Por Bocanegra
Lunes 5 de Julio de 2010
Así era el grito de Nicanor Villalta, perfilándose para entrar a matar, en demanda de las mulas de arrastre, y así clama la casta politicastra catalana ante este último toro de la lidia y muerte de la Fiesta Nacional que se celebrará, si el tiempo no lo impide y con permiso de la autoridad -¡vaya si lo tiene!- en el circo del Parlament. Además se ve que, como lo fuera el matador mañico, andan certeros con la espada para entrarle en la suerte a todo lo que embista con hechuras y reata española.
¡Qué fenómenos estos tíos! Sin la valentía ni el arrojo de Villalta, sin jugarse nada, con las femorales tan blindadas como sus cuentas del 3% por lo menos, juntándoles las manos al más importante símbolo de españolía para asestarle el alevoso bajonazo por el que suspira la horda ante la cobarde y cómplice pasividad de los que tienen la obligación de evitarlo.
Este era el ambiente que se respiraba ayer en Barcelona alrededor la corrida de la reaparición en la Monumental de Enrique Ponce. La decepción ante las promesas incumplidas – y cómo no- de algún partido político y elementos “colaboracionistas” era sangrante, y el desánimo ante lo que se avecina ensombrecía el gesto de estos héroes que son los aficionados catalanes.
Claro que contra ellos no se ha procedido como en Auschwitz, no ha hecho falta, además estaría muy mal visto hoy en día –no por todos, claro-; ha bastado que el rodillo se pusiera en marcha desde hace unos años, desde el pistoletazo de salida al asalto del sentimiento español en Cataluña, colocar al toro contra las tablas en su último reducto que es Barcelona, y herrar los lomos de los aficionados con la estrella de apestados, obligados prácticamente a pasar a la clandestinidad por el sañudo acoso.
Pues claro que sí es una heroicidad ser y ejercer de aficionado taurino en Barcelona. Todavía algún cronista escribe desear que sigan los toros en Cataluña, si bien hay que recordarle que en Cataluña los toros están prácticamente prohibidos hace años. Que las diecisiete plazas que hubo en ese emporio taurino nacional –solo en Barcelona hubo tres- fueron aniquiladas poco a poco, no sin antes sufrir toda clase de medidas restrictivas para su actividad y de campañas de desprestigio para los toros, sin que nadie, ni siquiera los propios profesionales hicieran frente a la fechoría.
La malvada y sibilina estrategia montada sobre la muleta del falso y hipócrita animalismo frente a la bestia opresora de la cultura española, ha dado su fruto coartando los legítimos derechos de estas buenas gentes, siendo relegados a la condición de infectos sociales y aherrojados en las catacumbas por los nerones de turno que están llevando a la ruina a la tierra hermana. Alguno de ellos, lira en mano y una Agripina al lado, ya habría soñado verlos bajo los zarpazos de los leones sobre la arena de la Monumental con sus gradas y andanadas chamuscadas.
Pobre Fiesta y pobres gentes que tienen que vivir su afición en silencio, aguantar que les griten asesinos cada vez que acuden a la plaza, obligados a mostrar cautela en sus manifestaciones por si acaso…., donde portar por las Ramblas una revista de toros puede ser motivo de delación y persecución, donde un símbolo taurino en un coche puede suponer trabajo para el chapista, o donde una montera en el llavero de un taxista podría obligar al ofendido viajero a dejarlo en la estacada; que sí hombre, que sí, que en el taxi puede ir colgada una imagen de conocidos benefactores de la humanidad como Josu Ternera, de Puig Antich, de Santiago Carrillo, o del Ché, o del mismísimo Carod Rovira, que no pasa nada pero…. ojito con los toritos.
¿Y la corrida? pues muy bien, gracias. Con media plaza cubierta por los mismos héroes de siempre –cuando en ocasiones se ha llenado la otra media ha sido por la secta itinerante del veni, vidi, vinci y….hasta luego Lucas-.
Ponce magistral, Serafín entusiasta, y Cayetano lo que de él se espera. Los toros – por decir algo- de Capea, pues como salen siempre aquí toree quien toree, tal como salen en la gran parte la temporada, donde ya está impuesto el medio toro, en los mejores casos, al grito colérico ¡que esto no es Madrid!
Lo peor es que en muchos sitios no hace falta ya imponer nada. Se baja del medio y ya se acepta el cuarto y mitad de toro, y hacia la mitad de cuarto caminamos, ni siquiera bien despachado como así se imploraba en la compra al detall cuando había necesidad pero también vergüenza. Y esto no es achacable a los antitaurinos ni a la horda catalanista, es fruto de la corrupción que también anida y corroe las entrañas de la Fiesta Nacional.
Ay la crítica ¿dónde está la crítica?
Los entusiastas y entrañables aficionados de ayer se ilusionaban con que una corrida triunfal con los tres a hombros por la puerta grande ayudaría a decantar el fiel de la balanza del Parlament. No fue así.
La espada sigue montada en manos del odio separatista, y si la fiesta aguantara algo más bajo la Generalitat es porque la habría levantado el puntillero, como dijo Bojilla de él mismo, ya con media caída, y escuchando los cascabeles de las mulillas.
Además, si no importa apuñalar a España con el Estatut, ¿Por qué habría de importarles los toros?
Eso sí, todo muy democrático.
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