es la expresión plástica de la gran memoria de Dios con nosotros.."
HOMILIA EN LA MISA EXEQUIAL DE MANUEL DE LA FUENTE
A CARGO DEL
EXCMO. SR. ARZOBISPO DE MERIDA,
MONS. BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO. (1)
A CARGO DEL
EXCMO. SR. ARZOBISPO DE MERIDA,
MONS. BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO. (1)
Ustedes que temen al Señor, confíen en él,
y no les faltará la recompensa. (Eclesiástico, 2,8)
Catedral de Mérida, sábado 6 de marzo de 2010.
Es hora de silencio y meditar profundo. Ante la muerte inesperada y abrupta no caben explicaciones. Sólo el bálsamo refrescante de la fe nos abre el postigo de la esperanza definitiva. El autor sapiencial nos recuerda que al que teme al Señor no le faltará recompensa. Y hace un momento el profeta Miqueas susurraba a nuestros oídos que no hay Dios como el que nos acoge en este recinto sacro, que nos perdona siempre y nos absuelve de las culpas.
Venimos con dolor y consternación a dar cristiana sepultura a los restos mortales de nuestro querido hermano Don Manuel de la Fuente. Lo hacemos en esta Catedral metropolitana a la que el joven Manolo dirigió su mirada desde que abandonó su tierra natal andaluza para venir a probar suerte en tierras americanas. Y aquí puso su tienda definitiva. Fue esta nueva catedral el primer taller donde comenzó a tejerse su nuevo gentilicio, el ser merideño. Siempre tuvo por esta Seo, admiración, cariño y devoción.
Una vieja tradición medieval introdujo la costumbre de ligar la construcción de las grandes catedrales a quienes plasmaron en su confección el arte y el genio que llevaban dentro. Por eso, son muchos los títulos que hacen que este féretro esté en su casa. Los angelitos, quizá los primeros que pintó el joven artista, sonríen ante quien les dio donosura y lo conducen orgullosos ante Dios Padre. En varios de los escudos episcopales del coro y en los arreglos del viejo púlpito está la destreza en darle forma a la madera.
Es en el Cristo de las multitudes, situado aquí en la Capilla del Calvario, donde el arte auténtico de Don Manuel, más que oficio, se manifiesta como vocación. Se ha convertido esta imagen, en llamado a la romería y la oración. Hoy, también nosotros nos volvemos hacia él para impetrar una plegaria por su autor. Sin barruntarlo, pero con lo que los teólogos llaman el sensus fidei, Manuel de la Fuente, tejió en bronce cátedra de cristología y soteriología.
La figura de Jesús adquiere su máximo sentido en la cruz, preludio de la resurrección. La encarnación es el abajamiento de Dios que se hace hombre, pero es a la vez, asunción de la humanidad que sube hacia Dios, mejor se hace Dios. La humanidad entera puja por subir, por agarrarse a quien es el primogénito de toda criatura en quien se obtiene la salvación. Cuerpos, cabezas, sin rostro definido, porque todo hombre es nuestro hermano. Se asciende no como quien quiere llegar primero, sino colectivamente, eclesialmente, fraternalmente, porque es una tarea que se construye en el amor solidario.
Contemplar el Cristo de las multitudes es acción mística de arrobamiento y de fe. La que mueve montañas, la que multiplica los panes, la que ofrece la mesa generosa de la fraternidad eucarística. El corazón no está muerto sino que late y por eso brilla. El Cristo de las multitudes de Manuel de la Fuente es la expresión plástica de la gran memoria de Dios con nosotros. De la mano de Jesús, ya no crucificado sino en el resplandor del resucitado, nuestro hermano contempla anonadado a la belleza misma, al resplandor de la luz eterna.
La vida se consigue a través de la lucha incesante por hacerla más plena. Por ello, en más de una ocasión le oí decir a nuestro artista que lo más cercano a su abundante obra religiosa eran los toros. La pasión, el drama de la existencia hecho combate, finura, arte y sobre todo plenitud de inteligencia, conduce siempre a Dios, invita a buscar su cercanía y sentir la necesidad de volcarlo en bien de los demás. También allí surge la plegaria que adquiere fuerza en la debilidad humana. Sus restos inermes son un llamado a la fraternidad y al servicio desinteresado.
No podemos concluir esta oración sin una mirada a María Santísima. Muchas fueron las advocaciones que salieron de su genio, en todos los tamaños y en infinidad de nombres. Pero ninguna como La Virgen de la Paz en Trujillo. Trasmitir armonía y serenidad en dimensiones ciclópeas, no es tarea sencilla. Sus vírgenes rebosan de belleza andaluza, acicalada con toques mestizos andinos. He querido traer para este momento la réplica primera de esta obra que guardaba con orgullo en su taller. En ocasión de mis bodas de plata episcopales me la obsequió para que su imagen fuera evocación perenne de paz que asedara los sinsabores de cada día y para que fuera para ambos, custodia en los momentos difíciles.
A ella quisiera elevar la mirada de todos ustedes para decirle. Madre amorosa de la Paz, recibe en tu seno y condúcelo hasta el trono del Altísimo a tu hijo Manuel. Creyó y esperó en ti, perdónale sus culpas, pero sobretodo, premia sus buenas obras que fueron muchas. Su sencillez, su agudeza, su desprendimiento, su sapiencia, su amor por los suyos y por la justicia.
Recibe su obra artística como la tarea que tú le pides a todo creyente: completar lo que le faltó a la creación y a la redención: la cooperación humana. Da a sus seres queridos, su esposa e hijos, sus numerosos amigos y admiradores, sus alumnos y todos los que tuvimos la dicha de abrevar en el alero de su vida, su bonhomía y candor, la mejor expresión de tu rostro divino.
Que este último paseíllo te lleve por la puerta grande de una existencia fecunda que sólo espera en el premio de la misericordia divina porque seguro le dirás al Señor:
“porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida”(Amado Nervo).
Que así sea.
(1) Moseñor Porras Cardozo es "Socio de Honor" del Círculo Taurino Amigos de la Dinastía Bienvenida
Fuente: Blog Dinastía Bienvenida
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