La verdad de Enrique Ponce
José Ramón Márquez
Martes, 7 de Septiembre de 2010
Me escribe desde México mi querido amigo Manuel Cascante este lacónico mensaje a cuenta de un comentario que puse el otro día aquí con motivo de las dos mil tardes de Enrique Ponce:
“Si Ponce es lo más grande que ha dado el toreo, yo me paso al béisbol.”
Pero es que no es sólo Manuel, es que hay más, y son buenos o buenísimos aficionados como él, los que van por esa línea que yo jamás he entendido, porque, la verdad es que no entiendo, queridos amigos, qué es lo que se niega a Ponce, si su indiscutible estadística, si su regularidad pasmosa, si la evidente soltura de su oficio, porque creo que, si se piensa sin apasionamientos, sólo se puede llegar a la conclusión de que no nos va a ser dado en toda nuestra vida ver un torero más completísimo que éste.
¿Acaso es posible que su apabullante biografía, sus veinte años arriba sin necesidad alguna de echar mano de esos subterfugios que son las fragilidades, dudas y emociones fugaces de los artistas, podría sostenerse sobre los mimbres de un chuflas? ¿Acaso este hombre podría haber engañado a tanta gente durante tanto tiempo, si fuese tan sólo un impostor mendaz y embustero?
Claro que eso que he puesto ahí arriba va por un lado, y por otro van, como bien sabemos, la emoción y los riñones, que eso tiene otros caminos y otros vericuetos de mucha más difícil cuantificación. Si hablamos de la emoción a flor de piel, entiendo que estamos de acuerdo, que para soñar ya tenemos por siempre al niño de Pepe Luis. Pero si hablamos de la suficiencia del oficio, que es la base de esto, de un torero largo y definidor de una tauromaquia propia, no creo que haya nadie entre los que hemos visto que le iguale.
Los toreros de muchísimo poder siempre han ido en desventaja con los otros, esos que llaman 'de arte', porque esa suficiencia, esa excelencia en su oficio, no es bien tolerada por los públicos más que cuando estos toreros empiezan, cuando para las gentes existe la sorpresa de descubrir la novedad del niño sabio. Hay muchos toreros en la historia cuya facilidad se ha vuelto contra ellos. Es el caso de Guerrita, del mismísimo Gallito, o la razón del odio de tantos hacia a Luis Miguel. Siempre ha pasado.No hay que correr mucho para disfrutar de la enorme dimensión de Ponce: la tenemos en tardes como la de hace un par de semanas en Bilbao. Y echando la vista un poco hacia atrás ahí están el Lironcito de Valdefresno, o el Alcurrucén de hace tres años en Madrid, tardes de esfuerzo y de compromiso, para con las Plazas que le han hecho grande, faenas macizas que salpican su biografía de hombre que sólo sirve para ser torero.
Y es que donde la gran autoridad de este torero brilla de forma neta y más verdadera es cuando se mide contra toros muy difíciles. Si hablamos de sus faenas de enfermero, de los bicharracos de lengua fuera, de las faenas de mantener en pie al cuadrúpedo, de ésas que dicen los revistosos que 'se inventó al toro', pues eso no vale nada, ni para Ponce ni para nadie. Pero con los toros fuertes y rabiosos, cuando él, porque le da la gana, decide que va a hacer el esfuerzo, es imbatible, y la pena es que no le veamos más a menudo en esas lides.
Durante todos los años 90 y la primera década de los 2000, Enrique Ponce ha sido la base de los carteles de todas las ferias de España, México y Francia con no sé cuantas temporadas en las que ha pasado de los cien festejos. Creo que mantener ese ritmo, esa regularidad, no está al alcance de cualquiera, o al menos yo no podría traer a nadie aquí a colación que lo haya igualado. Por supuesto que en esa ingente cantidad de tardes ha matado las porquerías de Domecq, como hace cualquiera, pero no olvidemos que también hay un número de toros muy significativo con los hierros de Victorino, de Guardiola, de Samuel y hasta de Miura (la del cincuentenario de Manolete en Linares, creo que sólo tiene esa en su haber) en una nómina de ganaderías que pondría los pelos de punta a los que ahora mismo se enseñorean de la parte alta del escalafón taurino y de las loas de los plumíferos mercenarios.
Ponce es torero hecho en Madrid y podemos decir que su mundo ha sido de Madrid hacia arriba, torero de norte, igual que Curro Romero fue torero de sur, de Madrid para abajo. En Sevilla a Ponce le costó entrar y sigue sin ser lo que se dice un ídolo de aquella afición tan particular, eso cuenta en su debe.
***En mi opinión, el único que ha estorbado en todos estos largos años a Enrique Ponce ha sido José Tomás. Yo creo que la revolución de la primera venida del de Galapagar le tuvo contra las cuerdas, le incomodó mucho y le desconcertó extraordinariamente. Creo que, si acaso el que acabó, con los años y las renuncias, siendo conocido como el pétreo, hubiese sido un torero de raza con auténtica afición, le habría buscado y acosado al rececho, como hizo Gallito con Bombita, y hubiésemos tenido las mejores temporadas de nuestras vidas siguiendo su lucha a muerte por esas plazas, pero finalmente ninguno de los dos estaba por andar de peleas, cosa antigua, y prefirieron esquivar los encuentros. Creo que puede decirse que la aparición de Tomás -aquel primer Tomás, insisto- es lo único que a Ponce le ha sacado de sus casillas en sus larguísimos años de matador de toros.
En la temporada del 2000 los dos toreros sólo se encontraron en una tarde: fue en Valladolid, el día 13 de septiembre. En la Plaza del Paseo de Zorrilla se produjo entre ellos un auténtico choque de trenes con el chiquilicuatre de July como testigo mudo, con toros de Marqués de Domecq y Torrealta. Fue una de las mejores tardes de toros que hemos visto. Dos estilos peleando frente a frente, ambos en su mejor sazón y un disfrute total para el aficionado. Creo que nadie en esa temporada podría haber hecho mejor papel que el de Chiva frente a Tomás, que venía arreando. En aquella época seguíamos a Tomás, que nos tenía anonadados, pero el resultado del choque aquel fueron unas emocionantísimas tablas, un empate magnífico entre dos polos extremos en los que pivota toda la grandeza del toreo: el desprecio al riesgo y la invasión del espacio del toro, ayuno de oficio, de Tomás, frente a la firme suavidad llena de seguridad y poder del valenciano. Entre esos dos polos está todo el toreo que nos gusta y nos emociona. Toreo, decimos, que una cosa es torear y otra dar pases.
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