Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (1620). Museo Hermitage. San Petersburgo, Rusia. óleo sobre Lienzo de Pedro de Orrente.
La gente acudió en masa a su encuentro. Como signo de homenaje, cortaban ramos de los huertos cercanos –nos dice el evangelio que atravesaban un huerto de olivos y Juan apunta, que eran palmas (Juan, 12,13 y Lucas, 19,29) y saludaban con aquellas ramas al Rabbí gritando “Hosanna al hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor” (Mat, 21, 9).
Pasaje Evangélico a Través del Arte
ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN
Estamos ante un óleo manierista – estilo justo anterior al barroco- y el pintor quiere destacar la santidad de Jesús, al que adorna con una corona. El torso desnudo –y un tanto exagerado- a nuestra derecha, enseña la destreza del artista para el dibujo del cuerpo humano, típico del Renacimiento tardío y del manierismo. El que aparezcan niños, quiere enfatizar el contenido de la liturgia que se celebra en ese día –Domingo de Ramos-, en el que se hace alusión, a los “hijos de los hebreos”.
La popularidad de Jesús había ido creciendo sin parar. Al mismo tiempo, también se incrementó la aversión de los principales del órgano de gobierno religioso: el Sanedrín. La razón de la popularidad del nazareno lo era porque Jesús hablaba con corazón manso y humilde (Mat, 11, 18-30), con autoridad (Marcos 1,22), curaba enfermos, y convertía a los pecadores (Lucas 5, 27-32), a los cuales comprendía, y les daba la oportunidad de su conversión. El odio del Sanedrín, sin embargo, provenía del quebrantamiento continuo que Jesús hacía de la Ley, aunque si la quebrantaba, era siempre por un motivo mayor que la Ley misma: el Amor. La curación de un enfermo, el hambre de sus apóstoles o la ignorancia de las multitudes. Tampoco el Sanedrín aprobaba el que Jesús no odiase al invasor romano. Al contrario, Jesús siempre tendía la mano a todos, fuesen lo que fuesen. Y no soportaban que el Galileo conversase con pecadores y les tuviera enorme comprensión.
En cualquier caso, la situación se hizo crítica, hasta el punto de que el Sanedrín decidió en reunión extraordinaria ejecutar el Rabbí (Jn, 11, 51-53). Éste, a su vez, predicaba últimamente lejos de aquellos, en lugares despoblados, para evitar enfrentamientos (Juan, 11, 54).
Aunque había dudas entre el pueblo, Jesús subió a celebrar la Pascua a Jerusalén y quiso que en esta ocasión fuera simultáneamente de una manera solemne y humilde. Mientras se acercaba hacia a la Ciudad Santa se corrió la voz entre la gente de la urbe, que no esperó a su llegada sino que salió a su encuentro.
El pueblo también tenía miedo de las represalias que podía recibir de las autoridades religiosas y quizá por eso acudieron fuera de la ciudad a rendir homenaje al que ellos consideraban su Maestro. Jesús pidió prestado un asno (Lucas, 19, 29-40) para entrar en cabalgadura y que la gente lo pudiera ver. El pollino era el transporte habitual de la gente humilde.
La gente acudió en masa a su encuentro. Como signo de homenaje, cortaban ramos de los huertos cercanos –nos dice el evangelio que atravesaban un huerto de olivos y Juan apunta, que eran palmas (Juan, 12,13 y Lucas, 19,29) y saludaban con aquellas ramas al Rabbí gritando “Hosanna al hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor” (Mat, 21, 9). “Hosanna” es una palabra hebrea, que significa “sálvanos ahora” y se refiere a Dios. La gente amaba y admiraba tanto al Maestro, que ponían sus mantos en el suelo para que la cabalgadura de Jesús pisase aquellas ropas. Algunos enemigos de Jesús, aparecieron e increpaban a la multitud, para que callara. Jesús los defendió: (Lucas 19, 40) “si estos callaran gritarían las piedras”.
Es misterioso este pasaje, pues Jesús no se dejaba agasajar habitualmente. Pero lo consintió en esta ocasión permitiendo que la gente expresase sus sentimientos, en tantas ocasiones reprimidos por temor. Por otro lado, porque bien sabía el Rabbí, que pronto aquellas voces callarían por miedo.
Debió ser un espectáculo: Jesús rodeado por una multitud, que extendía sus mantos por el camino, que gritaban y agitaban los ramos; que querían verle, tocarle. Es seguro que Jesús, debió sonreírles, acariciar a aquellos que se le acercaban y que saludó con amor a todos. Los apóstoles, estarían maravillados, y contentos de que su Maestro fuese tratado como se merecía. Pero no les faltaba ingenuidad, pues no acababan de creerse que Jesús iba a Jerusalén para dejarse matar por aquellos que le odiaban.
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