Es cierto que, en su conjunto, la tarde resultó emotiva por su belleza en todos los órdenes puesto que los tres diestros estuvieron a la altura de las circunstancias y, tanto Curro Díaz como Morenito rayaron en lo más alto, consiguiendo, además del premio de una oreja para recompensar aquel caudal de torería, por encima de todos sobresalió Juan Mora que, gracias a él, a los recuerdos que dejó en dicha plaza en la referida fecha, tantos años después seguimos emocionándonos con su toreo.
Como decía, Juan Mora es el responsable directo de que, los aficionados, diez años después, aquellas faenas del maestro de Plasencia sigan vivas dentro de nuestro corazón. De sus manos afloró el arte más bello, el que cautiva, conquista y emociona hasta el punto de la locura como ocurrió aquella tarde en Madrid. Y digo locura porque, en realidad, eso es lo que desató Juan Mora con su toreo, una locura al más alto nivel como nos siguen recordando las imágenes de aquella tarde y, a su vez, todas las hemerotecas del mundo de cuantos presenciaron aquel tratado de tauromaquia al más alto nivel que, por su concepto, solo puede denominarse como ARTE, con mayúsculas.
¿Cómo podría yo describir lo que sucedió aquella tarde en Madrid? Lo siento por mi humilde ser, pero no tengo palabras para definir algo tan grande que, en realidad, si se me apura, tampoco se puede explicar. Sinceramente, ¿cómo se explica una obra de arte? Yo no soy capaz pero, lo que es más cierto, dudo que nadie pueda lograrlo. Si confieso las emociones que sentí, lo que mi corazón me indicaba en cada uno de los pasajes de la tauromaquia de Juan Mora que, arrebatado por los ángeles, se entretuvo en cortas tres orejas que, ante la magnitud de lo que brotó de sus manos y sentidos, todo es pura broma en cuanto a desperdicios se refiere.
Juan Mora, en aquella inolvidable tarde hizo bueno el axioma del maestro Antonio Bienvenida cuando, al ser preguntado por el arte dijo: “El arte es lo que te llevas a tu casa tras haber presenciado una gran corrida de toros”. Y eso ocurrió en tal inolvidable fecha que, pasados los años, nos seguimos estremeciendo con las faenas de Juan Mora que, especialmente su segunda labor, con menos de quince muletazos cortó las dos orejas más rotundas que recordamos en dicha plaza. Fueron apenas doce muletazos y, a la salida del pase de pecho, el maestro montó la espada y, en apenas segundos, el toro rodaba antes sus pies. El clamor, la locura, el éxtasis y todos los epítetos grandiosos que queramos añadir, hacían justicia a lo que habíamos visto en el ruedo. Como digo, eso es el toreo, lo que resulta inolvidable al paso de los años.
Y, paradojas del destino, tras aquella catarsis inolvidable de arte plasmado en el ruedo de Madrid por Juan Mora, en estos años, apenas ha toreado este artista singular. ¿Razones? Están clarísimas. El taurinismo actual quiere criados, hombres sometidos a sus leyes, funcionarios al más alto nivel que, con los animalitos que lidian, nadie desdice ante dichos toritos a modo para que, eso sí, disfruten de lo lindo sus matadores mientras que, los aficionados, ante semejantes festejos seguimos bostezando un día sí y otro también, la prueba no es otra que, por ejemplo, en el día de ayer vimos a El Juli en Úbeda que, ante los moribundos de rigor ejercía de héroe. Sin duda que, dichos festejos, los de las figuras, rara vez recordaremos a nadie mientras que, un torero como Juan Mora, pasados los años, seguimos extasiándonos con su recuerdo. Es un artista al más alto nivel y, elevar a la categoría de ARTE el toreo que se practica en la actualidad por parte de las figuras será siempre un sueño inalcanzable y, con Mora, lo gozamos aquel mágico día y, lo que es mejor, como decía, pasan los años y aquellas faenas siguen vivas en nuestros recuerdos.
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