Quizá lo primero, sería recordar a quienes pusieron el pecho en el fragor de una batalla que se creyó perdida, y tener la decencia de agradecerlo. Y sí es que no se pudiese a uno por uno, al menos al que como el soldado desconocido los represente a todos.
Al soldado conocido
Jorge Arturo Díaz Reyes
Crónica Toro / Cali, X 18 2021
España, segundo año de la pandemia, mayo. El contagio y la mortalidad arrecian, se extreman las restricciones, la economía en baja y la infelicidad aumenta.
Unos más, otros menos, todos sufren. También la fiesta, que debilitada desde mucho antes de ser arrollada por la peste, apenas sobrevive. Sus grandes ferias canceladas; Valencia, Castellón, Sevilla, Ventas… y se prevé qué tampoco reabrirán, Pamplona, Bilbao, Logroño, Santander, Zaragoza…
Las estadísticas por el suelo. Las ganaderías entre pérdidas y amenazas de cierre. Toros al matadero (sueño de animalistas píos). Los toreros de toda categoría en cese. El toreo batiéndose por su vida en ruedos menores, en humildes gestas, en pequeñas glorias. Enrique Ponce, que tenaz había liderado la resistencia en el infame 2020, abandona intempestivamente, sumándose a otros connotados, que quizá esperando mejores vientos contemplaban la debacle desde sus refugios cuarentenarios.
Empresarios menores arriesgan. De pronto, Carabanchel monta un San Isidro atípico, periférico, sucedáneo del abortado venteño. Brillan retadores: Roca Rey, Emilio de Justo, Juan Ortega. Finito, decano de los espadas activos, toma la suya y arrima el hombro. Le siguen otros que no se duelen; El Juli, Manzanares, Ferrera, Luque, Perera… van donde no iban, hacen lo que no hacían. Es que no hay de otra, es lo suyo, su modus vivendi, lo que pende del hilo de su esfuerzo. La feligresía, que sigue ahí, asoma como le permiten los minimizados aforos. Se lucha por separado. Se. adelantan novilleros bizarros, Rufo, Perera, Fonseca…
La Maestranza se aventura con un San Miguel, al que luego su empresario llamará “histórico”. Simón Casas reabre Las Ventas para un Otoño no menos trascendente y confiesa: “esto solo ha sido posible gracias a que toreros y ganaderos rebajaron sus honorarios”, y sobre todo, claro, (ha debido decirlo) a la afición que también padece y carece, pero como siempre pone su diezmo. No solo en la taquilla, también en la televisión de pago, providencial salvavidas, quizá definitivo si se la valorara inteligentemente.
Quién lo hubiese creído, llega octubre, concluye la temporada, y el balance sorprende. Se toreó más que en el 2019, cuando no había pandemia. ¡Increíble! Los toreros apretaron la competencia, las figuras aceptaron hierros y pisaron cosos modestos, pese a que menudeó el cinqueño y escaseó la concurrencia. ¿Una revolución? ¿Un retorno? Qué importa. Sucedió.
Y ahora, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) anuncia que para marzo la pesadilla cesará o se hará endemia y de cualquier manera tendremos una “nueva normalidad”, con o sin el virus ¿Qué?
Quizá lo primero, sería recordar a quienes pusieron el pecho en el fragor de una batalla que se creyó perdida, y tener la decencia de agradecerlo. Y sí es que no se pudiese a uno por uno, al menos al que como el soldado desconocido los represente a todos.
No importa que sea conocido y que sus hechos hayan quedado bien a la vista en el medio centenar de corridas que libró superándose a sí mismo, expandiendo su tauromaquia y yendo más allá de su deber. José Antonio Morante de la Puebla, creo.
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