Miren la faena de Ferrera a Platino en Sevilla, como su actuación es un proceso inteligente, valiente, honrado y bello de la realización de un fin. Como lidia con el capote y con la muleta para al fin quedarse quieto y someter definitivamente la violencia y brutalidad de la casta de un toro bravo a su valerosa y valiente inteligencia.
El valor como muestra de inteligencia en la consecución de un fin o como acongojante exposición dramática. A partir de un texto de Joaquín Vidal tratamos de diferenciar el verdadero valor de la angustiante inmolación.
Por Joan Adell Mas
Escribió Joaquín Vidal en su libro “El toreo es grandeza”:
“Los cánones de la tauromaquia, que defendieron Montes, Paquiro y Pepe-Hillo, contemplaban que, en su ejecución, debían aunar la máxima ventaja al toro y la máxima seguridad del torero. No eran preceptos, y es rechazable esa exigencia dogmática de que toda la suerte del toreo ha de ajustarse, sin posibilidad de modificación, a los cánones dictados por los padres de la tauromaquia; pues es una evolución positiva de esos cánones habría supuesto a su vez, una evolución positiva de la lidia. Eran reglas de bien torear y si mantienen la misma validez del primer día es porque no se han descubierto otras. El toreo heterodoxo que, épocas adelante, han practicado diversos diestros, algunos de ellos con gran aceptación popular, ha sido rechazado por los aficionados no a causa de su heterodoxia, sino porque de alguna forma rompía esas constantes de máxima ventaja al toro, máxima seguridad del torero y fin último de dominio sobre la fiera, que constituye el fundamento esencial del toreo”.
Vidal en este párrafo magistral nos explica tantas cosas que se podrían escribir cien artículos y hacer mil tertulias sobre ello. No voy a poner el foco en la teoría que parece desarrollar Vidal sobre la evolución del toreo ni enfrentar los conceptos de ortodoxia y heterodoxia. Sino que, quiero, a partir de las tres ideas principales en las que Vidal basa el concepto de torear reivindicar el verdadero valor que sirve para un (el) fin, del valor tremendista, tan meritorio como irracional e inútil con el que en ocasiones los aficionados nos deslumbramos de manera un tanto efectista. Veamos:
1.- Sobre la seguridad del torero: Vidal menciona algo importante que pocas veces se pone de relevancia y que el aficionado debe ser consciente, aunque le pueda resultar chocante. La técnica del toreo se fundamenta en tratar de ofrecer la máxima seguridad al torero en el ejercicio de su actividad. Los cánones del toreo son un conjunto de reglas basadas en la inteligencia y en la experiencia cuya función es ofrecer criterios e indicaciones para el desarrollo de una actividad de máximo riesgo y dificultad. Cosas como cruzarse a pitón contrario o adelantar los engaños tienen su razón principal en la seguridad del torero (taparse, burlar la embestida del toro). Torear no es un ejercicio suicida ni una irracional inmolación. Es un ejercicio basado en la inteligencia de un hombre ante la brutalidad y violencia de un animal. Es un ejercicio sofisticado y complejo que acudimos a ver los aficionados, no una actividad irracional, cruel y absurda basada únicamente en el mero enfrentamiento y asunción de un riesgo.
2.- Ventajas al toro: No todo vale en el momento de enfrentarse al toro. El toro, animal sagrado y totémico, merece en su sacrificio tener la posibilidad y oportunidad de defenderse. El hombre que acabará con la vida del toro debe enfrentarse a él con honestidad. Por eso en la técnica del toreo es fundamental no restarle posibilidades de defensa al animal. Por ello se mata al toro yendo hacia él de frente y no por la espalda, sin saltar, sin taparle la cara ni la visión con la muleta. Metiéndole la espada arriba y poniendo en ese instante el torero su cuerpo al alcance de las astas del toro, salvaguardando siempre la posibilidad de éste de herir al torero.
3.- Dominar al toro: Torear es conducir al toro y someterlo a la voluntad del torero para acabar matándolo. No hay final que explique mejor el fin del toreo como sometimiento que el sacrificio del animal por parte de éste. ¿Existe mayor ejercicio de dominio? La lidia no es otra cosa que el desarrollo del proceso de dicho sometimiento. El toro sale del chiquero fiero, virgen, con las defensas e integridad física intactas. Remata en las tablas, acude a los estímulos de manera violenta. Es el torero el que en el desarrollo de su actividad tratará de conseguir dominar y conducir las embestidas del animal. Someterlo a su voluntad. Imponerse a través de la inteligencia a su violencia irracional para acabar de la forma más digna y honesta con su vida.
Debemos reivindicar y valorar las faenas bajo los criterios aquí referidos frente a los ejercicios de valor extremadamente meritorios pero no relacionados ni realizados en el desarrollo de la ejecución de un fin. El aficionado debe acudir a ver torear y exigir que el torero toree. Debemos exigir la lidia en el ejercicio del toreo. No sólo del matador sino de los banderilleros y picadores. La lidia no puede ser una sucesión de hábitos absurdos e inútiles, sino el ejercicio del desarrollo de una inteligencia fundamentada en razones, conclusiones y resolución de situaciones. Parar al toro con el capote, colocarlo en el caballo y picarlo, lidiarlo con largura, recorrido y suavidad. Iniciar las faenas con sentido y no con inercias automáticas y atragantones efectistas. Las faenas no pueden basar su mérito ni valorarse en el mero cálculo o porcentaje de la asunción suicida de un riesgo no puesto en relación con la consecución de un fin. Debemos ser capaces de diferenciar el pisar unos terrenos como consecución de un proceso de conquista de los mismos y no como la realización automática y cotidiana de un valor honesto y meritorio pero que poco tiene que ver con el objeto y fin del toreo.
Miren la faena de Ferrera a Platino en Sevilla, como su actuación es un proceso inteligente, valiente, honrado y bello de la realización de un fin. Como lidia con el capote y con la muleta para al fin quedarse quieto y someter definitivamente la violencia y brutalidad de la casta de un toro bravo a su valerosa y valiente inteligencia. Compárenlo con la actuación en ocasiones de Paco Ureña, revelación de la actual temporada, torero valiente y honrado, pero que en ocasiones atropella la razón en actuaciones de valor tan encomiable como absurdo y ausente de capacidad y voluntad lidiadora. Exijámosle que lidie, que consiga pisar los terrenos que pisa como la conquista gradual y razonada de un espacio ganado y que lo haga con la misma belleza y emoción con la que torea y ha toreado este año. Digámosle a Juan Leal que el toreo no es el ejercicio de inmolación ni la torpe exposición a la probabilidad de una cornada, sino la luminosa, bella y valerosa consecución de un fin. Pongámosle límites y sentido al valor.
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