¡Ahí va la liebre…!
Corran los galgos, cabalguen los caballos, apunten las escopetas, la jauría exultante, todos a por la liebre, a por Juan José Niño, Inspector del Cuerpo Nacional de Policía, y Delegado Gubernativo de la Plaza de Toros de Las Ventas de Madrid –todavía capital de lo que queda de España-.
Corran los galgos, cabalguen los caballos, apunten las escopetas, la jauría exultante, todos a por la liebre, a por Juan José Niño, Inspector del Cuerpo Nacional de Policía, y Delegado Gubernativo de la Plaza de Toros de Las Ventas de Madrid –todavía capital de lo que queda de España-.
El incidente originado el pasado domingo en el callejón la plaza madrileña por José Luis Ramón, periodista de Telemadrid en labores profesionales, y que dio lugar a que el delegado de servicio ordenara su desalojo acompañado por la fuerza pública, ha despertado toda la ira del gremio profesional contra Juan José Niño.
El relato sesgado de los hechos sin aludir a los precedentes que han llevado a esta situación, la ausencia de un análisis ponderado, y la tendenciosa parcialidad encubierta en un falso corporativismo empleada por la cuadrilla gremial, coloca al competente Juan José Niño contra las tablas, cuando todo apunta que ha sido víctima de una sibilina provocación urdida por el jefe de la retransmisión televisiva Miguel Ángel Moncholi, echando por delante la gallardía del presidente del festejo Manuel Muñoz Infante que le deja en suerte a su subordinado Juan José Niño para que le haga “la carioca” como soberbio castigo al cumplimiento de su deber respecto al mismo informador y en ocasiones anteriores.
Mala época es esta para que alguien sea fiel al cumplidor de sus obligaciones y obre con rectitud, y mucho menos cuando ello consista en el ejercicio de la autoridad, y si se trata de un policía, pues mucho peor, y si ejerce sobre un periodista… ¡apaga y vámonos!
El festejo taurino es un espectáculo público reglamentado en base a una Ley, presidido por la autoridad que tiene a su cargo un delegado a sus órdenes y con atribuciones propias dimanantes de la normativa legal; entre ellas las de velar por el buen orden de la lidia, de los requisitos de acceso al callejón de la plaza, y de las condiciones de permanencia en el mismo a cuantas personas autorizadas se alojen en él, incluidos los integrantes de medios de comunicación.
Es precisamente el respeto a la lidia y la seguridad de los lidiadores, evitando distraer la atención del toro desde el callejón, lo que obliga a la mayor observancia del precepto reglamentario para que nadie se halle fuera de su burladero, ni que se desplace por entrebarreras mientras las reses estén en el ruedo, a la vez que se determina el lugar que las evoluciones de los respectivos lidiadores, los espacios que deben ocupar sobre la arena y la oportunidad de sus intervenciones, entre ellos el director de lidia.
El guión tramado asoma sus primeras letras entre el baboseo oral del conocido, por ignaro, ocupante taurino de Telemadrid, cuando comenta en pantalla que según precedentes habidos, se prevé un probable incidente con Juan José Niño, al que rápidamente descalifica e insulta, y así aprovecha el rasgo de respeto y compañerismo del presidente del festejo –máxima autoridad- del que dice haberle declarado sentirse ajeno a las posibles decisiones de su delegado Juan José Niño –Bily el Niño para el locutor de la baba-.
Semejante grado de generosidad y apoyo a un miembro de su equipo desde la responsabilidad de su cargo, ya lo lució al afamado usía con ocasión de otra conocida incidencia en Las Ventas, que le costaría el cese a su anterior delegado.
El locutor –el de la baba- se produce con desconsideración a la audiencia taurina de Telemadrid, soslayando e interrumpiendo el relato primordial que es el de la corrida, para centrarse en mancillar la persona de un digno funcionario de servicio oficial, e instigar a José Luis Ramón al enfrentamiento con aquel en aras de una supuesta libertad de información.
