Y todo, con su guayabera, que impuso como prenda de uniformidad de los mozospás, de los que fue arquetipo. En cuyos cuatro bolsillos llevaba de todo: entradas, apuntes, facturas de hotel, bolígrafos, teléfonos apuntados y últimamente hasta albaranes de los jamones que vendía. Curro le decía, con su sentido del humor que muchos desconocen:
— Llevas en los bolsillos de la guayabera más papeles que una notaría.
— Ahora mismo, maestro.
Hablo de Gonzalo Sánchez Conde, ‘Gonzalito’. Durante más de treinta temporadas mozo de espadas de Curro Romero. Si afirman que Camará, con Manolete, impuso la figura del apoderado, Gonzalito codificó e hizo grande, por su entrega, la del mozospás en el toreo. Los curristas militantes le envidiaban su cercanía con el Faraón. Ahí era nada, pasarse las horas junto a Romero, quitándole problemas, solucionándole papeletas. Porque lo de Gonzalito iba más allá de vestirlo en la habitación del hotel o de darle le espada sin que se la tuviera que pedir, adivinándole el gesto desde el callejón.
Si el currismo es una fe, una religión, una filosofía de vida, Gonzalito era el sumo sacerdote de esa religión, a la que entregó su vida. ¿Desde cuándo? Desde siempre. ¿Hasta cuándo? Hasta que la retirada en La Algaba nos separe.
A Gonzalito se lo llevó y encomendó a Curro Romero el que fue su suegro, Antonio Márquez, cuando Gonzalo, que había querido ser torero, andaba por el Hotel Reina Victoria de la plaza de Santa Ana en Madrid. Curro Romero ya era gente en el toreo, ya había nacido el mito con los seis toros de Urquijo. Desde entonces, su carrera no fue otra que hacerle la vida amable y sin problemas al Faraón, que nunca tuvo que ocuparse de nada material, nada más que soñar con su arte de parar el tiempo y de vivir despacio, despacio, siempre despacio:
— Ahora mismo, maestro.
Y Curro no tenía que preocuparse de nada engorroso o desagradable. Y siempre desde la entrega y la fidelidad. No creo yo que Sancho Panza tuviera con Don Quijote más lealtad que Gonzalito con Curro Romero. Le cuidaba los vestidos de torear como si fueran suyos, se los guardaba en su casa. Siempre estaba donde tenía que estar y cuando tenía que estar. Hasta en la soledad oscura de un cuarto de hotel en la hora de la siesta, antes de una corrida de responsabilidad, le llevaba en el momento justo, sin que se lo pidiera, la copa de coñac y el café muy caliente, muy caliente, muy caliente. Y todo, con su guayabera, que impuso como prenda de uniformidad de los mozospás, de los que fue arquetipo. En cuyos cuatro bolsillos llevaba de todo: entradas, apuntes, facturas de hotel, bolígrafos, teléfonos apuntados y últimamente hasta albaranes de los jamones que vendía. Curro le decía, con su sentido del humor que muchos desconocen:
— Llevas en los bolsillos de la guayabera más papeles que una notaría.
Entre ellos iba el principal: velador y valedor de la entrega a la fe del currismo. Como Alberti sobre Garcilaso, con su blanca guayabera de callejones, hoteles y contadurías, ¡qué buen escudero era Gonzalito!
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