Durante mucho tiempo fue el terror de autores y creadores. La obra de cada cual debía pasar bajo la lupa, casi siempre implacable y pazguata, de quien decidía sobre el bien y el mal. Y parece que la pesadilla continúa.
Es, desde luego, producto del fanatismo, generalmente la censura religiosa y del pensamiento, que utilizan sus propios preceptos morales para imponer al resto de la sociedad qué es considerado ofensivo o apto, o adecuado. Lo que no, se retira, se tapa, se destruye, se prohíbe y se penaliza. Y viene sucediendo desde el principio de los tiempos -en realidad censura deriva del censo romano, del que se eliminaba a todo aquel sujeto que no cumpliese las normas o atentase con su conducta contra el resto-, siendo más frecuente su uso en regímenes autoritarios o despóticos, que sólo admiten sus propios credos o normas, excluyendo todo lo que sobrepasa su estricto rasero y, como decía Duchamp, lo que ha sido socialmente aceptado en unas culturas, en otras se convierte en escandaloso, pecado o causa de prohibición.
Bien. Con la democracia y su desarrollo creíamos superada esta sinrazón. Hasta que el estúpido buenismo implantó la dictadura de lo políticamente correcto y se ha despertado al monstruo, que vuelve a establecer para todos la moral, la ofensa, la percepción estética o el juicio del gusto y tiene en las redes sociales unos aliados magníficos y una herramienta mucho más eficaz, útil y operativa que aquel tristemente célebre lápiz rojo.
Y con este panorama no era difícil comprender que la fiesta de los toros entraba de lleno en el punto de mira de estos nuevos censores y fiscales de lo válido. Ya se vio enseguida que este espectáculo no logró pasar el filtro de los medios de comunicación generalistas, excluido casi por completo de diarios de tirada nacional, televisiones y radios, quedando marginado a la información puntual de las grandes ferias y a espacios mínimos y en horarios imposibles.
Quedaba internet, que pronto se vio inundada de páginas y portales, blogs y bitácoras que tenían al mundo del toro como referencia y argumento. Y con la explosión de las redes sociales su presencia aumentó de manera exponencial.
Algo que, naturalmente, la nueva moral farisea y waltdisneyniana no podía permitir de modo alguno, con lo que comenzaron los sustos y sorpresas. Twitter cerraba hace unos meses el perfil de la sección taurina del diario El Mundo, al considerar que contenía “violencia gráfica”. Y lo mismo sucedía con las cuentas de Morante o Imanol Sánchez, a quienes bloquearon por idéntica causa y contenido “no apto para menores”.
También Avance Taurino ha sido víctima de estos malditos imbéciles y su página en Facebook se ve mutilada casi a diario, siendo tapadas multitud de imágenes que ilustran noticias e informaciones a pesar de que, según ellos, dichas foto no infringen sus normas comunitarias, pero, aseguran, “podría incluir contenido gráfico sensible, como maltrato animal, muerte, heridas o personas cuya vida corre peligro, suicidio y autolesiones, no siendo mostrado a menores de 18 años”. Y lo que se publica son fotos de toreros ejerciendo su profesión, toreando. Pero eso es algo que no sienta bien a la nueva clase dirigente, que tiene como supremo fin hacernos idiotas. Mas todavía.
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