Si mañana por milagro desapareciera la pandemia, sanaran
los pacientes y nos quitáramos la mascarilla, seguiríamos tan o más pugnaces que antes, muriendo por las otras causas, y los problemas que nos aquejaban en febrero, aun estarían allí. Como el dinosaurio de Monterroso. Mirémonos, no busquemos virus expiatorios.
El gran Gatsby
Jorge Arturo Díaz Reyes
Crónica toro / Cali junio 9 de 2020
Nuestra vieja fiesta ya estaba enferma desde antes que el coronavirus hiciera presa en ella. Mal pronóstico. Al contrario de Herodes “El Grande”, que mataba niños sanos, el pequeño Covid-19 prefiere ancianos con males preexistentes.
Sin embargo, mientras al idumeo la magnificencia de su reinado le maquilla los crímenes, al chinito se le niega cualquier atenuante. Le acusan de toda desgracia, pasada, presente, futura, y se le usa como pretexto para cualquier cosa.
Desinformación, charlatanería, catastrofismo, pantalleo, discriminación, chamboneo, gamberrismo político, justificación de abusos, omisión de culpas, postergación de obligaciones, disfraz de autoritarismos, anuncios de recesión, amenazas de guerra... Y para que todos espantados, pasivos y confinados nos aplaudiéramos durante meses de balcón a balcón, sin haber siquiera intentado lo que realmente ameritaba el ataque global. Que la humanidad por primera vez se uniera en una causa común.
Si mañana por milagro desapareciera la pandemia, sanaran los pacientes y nos quitáramos la mascarilla, seguiríamos tan o más pugnaces que antes, muriendo por las otras causas, y los problemas que nos aquejaban en febrero, aun estarían allí. Como el dinosaurio de Monterroso. Mirémonos, no busquemos virus expiatorios.
Hablando solo de toros, la temporada previa, terminó sin peste, pero con cifras de quiebra. La cabeza del escalafón, “El Juli”, lidió únicamente 35 corridas. Cien menos de las 135 que despachó en su primer año completo de alternativa (1999). Exiguas, comparadas con los 109 de Juan Belmonte un siglo exacto atrás. En Colombia, desde donde escribo, toda la temporada nacional se redujo a 14 corridas de toros.
La mayoría de los matadores no toreó más de una o dos. Empequeñecían y desaparecían ganaderías de solera. Se extinguían las novilladas. Las ferias iban a menos. Las cuadrillas al desempleo y el subempleo. Los empresarios al desespero... Veníamos así, en caída libre desde 2012. Apenas ganaban en la fiesta unos pocos, muy, muy pocos.
Y en esas condiciones descargamos la suerte, cedimos el terreno, negándonos a defenderlo con la parte de trabajo, inteligencia y riesgo que nos tocaba. ¿Entonces?
Volvamos a 1918, cuando pese a la “Gran guerra” y la pavorosa “Gripa española” nadie paró, la temporada se completó, y luego, en vez de la hambruna que nos prometen hoy, se abrieron la opulenta década del “Gran Gatsby” y aquella espléndida del toreo, con el surgimiento de: Chicuelo, Granero, Lalanda, Márquez, Villalta, Gitanillo, Cagancho, Cayetano, Armillita… “Edad de plata”.
Bonanzas que duraron hasta cuando el desenfreno financiero a la una y, más tarde, la guerra civil a la otra les puso fin. Como ahora, el hombre mismo, ningún virus.
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