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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 7 de octubre de 2020

A Morante todo le vale / por Manuel Vieira

La imaginación del genio de La Puebla en estado puro y en todas sus combinaciones. A veces fantásticas, a veces paródicas. Escena generadora de sentimientos identitarios. Fragmentos de historias del pasado escenificadas de la misma manera que el magnífico torero, al que Morante idolatra, las hizo sin lugar a la confusión.

A Morante todo le vale

MANUEL VIERA
Burladero / 7 Octubre 2020
Morante actúa como tal. Su arte no conoce límites formales. Su manifestación siempre sobrepasa los códigos prefigurados. Sin embargo, es la desvirtuación del discurso quien lo convierte en polémica. El diestro cigarrero se ha movido siempre en ese juego casi teatral de los estrambótico. Lo que, para él, y para muchos, constituye la esencia misma de lo genial. Así, el personaje se pasea por esa frontera ambigua donde la realidad y la fantasía se confunden hasta convertirse en un batiburrillo de gestos que transfiguran la verdadera genialidad. Es justo ahí donde algunos se dejan los sueños. En la intrascendencia de una actitud que para unos es irrespetuosa, y fuera de lugar, y para otros es pura ocurrencia.

José Antonio, influido por la personalidad de Gallito, se vistió de corto, se montó a caballo en la atardecida cordobesa, y se postró ante el Cristo de los Faroles de la ciudad califal. Descabalgó, se arrodilló ante la imagen tallada por Juan Navarro, y se fotografió en actitud de oración. El toque de atención es evidente y, por mucha discusión que se realice sobre la “teatralidad” de lo expuesto, el resultando es determinante: se habla de él y se produce el impacto deseado. El debate en las redes sociales no admite duda. Su brillante interpretación del costumbrismo gallista ha suscitado la controversia pretendida ante este provocador e insaciable buscador de las disciplinas artísticas del “rey de los toreros”. A Morante todo le vale.

La imaginación del genio de La Puebla en estado puro y en todas sus combinaciones. A veces fantásticas, a veces paródicas. Escena generadora de sentimientos identitarios. Fragmentos de historias del pasado escenificadas de la misma manera que el magnífico torero, al que Morante idolatra, las hizo sin lugar a la confusión.

Sin duda, una inmejorable operación de márquetin puesta en marcha con resultados notables. Un grado de aproximación entusiasta hacia lo que ha de ser el día de la Hispanidad en la plaza de toros de Córdoba. Algo capaz de trascender y ofrecer al gran público una nueva narración del concepto del torero sevillano. Que, ahora, sólo le queda buscar su destino en el ruedo de aquella plaza. En la verdad y belleza de su toreo. Jamás en la ficción de una escena costumbrista.

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