Ya es la hora, pensaría el locutor –el de la baba- y toca el clarín, para que, tras varios escarceos por el callejón advertidos por el delegado, José Luis Ramón se plante para “ponérsela planchá y al hocico” y el delegado “entre y se la coma”. ¿y cómo no?
Juan José Niño está obligado a intervenir cuando el periodista inicia una entrevista en lugar inadecuado del callejón con el matador Frascuelo mientras se está lidiando un toro en un tercio dónde la presencia en el ruedo del director de lidia es necesaria y reglamentaria.
Es decir, que el torero y el periodista están infringiendo la norma y el delegado de la autoridad ejerce su función legal conminándolos a corregir su actitud.
La consecuencia es que los ánimos se encrespan y la situación deriva en la orden de desalojo de José Luis Ramón que se lleva a efecto de forma llamativa al recurrir Juan José Niño al uso legítimo de una pareja de fuerza pública a sus órdenes.
En contraste con las crónicas corporativistas aparecidas, sería aconsejable conocer la serena y analítica de Antolín Castro del portal opiniónytoros.com
¿Se podría haber actuado de otra forma? Quizás sí, y además, conociendo, la solvencia profesional, el buen talante y caballerosidad de los “contendientes” del callejón –el policía y el periodista-. Hubiera resultado fácil de no interferir el previo calentamiento malicioso promovido por Moncholi.
Pero lo que interesaba conseguir era lo que presumiblemente maquinó el locutor –el de la baba-, con la consiguiente cadena de reacciones de repulsa y condena hacia el delegado, empezando por la de su su jefe el presidente, que en actitud ejemplar y como fiel intérprete del credo legionario se ofrece a los medios para desmarcarse de su responsabilidad y arremeter contra su propio compañero recriminando su actuación, y en defensa del infractor.
Eso sí, por si hubiera duda de su valentía, apostilla con pomposidad inquisitorial que ha elaborando un informe para elevarlo a la superioridad, al tiempo que le imputa a su delegado haber tratado a José Luis Ramón como si de “un carterista o delincuente” se tratara por el hecho de haber recurrido a la presencia de la fuerza pública para conminarle, ante su negativa, a su salida del callejón.
Bien sabe el presidente que no siempre se emplea a los uniformados por causa de delincuencia. Razones humanitarias y de seguridad pública, reclaman en no pocas ocasiones la presencia de la policía, y así los aficionados y espectadores que merodean y acuden a su Plaza de Las Ventas, los turistas y curiosos que la visitan a todas horas durante la feria de “San Isidro” se sentirán orgullosos al ver el monumento mudéjar jalonado de uniformes y vehículos policiales concentrados ante las taquillas de la empresa con especial esmero en ordenar las colas de abonados, con un loable espíritu altruista repartiendo el turno de espera en la cola de taquillas desde un vehículo oficial habilitado como kiosko multicolor. Ea, la policía al servicio del pueblo, sobre todo la del presidente del distrito.
Se ignora si, además de los informes que eleva el usía de las actuaciones de sus delegados, se ha redactado algún otro en el ámbito oficial, o haya sido solicitado por algún periodista especializado, sobre extremos que abunden en la pertinencia de la prestación de tan extraordinario servicio policial en las taquillas de Las Ventas, o acerca de la línea de actuación del presidente de festejos taurinos, Manuel Muñoz Infante.
La ejemplaridad resultante de las conclusiones podría ser dignas del temario de los cursos a impartir para delegados y presidentes que periódicamente organiza la D.G.P.
No sería aconsejable para la buena formación de los alumnos despreciar el conocimiento de los criterios aplicados por Muñoz Infante para la concesión de trofeos, devolución de reses a los corrales o su mantenimiento en el ruedo en su caso, suspensión de festejos, y en las resoluciones relativas a las operaciones previas, reconocimientos facultativos de las reses a lidiar, o de los “post mortem”.
El conocimiento para los neófitos de palcos de su concepto del mantenimiento del orden público desde el conocimiento de la sicología de masas, vinculante en la toma de decisiones, sería de un valor inestimable.
