Marcial Lalanda
Benzemá es tan grande que, jugando de delantero centro del Real Madrid, el sábado anotó su segundo gol, gol de palomero, en nueve partidos que llevamos de Liga, y se fue ovacionado por el piperío del Bernabéu, que, de haberlo sabido, le hubiera cantado el pasodoble de Marcial.
Pobres vergonzantes
Abc
Benzemá, que da sí lo que da de sí, volvió de Chipre dando voces de ser el más grande, con el permiso de Alá… y de Marcial Lalanda (“Karín tú eres el más grande / Karín tú eres de Madrid / por ti yo voy a los toros / yo voy a los toros, / voy sólo por ti”).
–Soy muy grande, y el que no esté contento es su problema.
Benzemá es tan grande que, jugando de delantero centro del Real Madrid, el sábado anotó su segundo gol, gol de palomero, en nueve partidos que llevamos de Liga, y se fue ovacionado por el piperío del Bernabéu, que, de haberlo sabido, le hubiera cantado el pasodoble de Marcial.
Lo tiene peor Cristiano, un portento de la Naturaleza que empezó a competir demasiado pronto y que en las carreras con centrales absurdos deja caer señales de decadencia, y eso incluye la mala suerte. El sábado, después de su remate al travesaño, la cara de Cristiano era como la de aquellos nobles que el Caballero Audaz describe en el comedor de pobres vergonzantes del Asilo de María Inmaculada en el madrileño Paseo de Martínez Campos. ¡Cuántas novelas!... ¡Cuántos dramas!... ¡Cuántas grotescas comedias acaso habría para la máscara educada y correcta de aquellos rostros, en los cuales la sonrisa parecía una mueca!...
–Aristócratas, millonarios, aventureros, artistas, cortesanas, negociantes…; todos en aquel torbellino de misericordia… Todas aquellas vidas que fueron doradas en el tiempo por el sol de la fortuna o de la fama; vástagos de familias opulentas; descendientes de nobles, de guerreros famosos, de políticos encumbrados; burgueses que conocieron la satisfacción de todos los caprichos; bolsistas que manejaron millones y barajaron cifras fabulosas en especulaciones desgraciadas… Luisa Pedreño, aquella famosísima dama que hace quince años era la mujer más codiciada, más célebre y de más moda en Madrid. ¡Había que verla en la Castellana, guiando los seis poderosos caballos de su “mail-coachs”!
Y ahí estaba, de testigo, en la banda del Bernabéu, Míchel, jornalero del banquillo con barba blanca de sabio sufí. Míchel, quién nos lo iba a decir, ha roto a moro, mezcla de Anguita y rey Feisal, envejeciendo mejor que Butragueño (¡lo que tiene trabajar!), que se desinfla por las costuras vegetalistas del yoga como un flotador playero de Pluto. El mítico “Agonías” (“árbitro, Maldini me pega”) estuvo a punto de cerrar definitivamente la Liga en el Bernabéu, donde, si todavía no se da por cerrada, es porque la bruja Lola ha dicho que el Madrid sale campeón si Sergio Ramos se rompe la nariz. Ramos y esa expresión suya de hombre que contempla su nariz, tan peculiar de los que hablan para que el futuro recoja sus palabras.
Los piperos recalcitrantes culpan de la situación a los árbitros de Victoriano (Victoriano Sánchez Arminio, el “linemán” que en el Mundial de México’86 eliminó con su banderín loco al mejor equipo del Campeonato, que era la Urss de Lobanonsky), que se ha petrificado en uno de los toros de Guisando (con más morrillo) del Villarato.
Desde luego, los árbitros de Victoriano son más reales que los hackers de Putin, pero no es mucho lo que desde el Real Madrid se ha hecho para pararles los pies. En 2004, enviar al director general, Valdano, al vestuario de Iturralde, que había expulsado a Zidane en Sevilla, a decir: “Nunca he visto una cosa igual: muy seguros tenéis que estar para hacer lo que habéis hecho, esto es una vergüenza”. Y en 2010, tras vencer al Sevilla, enviar al entrenador, José Mourinho, a leer en la rueda de prensa un folio con los trece errores de Clos Gómez.
Si de veras el Real Madrid hubiera tenido alguna vez el propósito de limpiar la organización arbitral, sus acciones hasta la fecha vienen a ser como “asustar a un notario con un lirio cortado / o dar muerte a una monja con un golpe de oreja”:
–Sería bello / ir por las calles con un cuchillo verde / y dando gritos hasta morir de frío.
¿Cree que hay vida extraterrestre?
Sí. Dicen que en Madrid hay un equipo
GALAXIA ORTÍ
Ha muerto Jaime Ortí, el hombre de Benítez, de las Ligas… ¡y de los galácticos!, cuando todo lo del Madrid, en lo bueno y en lo malo, parecía venir de Valencia: los piperos (como concepto: regalo de Hughes), y sobre los piperos, los galácticos, Figo, Ronaldo, Zidane y Beckham, que en la memoria madridista ocupan ya el mismo rincón que los reyes godos en el bachillerato de don Pedro Sainz Rodríguez. Ortí, que era dicharachero, habló un día de “los galácticos” para resumir aquel rastacuerismo blanco. “Rastacuerismo” fue la palabra favorita de Pío Baroja: era como los franceses llamaban al nuevo rico argentino o “arrastracueros” (señorito venido a más con la venta de cueros para la guerra del 14). En tres años Ortí se llevó dos Ligas, una Uefa y una Supercopa de Europa. Que la tierra le sea leve.
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