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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 18 de julio de 2020

Franco


Reproduzco aquí y ahora esta semblanza que hace años apareció en las páginas del Boletín de la Fundación Nacional Francisco Franco, pues no tengo mejor manera de expresar mi pensamiento en esta hora de vergüenza nacional. 

Franco, treinta años después

En estos treinta años transcurridos desde el paso a mejor vida del que fuera Caudillo de España por la gracia de Dios y la entronización de don Juan Carlos I de Borbón, Rey de España por la gracia del Caudillo, no he perdido ocasión de dar testimonio del régimen bajo el que, con grandes altibajos de adhesión y rechazo, transcurrió la mayor parte de mi vida.  Los términos en que lo hice no debieron de ser muy gratos para los entusiastas del nuevo régimen, a los que nunca agradaron ciertas evocaciones, ya que, sólo por hacerlas, dejaban a éste a la altura del betún.  No voy a decir que yo no haya hablado mal de Franco, pero eso era cuando Franco estaba vivo y yo era demasiado joven para que nadie me hiciera caso.  Tampoco es que ahora se haga mucho caso de lo que digo y por eso no me explico el empeño en expulsarme a las “tinieblas exteriores” de la democracia.  

Si hay algo en lo que todos los demócratas están más o menos de acuerdo, desde la derecha vergonzante hasta la izquierda más extremeña, es en la demonización de Franco y de su régimen, hasta el punto de que, unos por activa y otros por pasiva, se desvinculan de todo aquello que era la razón de ser de ese régimen y de la guerra civil a la que debió el ser.

Como yo soy de los ingenuos que se tomaron en serio eso de la reconciliación nacional, siempre procuré buscar puntos de acuerdo con presuntos adversarios y creí hallarlos en socialistas y liberales. Craso error. En mi vida profesional he tenido por colegas y amigos a muchos antifranquistas con algunos de los cuales siempre me llevé muy bien…hasta la muerte de Franco.  Y es que al plantearse la disyuntiva de reforma o ruptura, yo opté por la reforma, y en ello coincidía con la mayoría de los viejos repúblicos exiliados que no querían volver a las andadas.  Gente en cambio más joven, que no había vivido la guerra civil, clamaba por otro baño de sangre que ungiera al nuevo régimen.  Por limitarnos a catalanes, tuve un choque dialéctico con un joven barcelonés a quien puso fuera de sí algo que yo sostenía entonces y que muy posteriormente he podido leer en Josep Pla, a saber: que “Tarradellas no destruiría nada de lo hecho por Franco que fuera positivo para el país y la estabilidad general.”  En otro momento, Julián Marías, hombre de buena fe e ideas sensatas, rompió toda relación conmigo porque cometí la imprudencia de escribir que lo que él intentaba con la pluma, a saber, la defensa de la unidad de España, Franco lo había logrado con la espada. 

No son pocos los demócratas que defienden  con ardor lo mismo que Franco defendía, pero a la vez que lo hacen, acusan a Franco de hacer difícil esa defensa por habérsela “apropiado” él en su día.  Los más preocupados en marcar distancias  son los que, por comodidad y generalizando mucho, llamaré los liberales, gran parte de los cuales son nietos de las instituciones del Régimen Anterior e hijos de las que hicieron la llamada Transición.  También entre socialistas hay gentes de análoga procedencia, pero en éstos está más justificado el antifranquismo, aunque sólo sea por el historial de un partido que no salió lo que se dice bien parado de la guerra civil que desencadenó. Mientras esto siga así, la superioridad moral del socialismo revanchista sobre la derecha vergonzante será incuestionable.  Cuando, por ejemplo, ese partido, el socialista, que acusa al adversario de no “asumir” la pérdida del Poder a raíz de un cruento golpe de mano, se resiste a “asumir” su derrota en la remota guerra civil abriendo fosas y retirando estatuas, ese adversario prefiere mirar para otro lado en un esfuerzo patético de evitar que los otros lo tachen de “franquista” y de “facha”, cosa que hacen con la máxima desenvoltura y un lenguaje de zona roja.  Hay incluso quien llega a decir que “la guerra civil la perdimos todos”, que es una manera inconfesable de citar a aquel José Antonio a las puertas de la muerte que dijo que “en una guerra civil sólo hay vencidos”.  Uno que le dio otra vuelta de tuerca a esa frase fue Rafael García Serrano en el guión de aquella película sobre Coros y Danzas que creo se llamaba Bailando hacia la Cruz del Sur cuando hace decir a una de las bailarinas aquella bella inexactitud de que “En España no hay vencidos”.  Yo mismo, seducido por Dionisio Ridruejo, he llegado a escribir en algún momento que me alineaba en espíritu con los vencidos.  Sobre esas alineaciones habría mucho que hablar, pero es dudoso que en ellas haya figurado alguna vez el sucesor de Franco a título de Rey, máximo beneficiario de la Victoria del 1 de abril
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N.B. Reproduzco aquí y ahora esta semblanza que hace años apareció en las páginas del Boletín de la Fundación Nacional Francisco Franco, pues no tengo mejor manera de expresar mi pensamiento en esta hora de vergüenza nacional. 
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*Aquilino Duque Gimeno (Sevilla, 1931) 
Poeta, traductor, ensayista y novelista, estudió Derecho en su ciudad natal y amplió sus estudios en Dallas y Cambridge. 
Premio Nacional de Literatura, Premio Ciudad de Sevilla de novela y el Premio Leopoldo Panero de poesía en 1960, el Premio Washington Irving de cuentos en 1970 y el Premio Fastenrath de poesía en 1972. ççç
Miembro de número de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras desde 1981. Autor de más de una treintena de obras, entre ellas La idiotez de la inteligencia y Crónicas extravagantes en esta misma editorial.

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