La culminación de la instrucción de los futuros presidentes y delegados gubernativos de plaza de toros, se lograría mediante la asunción del ejemplar espíritu de equipo que se vive con este irrepetible presidente, y con el relato del fiel cumplimiento de su deber y su obligada presencia, dimanante de la oportuna designación de servicio, en todas las operaciones previas y preliminares al festejo.
En fin, que si el Manolo, como así le llaman cariñosamente los del “7”, presidiera en la plaza de Iñaquito, los buenos amigos quiteños con su fino humor andino, dirían de él: Esto no es un presidente, esto es una alhaja.
Además de la condena periodística taurina contra Juan José Niño, llena de descalificaciones y epítetos ofensivos, llama la atención el duro comunicado de la AITAM (Asociación de Informadores Taurinos de Madrid)
Dios mío, qué virulencia pidiendo el cese inmediato de un humilde policía que ha cumplido con su deber. Ya se sabe lo de Caracol el del bulto, mozo de espadas de Gallito, cuando le espetó en Atocha al estruendoso tren que apenas pudo atravesar las empinadas estribaciones de Sierra Morena: ¡“Esos cojones en Despeñaperros”!
Pues no, no se los echaron los de la AITAM cuando su compañero Pedro Javier Cáceres, no es que fuera expulsado del callejón de la plaza, no, es que le costó el puesto en la radio COPE por criticar la resolución del concurso de la plaza de toros por la C.A.M., y que le acarreó dos años de paro. Todos sabían de qué altísima instancia de la Comunidad emanó esa voluntad pero, claro, tendría forma de “Despeñaperros” y…….
Es más fácil hacer un pim, pam, pum, con un honrando y modesto policía.
No son pródigos los de la AITAM en redactar notas de repulsa contra presidentes a los que se les achaca por los aficionados la conculcación del reglamento taurino cuando “regalan” orejas, y aprueban toros sin trapío y con falta de integridad en las astas, haciéndose conniventes con el fraude y contribuyendo con ello a la desnaturalización y desprestigio de la Fiesta.
O que, por otro lado, se presume inducen a sus Delegados a que permitan la estancia abusiva de personas de todo jaez en los atestados callejones convertidos en mercadeo barato, o no.
Pues nada, que no, que la toman con un recto y probo funcionario Juan José Niño que, además, no se presta a “pastelos” ni a ser “chota” de nadie.
¿Para cuándo un comunicado de condena de la AITAM contra algún asociado que actúe en contra del más elemental código ético y deontológico?
Es de suponer que no tendrán motivos para ello, o que en ocasiones se les ablandará el corazón como en el sorprendente caso de la propuesta a una huelga de espectadores contra Manuel Jesús “El Cid” por aceptar una sustitución en una corrida de la feria aniversario, procurándole claro perjuicio y desprestigio, desde dos medios, uno de internet y otro en papel, como lanzaderas de una imaginaria nota de protesta de aficionados.
¿Quizás no hubiera sido oportuno recoger en nota pública el sentir general del aficionado por la bochornosa retransmisión por el locutor Moncholi –el de la baba- de la corrida de Alicante –a la mayor gloria de los Esplá-? Su colaboración al escarnio inferido a la dignidad de la Fiesta quedó patente como palmero de un espectáculo fraudulento, faltando a su deber de informar con veracidad y rigor.
Es motivo de polémica entre aficionados y profesionales taurinos el hecho de la labor periodística en los callejones de las plazas de toros. Los micrófonos y cámaras portátiles se mueven a discreción abordando a profesionales y a personas, personajes, y personajillos de toda índole, que sirven de carnaza a la insaciable voracidad informativa. Esta circunstancia solo se da en los toros. Similar labor no se practica sobre protagonistas de otros espectáculos como partidos de tenis, de fútbol, o de baloncesto, inmersos en sus cometidos.
Pero si en el toro ha de ser así, debe primar el entendimiento desde el respeto mutuo, conjugando la legalidad con el derecho a la información y respetando la labor de delegados válidos, expertos y de reconocida afición como Juan José Niño, Inspector del Cuerpo Nacional de Policía.
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