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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 16 de noviembre de 2012

SE VAN LOS AFICIONADOS / Por Antolín Castro


"...Se van los aficionados y lo hacen porque no les gusta lo que ven, eso que a nadie parece importar. Y se van frustrados, decepcionados, y añorando tiempos donde el acudir a las plazas no tenía nada de predecible, de garantía de que un toro en la muleta iba a dar el máximo de sumisión, muy lejos de la bravura desde el primer tercio para que el torero tuviera la oportunidad de superar las dificultades propias de su condición..."


SE VAN LOS AFICIONADOS

Antolín Castro 
España
Quizá una de las cosas más visibles, y medibles, en los últimos tiempos sea esa, que se van los aficionados.
Y esa notoria ausencia, de la que nos hemos ocupado en otros escritos, parece caer en saco roto, a nadie parece importarle. Cuando digo a nadie me estoy refiriendo a quienes tienen intereses, deberían tener también obligaciones, en el desarrollo de la Fiesta.
Lo cierto es que se van y no es por un periodo de vacaciones, es mucho más larga la ausencia, pues existen datos de que los que se van no vuelven. Los echan de las plazas y, o no se dan cuenta y entonces serían ciegos y necios, o no hacen nada por recuperarlos. Un drama que acabará con el negocio que tienen montado unos cuantos, y del que viven muy bien, pero lo peor será que acabarán con una fiesta de siglos y cuyas raíces traicionan.

Es evidente que falta la emoción que proporciona el rey, el toro. Es evidente que han convertido en monotonía y predecible lo que debería ser sorpresa e improvisación. Los toreros ejecutan una partitura ya sabida, ya conocida por el aficionado, por el espectador. Y tendrá su mérito, el teatro lo tiene, pero no es igual. No tiene el mismo impacto la representación de algo que vivir ese algo en persona y vibrando con la emoción de los riesgos.
Les da igual, han minimizado el riesgo, todavía existente, y minimizado también el concepto de la lidia; es decir, han desnudado por completo la esencia. Lo que se percibe es una aproximación de lo que fue la fiesta y eso, es muy notorio, no es lo que quiere y demanda el aficionado.
Por eso se van, y lo hacen a chorros. Los abonos de Madrid son un claro ejemplo, donde en este año que acaba unos miles de feligreses han abdicado de esa fe. Impensable hace dos días pero triste realidad. No lo ven y le echan la culpa al empedrao, hacen oídos sordos a la realidad las empresas a la hora de programar con ese ‘siempre igual, siempre igual...’ y los toreros, las llamadas figuras en especial, no tienen intención de rectificar esa cómoda posición de exigir el toro cuanto más fácil mejor. Dicen que es el toro con el que se puede triunfar todos los días, pero al decirlo autodenuncian el agravio comparativo ya que no compiten en igualdad con sus compañeros menos afortunados. Siendo así, ni siquiera los aficionados pueden saber quiénes son los mejores. Solo pueden captar la existencia de la gran desigualdad.

Se van los aficionados y lo hacen porque no les gusta lo que ven, eso que a nadie parece importar. Y se van frustrados, decepcionados, y añorando tiempos donde el acudir a las plazas no tenía nada de predecible, de garantía de que un toro en la muleta iba a dar el máximo de sumisión, muy lejos de la bravura desde el primer tercio para que el torero tuviera la oportunidad de superar las dificultades propias de su condición.




Se van los aficionados y en el mejor de los casos, aunque tengan todavía ganas de presenciar lo que hay, lo hacen también por imperativos de la edad. Al no haber recambio, esas pérdidas son unas pérdidas efectivas cien por cien. Desde aquí aprovecho para con unas líneas homenajear a mi padre, fallecido hace unos días, y que no hará número ya en el grupo de aficionados que perduran. Se fue un aficionado de siempre y a quien le debo la afición mía. Se marchan y su hueco es notorio, además de doloroso, para sus allegados y para el conjunto de nuestra afición. Al menos ellos se marcharon sin tener que vivir lo que nos queda por ver a los demás. Se fueron esos aficionados y se llevaron consigo su afición plena, sin marchitarse a través de ese toreo sin vida que es este de la modernidad y que, lamentablemente, no alimenta las nuevas aficiones.

Mi padre en 2009, con su gorrilla y 94 años, 
último día en una plaza de toros

Nota.- En la imagen vemos a mi padre, seis meses después de sufrir un ictus y como aficionado de los buenos, no para ver a las figuras, fue una novillada sin picadores en la localidad segoviana de Santa Mª la Real de Nieva. Otro ictus posterior impidió que siguiera asistiendo. El ir a estos festejos pertenece a otro tiempo, a otro tipo de aficionados. En su memoria y homenaje, extensible a los aficionados que son o fueron como él.
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