Manuel de la Fuente, extraordinario aficionado el cual el pasado jueves dejo de existir tras larga enfermedad. Foto: José León
Se ha ido un extraordinario aficionado a la fiesta brava
MANUEL DE LA FUENTE: UN HOMBRE CON ARTE PARA EL ARTE
Rubén Darío Villafraz
rubenvillafraz@yahoo.com
MÉRIDA.- Nada impresionaba más a Manuel de la Fuente que la vieja frase del temor y el temblor taurino: «El toro que ha de matarte esta ya comiendo hierba». Y justamente, un cáncer, se llevó al hombre más no el legado de quien el toreo venezolano se honra en contar entre uno de sus más ferviente y apasionados seguidores.
Manuel conocía como pocos artistas que han gustado del toreo los entresijos y lo que representa el toreo. Aficionado como mucho y entendedor como pocos, sufría y vivía cada pase, cada lance como si fuese aquel torero que se enfrente a los pitones.
La última vez que le vi y le salude, fue en la conferencia que el maestro del toreo Luis Francisco Esplá disertó en la pasada Feria del Sol. Casi un año le tenía y no le veía, y como siempre sus apuntes como aquella alma que sentía de forma profunda el arte del toreo se hizo florecer con una intervención llamativa y explicativa a tenor de lo que había desgranado un Esplá sincero y realista. Lo afirmo sin ninguna duda, era Manuel de la Fuente un hombre que conocía, entendía, y mejor expresaba con su pintura, escultora, verbo y arte ese incendio negro que es el toro bravo.
Su personalidad siempre se afirmaba vigorosa, a veces sorprendente. Quienes le conocieron más de cerca afirman que fue el mejor amigo de sus amigos. Desde su larga veteranía como profesional y aficionado se había situado por encima del bien y del mal. Decía siempre lo que de su corazón le salía, de manera crítica y constructiva, por encima que lesionara intereses que en estos tiempos se observan mucho más evidentes que nunca, citando al quiebro con las banderillas en alto. Era un conversador indeclinable, de sigilosos parpados y memoria fatigada. Guardaba todas las anécdotas del mundo taurino en el pozo de los tiempos perdidos. Era diáfano de expresión, conocedor de la actualidad desde todos los ámbitos, y en especial amante de la tierra que llego e hizo suya por más de medio siglo. A que le adoptó como un hijo más, de singular catadura.
Siempre le considere un hombre de mente limpia, ideas abiertas y corazón a flor de piel. Carecía de oquedades. Su casticismo no era nostálgico. Quería a Mérida y adoraba a su natal Cádiz, de la que una vez zarpó para quedarse y morir entre nosotros. Trabajaba el hierro, ole, mármol y bronce con la inspiración de aquel torero engolosinado ante la embestida de un bravo astado, el cual utiliza para expresar un arte, ese que es efímero y duradero a la vez.
El pasado jueves, cuando el reloj despedía la tarde, la parca se lo ha querido llevar. Tras de sí queda la obra de un extraordinario aficionado que en estos días engrosa la lista de personas ligadas al mundo del toro que han traspasado el umbral de la eternidad. Y que mejor para él, estos versos de Lorca, precisamente ese poeta el cual admiró:
Se ha ido un extraordinario aficionado a la fiesta brava
MANUEL DE LA FUENTE: UN HOMBRE CON ARTE PARA EL ARTE
Rubén Darío Villafraz
rubenvillafraz@yahoo.com
MÉRIDA.- Nada impresionaba más a Manuel de la Fuente que la vieja frase del temor y el temblor taurino: «El toro que ha de matarte esta ya comiendo hierba». Y justamente, un cáncer, se llevó al hombre más no el legado de quien el toreo venezolano se honra en contar entre uno de sus más ferviente y apasionados seguidores.
Manuel conocía como pocos artistas que han gustado del toreo los entresijos y lo que representa el toreo. Aficionado como mucho y entendedor como pocos, sufría y vivía cada pase, cada lance como si fuese aquel torero que se enfrente a los pitones.
La última vez que le vi y le salude, fue en la conferencia que el maestro del toreo Luis Francisco Esplá disertó en la pasada Feria del Sol. Casi un año le tenía y no le veía, y como siempre sus apuntes como aquella alma que sentía de forma profunda el arte del toreo se hizo florecer con una intervención llamativa y explicativa a tenor de lo que había desgranado un Esplá sincero y realista. Lo afirmo sin ninguna duda, era Manuel de la Fuente un hombre que conocía, entendía, y mejor expresaba con su pintura, escultora, verbo y arte ese incendio negro que es el toro bravo.
Su personalidad siempre se afirmaba vigorosa, a veces sorprendente. Quienes le conocieron más de cerca afirman que fue el mejor amigo de sus amigos. Desde su larga veteranía como profesional y aficionado se había situado por encima del bien y del mal. Decía siempre lo que de su corazón le salía, de manera crítica y constructiva, por encima que lesionara intereses que en estos tiempos se observan mucho más evidentes que nunca, citando al quiebro con las banderillas en alto. Era un conversador indeclinable, de sigilosos parpados y memoria fatigada. Guardaba todas las anécdotas del mundo taurino en el pozo de los tiempos perdidos. Era diáfano de expresión, conocedor de la actualidad desde todos los ámbitos, y en especial amante de la tierra que llego e hizo suya por más de medio siglo. A que le adoptó como un hijo más, de singular catadura.
Siempre le considere un hombre de mente limpia, ideas abiertas y corazón a flor de piel. Carecía de oquedades. Su casticismo no era nostálgico. Quería a Mérida y adoraba a su natal Cádiz, de la que una vez zarpó para quedarse y morir entre nosotros. Trabajaba el hierro, ole, mármol y bronce con la inspiración de aquel torero engolosinado ante la embestida de un bravo astado, el cual utiliza para expresar un arte, ese que es efímero y duradero a la vez.
El pasado jueves, cuando el reloj despedía la tarde, la parca se lo ha querido llevar. Tras de sí queda la obra de un extraordinario aficionado que en estos días engrosa la lista de personas ligadas al mundo del toro que han traspasado el umbral de la eternidad. Y que mejor para él, estos versos de Lorca, precisamente ese poeta el cual admiró:
«Por las gradas sube Ignacio / Con toda su muerte a cuestas / Buscaba el amanecer, / y el sueño lo desorienta / buscaba su hermoso cuerpo / y encontró su sangre abierta».
Desde el silencio de Dios, Manuel de la Fuente retornara como siempre a la soledad de los campos, sus viejos campos de arcilla y de hierba, donde el toro, desde la media luna de los pitones, eleva ya un inmenso mugido para amedrentar a las sombras, a la noche, a la muerte que ha llegado.
Desde el silencio de Dios, Manuel de la Fuente retornara como siempre a la soledad de los campos, sus viejos campos de arcilla y de hierba, donde el toro, desde la media luna de los pitones, eleva ya un inmenso mugido para amedrentar a las sombras, a la noche, a la muerte que ha llegado.
Juan Lamarca con Manuel de la Fuente y su "Cristo de las Multitudes"
(Foto archivo Blog)
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