Hablo de un tipo al que su apellido ya parece señalar su condición de persona. Tener un apellido como el suyo es ya de por sí un lastre, una desgracia que tendrá que arrastrar toda su vida y que quizás explique, en parte, su personalidad política. Que se pronuncien los psicólogos.
El diccionario de la RAE, institución de la lengua española a la que nuestro protagonista también ha dedicado, no ha mucho, una de sus lindezas: "Menos naftalina, señoros" a cuenta de una aclaración por parte de aquella sobre el género gramatical y el uso innecesario del artículo plural los y las en ciertas ocasiones, define la palabra rufián con dos acepciones:
1. Persona sin honor, perversa, despreciable.
2. Hombre dedicado al tráfico de la prostitución.
Ninguna de ellas son precisamente "adornos" para ser portados con orgullo por individuo alguno. Si además se buscan sinónimos, el tsunami de ellos es tremendo y aparecen entre otros: bellaco, granuja, estafador, pícaro, pillo, sinvergüenza, truhán, bribón, canalla, mantenido, garitero, chulo, alcahuete, gorrón, aprovechado, lenón y algunos más.
Dado que no parece que se le conozca relación alguna con el sórdido mundo de las izas, rabizas y colipoterras, con que titulaba Camilo J. Cela un libro de los años sesenta que incluía fotografías del mundo de la prostitución en la Barcelona de aquellos años, hay que concluir que dicha acepción no parece que se ajuste al protagonista. En cambio sí que parece que la primera de ellas le vaya como anillo al dedo. Las hemerotecas y las redes sociales están repletas de intervenciones de este joven botarate que no hace tanto que apareció en la política nacional como ariete del rancio independentismo catalán, blandiendo su afilada lengua (que no, oratoria) y su alta capacidad para el insulto, la descalificación, la calumnia, la injuria, la ofensa, la manipulación y la mentira. Cuesta sin embargo encontrar, en esos mismos medios, ni una sola aportación parlamentaria para hacer más felices las vidas de las gentes, tal y como sería su deber. Quizá sea porque lo que le importa es otra cosa y para ese fin, cualquier medio le vale. En fin, es todo lo contrario de lo que debe ser un honorable, respetado y respetuoso parlamentario. ¿De qué podemos extrañarnos?.
Hace ya mucho tiempo que el parlamento español se convirtió en una suerte de Patio de Monipodio, un ambiente áspero, sucio y viciado en el que lo mismo te roban la cartera, te pegan unas purgaciones o te acuchillan en cualquier rincón.
Pero no nos desviemos. Conviene diferenciar bien al rufián común del rufián de barretina, ambos, ejemplares peligrosos. El primero es de comportamiento arrogante, chulesco, desafiante y prepotente, se mueve a pie de calle; pero a este especimen le pueden llegar a partir la cara si se cruza en su camino alguien tan pendenciero como él.
A la izquierda, Juan Rufián, el abuelo del diputado de ERC y portavoz de su partido en el Congreso, Gabriel Rufián (derecha). Leer más: CLICKSin embargo el rufián de barretina, hijo de charnegos jienenses (con perdón) aunque idéntico al común, se mueve en ambientes menos peligrosos, su ecosistema son los salones, los despachos y las moquetas, sabe que en ese ambiente el riesgo es muchísimo menor y, además, goza de aforamiento y eso le protege tanto, que se crece y actúa con conocimiento de causa e impunidad, así es que resulta difícil que le pueda suceder lo que al rufián común. Ahora anda en el ataque cobarde, furibundo, provocador y virulento, propio de su lengua viscosa y su cerebro reptiliano, al rey Felipe VI, cómo no, a sabiendas de que no puede defenderse y que ya les frustró, en gran medida, el golpe de estado del 1 de octubre de 2017 a los sediciosos catalanes y que ahora teme igualmente que vuelva a frustrar el golpe de estado que hay en marcha de aquellos a quienes apoyó en la moción de censura que aupó a Pedro Sánchez al poder, así es que tiene que redoblar esfuerzos y dar lo mejor de sí mismo porque quizás los implicados en esta segunda intentona nunca vuelvan a tener una oportunidad tan favorable para conseguir cada cual sus particulares objetivos, de forma que se ha puesto bronco y escupe y vomita lo peor que le sale de sus entrañas negras, podridas de rencor y odio. Como dije antes, este rufián de barretina, hijo de charnegos jienenses (con perdón), es peligroso, porque se siente impune e invulnerable; capaz, llegado el caso, de dar la orden de ¡fuego! al frente del pelotón. Aunque también es cierto el dicho de que "torres más grandes han caído".
Pues eso, que me quedo con la primera de las acepciones que la RAE ofrece de la palabra, aunque creo que se queda bastante corta.
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