Enrique Ponce, el pasado día 16 en Valencia. / GETTY
Pocos toreros han conseguido permanecer 25 años en primera línea. Pero él ni se plantea la retirada: “Estoy en un momento excepcional”. Amante de las rancheras y el fútbol, forma con Paloma Cuevas una de las parejas más famosas de la crónica social.
Enrique Ponce, el artista incombustible
"Un regalo del cielo”, contesta Paloma Cuevas cuando le preguntan por su marido Enrique Ponce. “Una de las mejores personas que he conocido en mi vida”, apostilla su jefe de prensa. “Un torero para la historia”, anuncia uno de sus biógrafos.
Discreto, sencillo, comedido, exquisito, encantador, hijo y padre cariñoso, amante esposo… Un torero clarividente, nacido para la gloria, catedrático de la tauromaquia… Rico, muy rico porque se lo ha ganado; ordenado, meticuloso, positivo, temeroso de Dios, católico practicante… “Pero si es que Enrique no tiene defectos, créetelo”, asegura convencido el periodista sevillano José Enrique Moreno, que lleva ocho años a su lado.
Enrique Ponce Martínez (Chiva, Valencia, 1971), hijo de una humilde familia de trabajadores, se hizo torero por obra y gracia de su abuelo materno, Leandro, quien cuando era un niño lo convenció para que abandonara la pelota (“¿ves, Enrique, lo peligroso que es el fútbol?”, le dijo con motivo de una leve lesión), y encaminara sus pasos hacia el toro. Y no estaba equivocado, porque Enrique se convirtió pronto en una figura del toreo, y deslumbró por su privilegiada cabeza, por su conocimiento, por su dominio de la técnica. “Soy nieto de un sueño”, ha repetido más de una vez.
Enrique Ponce, con su esposa Paloma Cuevas. / CORDON
Pronto se encaramó en todo lo alto, y ahí lleva 25 años como primera figura de la tauromaquia moderna. Y cuando todos le preguntan por el momento de la retirada, contesta lo mismo que decía hace un par de días a este periódico: “No lo pienso, aunque soy consciente de que tendré que parar; por ahora, no me lo planteo, pero está cerca”.
Los números de su carrera son mareantes. Más de 4.000 toros lidiados, 41 de ellos indultados, tressalidas a hombros por la puerta grande de Madrid, una por la del Príncipe sevillana, de 1992 a 2001 no bajó de las 100 corridas anuales, triunfador en todas las grandes ferias de España, Francia y América, ídolo de multitudes y figura respetada por todos los aficionados, incluso por aquellos que no comulgan con su tauromaquia. Y así, uno tras otro, durante 25 temporadas.
Hoy, con 43 años cumplidos, casado y con dos hijas, sigue vistiéndose de luces con la misma seriedad y compromiso del primer día a pesar de que ha cumplido todas sus metas, ha alcanzado el reconocimiento unánime, es millonario, dueño de cinco fincas y tiene intereses en distintos sectores económicos.
Pero, ¿quién es este hombre, este grandísimo torero, con esa cara de no haber roto nunca un plato, de imagen almibarada, que forma la pareja perfecta, elegante y un poco cursi con Paloma Cuevas, hija de torero?
La primera respuesta es del propio Enrique: “Creo que lo primero es que hay que estar tocado por la mano de Dios, que te da el talento; siempre he tenido mucha afición y afán de superación. He tratado de mejorar cada día y no estancarme. Insisto: talento y afición”. Talento le ha sobrado a este torero desde que era un niño. Su inteligencia y clarividencia en la cara del toro es lo que le ha empujado a la cima. “Trato de que el toro no me coja y que pase por delante 40 veces”, ha confesado en alguna ocasión. “Enrique es una combinación de talento natural, esfuerzo y disciplina”, dice de él el Premio Nobel Vargas Llosa. “Ponce torea como si pintara”, añade el artista colombiano Fernando Botero.
Su depurada técnica le ha permitido visitar pocas veces las enfermerías, pero sus críticos, que también los tiene, destacan su frío academicismo, lo que le ha impedido ser un arrebatador de masas. No obstante, Ponce une a sus dotes taurinas excepcionales unas condiciones personales que le han ayudado en su larga carrera. “Extraigo siempre lo positivo, —dice de sí mismo—, porque creo que es lo mejor para avanzar; trato de aprender de los momentos malos, pero los olvido pronto”. Quienes lo conocen añaden que es una persona “naturalmente feliz, inquieto y abierto”.
Ponce, durante una faena en Bilbao. / DOMINGO ALDAMA
Abandonó pronto la escuela porque la profesión taurina requirió toda su atención, pero cubre esa carencia con una permanente curiosidad por aprender. “Es una esponja cultural”, dice José Enrique Moreno, su jefe de prensa.
Sus padres le inculcaron valores como el respeto, la religión o la familia. “Enrique es un hombre de creencias religiosas muy arraigadas”, cuenta Moreno. “Tendrías que ver la capilla que monta en el hotel cada día de corrida. Es impresionante. Toda una mesa llena de estampas, relicarios, figuras, crucifijos… Tarda una hora en montarla, y besa todas las estampas antes de colocarlas siempre en el mismo orden”.
Mantiene a sus amigos de la infancia, y siente adoración por su esposa, Paloma, con quien se casó en 1996 y se ha introducido en la vida social, y sus dos hijas, las tres personas que algún día conseguirán que se retire de los ruedos. Es muy aficionado al fútbol, al que juega desde niño y se le ha dado bien, y mantiene una buena amistad con los exmadridistas Raúl y Mijatovic. Le encanta la moda, y practica el golf, la caza, que es su afición más apasionante, y el esquí. Y canta. Dicen que posee una buena voz y que entona bien. De hecho, se atreve con boleros y rancheras, e imita a Luis Miguel, de quien es amigo, Julio Iglesias y al mismísimo Frank Sinatra. Tanto es así que, incluso, se ha aprendido la letra de la famosa canción My way, aunque su dominio del inglés no da para tanto.
— ¿Por qué sigue toreando?
— Porque me encuentro muy bien, muy fuerte, y he conseguido perfeccionar mi toreo. Porque soy torero y estoy vivo. No busco nada, solo seguir madurando. Y porque estoy en el mejor momento de mi vida.
Todo comenzó en la plaza de su tierra, Valencia, el 16 de marzo de 1990, cuando tomó la alternativa. Desde entonces, ha pisado muchas veces la España, Francia y América taurinas. Sabe lo que es la gloria y ha recibido cientos de premios. Posee la medalla al Mérito de las Bellas Artes y es miembro de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba.
Y ahí continúa. Se sigue vistiendo de luces (“es cuando el hombre se convierte en torero”) con parsimonia y respeto. Y ahí seguirá mientras siga pensando como hace dos días: “Es que estoy es un momento excepcional…”.
La foto de Enrique en Bilbao es una escultura de Benlliure; "La doblada de la tarde"
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