Termina otro año y el mundo del toro sigue sin resolver los graves problemas que le atenazan. Peor aún, ni siquiera parece tener intención de atajarlos. Se fía todo a la providencia y a que aparezca una gran figura que arrastre a la gente.
La diferencia
Paco Delgado
Avance Taurino / 26.XII.2021
El fiasco habido en el festival celebrado en Valencia hace unos días -fiasco en cuanto a asistencia y repercusión, no por lo sucedido en el ruedo, donde se demostró que la nómina torera capaz y aprovechable va más allá de las cuatro o cinco figuras que acaparan ferias y carteles- deja ver de nuevo y bien a las claras lo mal gestionado que está el negocio taurino. Un sector como este, que ocupa a más de 200.000 personas y aporta un buen pico a las arcas estatales no puede estar dejado de la mano de Dios ni a expensas de las veleidades políticas del momento.
Coincidió aquel festival con la celebración el mismo día y a la misma hora, también en Valencia, de una prueba de maratón. Y aunque de un tiempo a esta parte se haya puesto de moda el correr y participar en carreras pedestres de mayor o menor longitud, sigue sorprendiendo el elevadísimo número de participantes en estas pruebas. Y de público que las sigue. Y del despliegue organizativo del que disponen. Y del apoyo que reciben a todos los niveles, desde un trato privilegiado por parte de las autoridades municipales, que no dudan, para poner a su servicio, en paralizar a toda una ciudad, hasta el mareante despliegue publicitario y la ingente cantidad de patrocinadores, auspiciadores y anunciantes que no solo hacen posible el llevar a efecto estas competiciones sino el que sean muy rentables.
Hay que tener en cuenta que los protagonistas de estas carreras son en su mayoría anónimos, ciudadanos de a pie que no tienen proyección mediática alguna, y que las grandes estrellas de la especialidad son prácticamente desconocidas no sólo para el gran público.
Pese a ello gozan de un trato extraordinario en los medios de comunicación, que les dedican páginas y páginas y horas de radio y televisión, estatal y privada. Algo inconcebible en espectáculos taurinos y que da tanta envida como rabia.
No es sólo con el maratón, o la Volta a peu, o los 10 Kilómetros o la San Silvestre. Hace unos años -cuando la Copa Davis era la Copa Davis y no el invento de Piqué que lleva camino de hacer desaparecer esta venerable y hasta ahora importante competición-, este campeonato mundial de tenis de selecciones nacionales recaló en Valencia y tuvo como escenario la plaza de toros, convirtiéndose en noticia permanente en todas las televisiones del mundo durante un fin de semana. El coso de Monleón se engalanó como nunca se ha visto hacerlo para una corrida, se permitió poner publicidad en el edificio, algo impensable para la cosa taurina: se trata de un monumento histórico artístico…, y se le dispensó toda clase de favores, gracias y mercedes.
¿Por qué no sucede lo mismo con los toros? Pues, al margen de la campaña que a nivel mundial han montado los mal llamados animalistas y pseudoecologistas, dejando a un lado el interés por que desaparezca esta manifestación de nuestra cultura de un muy determinado arco del espectro político -y su influencia mediática, vital para todo- y obviando el abandono del mundo rural que tanto sentido da a tantas cosas, hay que poner el foco en el suicida abandono de sus funciones que han hecho los responsables de lo taurino.
A los que ahora mueven los hilos en esto sólo parece interesar el obtener el máximo beneficio inmediato pero sin invertir nada en el proceso, sin dejar que nadie entre en un círculo tan cerrado que les está asfixiando a ellos mismos, y sin que parezca que les importe en absoluto el futuro de algo que es mucho más que un espectáculo y que ahora parece que tiene ya menos tirón que unos tíos corriendo en calzoncillos sin que los persiga nadie.
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