El Barça perdió aquella final de un modo insólito, en la tanda de los penaltis; falló sus cuatro lanzamientos y convirtió a Helmuth Duckadam, que hasta ese momento era un portero desconocido, en un héroe de leyenda. Aquella derrota supuso que todos creyéramos que sobre el Barça pesaba una especie de maldición y que jamás ganaría una Copa de Europa y, a tal efecto, el club fichó a Johan Cruyff, que hasta la irrupción de Messi había sido sin lugar a dudas su mejor futbolista histórico. Cruyff le dio la vuelta al equipo y al club como si de un calcetín se tratara y, cuatro años después de su llegada, el Barcelona volvió a disputar una final, de nuevo ante un rival inferior como cuatro años antes había ocurrido con el Steaua. El partido ante la Sampdoria iba exactamente por los mismos derroteros que el de Sevilla, cero a cero al descanso, cero a cero al final de los noventa minutos y prórroga. Y en el minuto 111, Ronald Koeman marcó el 1-0 definitivo, una falta de las suyas, un latigazo seco ante el que no pudo hacer nada Gianluca Pagliuca. En aquel equipo de Cruyff en el que jugaban Guardiola, Bakero, Laudrup, Stoichkov, Zubizarreta, Ferrer o Eusebio, Koeman era la prolongación del técnico sobre el campo. Era un defensa con una clase increíble y con una visión del juego tremenda, capaz de hacer lo que hacía Schuster o ahora hace Kroos, cambiar el balón de un lado a otro del campo, ensanchándolo. Koeman era el ancla de aquel equipo. Podían faltar Stoichkov, incluso Laudrup o Guardiola, pero si Koeman no estaba el Barcelona temblaba. Un defensa fantástico.
Tres años después de ganar la Copa de Europa Koeman se fue al Feyenoord y otros tres años después de colgar las botas pasó a dirigir desde el banquillo, primero al Vitesse, luego al Ajax, Benfica, PSV, Valencia... No se sabe bien por qué pero el caso es que un futbolista excepcional no tiene por qué ser un entrenador excepcional y al revés, un jugador mediocre puede convertirse en el mejor entrenador del mundo, ahí está el caso de José Mourinho. Koeman, que fue un futbolista increíble, no ha sido nunca un entrenador extraordinario, pero el caso es que, casi 30 años después del golazo de Wembley que supuso la primera Copa de Europa culé, Bartomeu, en una situación desesperada, le pidió a Koeman que dejase colgada a la selección de su país para aterrizar en un Camp Nou desolado. Y Koeman dijo que sí. Ronald Koeman dijo que sí cuando otros, como por ejemplo el supermegarecontra barcelonista Xavi, dijeron que no. Xavi, que es un cínico de tomo y lomo pero que de tonto no tiene ni un pelo, era consciente de la que le esperaba: un vestuario enfrentado a la directiva, Messi enfadado con el mundo, una situación económica de bancarrota... Lo que luego le vino después fue aún peor porque se fueron Suárez, más tarde Messi y por último Griezmann, y le trajeron a Depay y a De Jong, el suplente del suplente del delantero centro del Sevilla.
Anoche, en El Chiringuito, hubo un mensaje de un telespectador que me llamó mucho la atención: "Ojalá la culpa fuera de Koeman". Koeman dijo que sí a la oferta de dirigir al Barcelona porque sabía que su tren, si pasaba, iba a ser por una vía en construcción; y Xavi dijo que no a la oferta de dirigir al Barça porque sabía que él iba a tener más trenes para poder elegir. Bartomeu no le fichó por sus éxitos desde el banquillo, Bartomeu le fichó por aquel gol ante la Sampdoria en el minuto 111 de partido. O sea, Bartomeu compró un cromo, alquiló una leyenda. Si Laporta no ha echado a Koeman no es porque le guste, que no le gusta, sino porque no tiene con qué pagarle. El presidente del Barcelona ha faltado al respeto a Koeman en español, catalán, holandés, inglés, francés y hasta en braille. Su respaldo es tan falso como la pancarta que plantó delante del Bernabéu o como el abrazo que le dio al maniquí de Messi.
Ayer, tras perder el cuarto partido consecutivo ante el Real Madrid, un grupo salvaje, una jauría humana esperó a Koeman a la salida del Camp Nou para zarandear, patear y escupir su coche. Con el entrenador del Barça iba su azorada mujer y, al parecer, en la parte de atrás viajaba uno de sus hijos. Esa pandilla de cafres probablemente no sabía quién era Koeman ni tenía noticias de la final del 92 ni del gol a Pagliuca que cambió la historia del Fútbol Club Barcelona. Bueno, en realidad es posible que esa pandilla no tenga ni idea de nada. Claro que si los alumnos insultan a los profesores y la policía nacional huye de los agresores, ¿por qué uno, diez, veinte o cien animales no van a poder acosar tranquilamente a un entrenador de fútbol? El único motivo que retiene ahí a Koeman es la situación económica del Barça, y empiezo a pensar que a Laporta tampoco le viene demasiado mal alguien con el que la masa pueda jugar al pim-pam-pum. Si yo fuera Koeman hace tiempo que me habría largado de ahí y, si tiene collons, que venga aquí el qatarí que te vi, el pluscuamperfecto Xavi. Entre todos mataron la leyenda de Koeman y ella sola se murió. Descanse en paz.
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