyo, José Ortega y Gasset.

En la página 676 afirma: 
"Los españoles son el pueblo del honor, de la dignidad personal y, por tanto, de la gravedad en lo individual. Este es su carácter principal." Sí. Ahí en esas líneas está todo, tácita, ética y estéticamente.

Un pueblo así, una cultura así, con ese "carácter principal", era natural que erigiera como su rito social más auténtico y representativo, una ceremonia de dignidad, gravedad individual y honor extremos. ¿Cual mejor, cual más verídica que la corrida de toros?
Una liturgia trágico festiva, real, a vida y muerte, regida por ancestrales cánones de naturaleza, valentía y riesgo en aras del espíritu general. Una celebración de raíces prehistóricas y prerreligiosas, que luego fue sofisticada y estructurada en el siglo de las luces, y cuyos verismo, calado emocional y moral caballeresca (quijotesca) fueron reconocidos por el romanticismo como propios.

Esta es la parte taurina no dicha, pero implícita en la definición hegeliana. Su conclusión inevitable. Sin importar que a continuación, llevado más que por su eurocentrismo (Europa, según él terminaba en los Pirineos), por su nacionalismo, despreciara como decadente, inerte, y rezagado al pueblo peninsular (y su extensión americana) en el que aduce: "los conventos y la corte han cebado a la masa perezosa y la han empleado para lo que han querido."

Bueno, nadie es perfecto, cada pueblo tiene su historia. También sabemos hoy hasta donde llegó su vanidoso germanismo en 1945. El asunto es la identidad, no la pretendida superioridad. Rendirse a otra, exigir la castración del propio "carácter principal", el sentido del honor para nuestro caso, es dejar de ser. Las culturas nacen, crecen y mueren, pero no por decreto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario